Fabio Fernández (Ilustración: FabiándeCuba) - Cubadebate.- Los días recientes han sido especialmente convulsos. La conflictividad inherente a la vida política se ha expresado en las calles y sobre todo en las redes. Desde posiciones diversas se modelan diferentes proyectos de nación. Unos anclan en plataformas abiertamente conectadas con los intereses de la gran potencia que no nos soporta.


Otros esbozan, generalmente con palabras bellas, los caminos de la restauración capitalista que nos llevarían a la dependencia. Frente a ambas proyecciones se erigen dos respuestas. La anclada a una lectura conservadora del socialismo y la que entiende que solo con la renovación del proyecto será posible vencer los retos actuales. Vale aclarar, desde el inicio, que construyo este texto a partir de los soportes de la última línea definida.

Entender lo que ocurre en la Isla requiere asumir una idea fundamental: Cuba cambió, los consensos no son los de antes y la pluralidad del tejido social es marcada. En tal escenario nos movemos, allí radican las claves que todo movimiento político debe captar si aspira a consumar su victoria. Leer la realidad del país desde esquemas ya superados constituye el camino a la derrota.

Con el Movimiento San Isidro (MSI) no vale la pena desgastarse. Los fundamentos y patrocinadores de su accionar están claros. Lo importante radica en comprender de una vez la necesidad de ser proactivos en el combate a su proyección. Asimismo, conviene defender la pulcritud de los métodos a emplear en dicho enfrentamiento, siempre bajo el concepto de que el amparo en la legalidad resulta nuestra mejor arma. Batallar contra el entreguismo de MSI y de cualquiera de sus homólogos no ha de ser solo una tarea de la institucionalidad. Los actores de la sociedad civil comprometidos con la defensa de una Cuba soberana han de modelar de forma permanente un discurso que aísle a esta tendencia antinacional.

Más compleja se torna la interacción con el escenario articulado por las demandas que un grupo de artistas e intelectuales jóvenes han impulsado frente al Ministerio de Cultura. Aquí constituye un deber mayúsculo evitar la generalización burda que desconoce la pluralidad representada en este fenómeno. Colocar en el mismo saco a todos los integrantes de ese colectivo es un craso error. Frente al MINCULT estuvieron actores conectados con los mismos financistas que sostienen al MSI, pero también personas genuinas y legítimamente inconformes con su realidad, gente que aspira a que su voz sea escuchada, ciudadanos que exigen con vehemencia el derecho a participar en la construcción colectiva de la nación. Con todos aquellos no subordinados a las agendas definidas desde fuera el diálogo es posible. El socialismo ha de ser un acto de suma capaz de dar vías de expresión a lo diverso. Allí encontrará siempre el oxígeno que le da vida.

Resulta fácil defender la idea de que el diálogo nos salvará. Sin embargo, se torna más peliagudo definir los espacios y mecanismos para que este fluya. Aquí emerge una gran pregunta: ¿cómo dialogar con el que apuesta por una Cuba capitalista? La necesidad de interactuar con ese otro, quizá soslayable en tiempos de mayor homogeneidad ideológica, es hoy perentoria. En sintonía con las circunstancias históricas del presente, la fórmula radica en construir la hegemonía de la que habló Antonio Gramsci. Urge estructurar un sistema objetivo de relaciones sociales en el que los contenidos de perfil socialista constriñan los espacios de aquellas tendencias conectadas con el capitalismo. Ante el hecho de que estas últimas objetivamente existen, toca evitar su capacidad para articularse y poner en jaque la continuidad de la transición socialista. En tanto expresión de segmentos de la ciudadanía, su voz estará; mas ha de procurarse que quede anclada a un volumen que no nos perturbe. Todo ello implica, como es lógico, librar una profunda batalla de ideas que va de los discursos a la cotidianidad.

Esta nueva manera asumir el hacer política en Cuba pasa por la superación de versiones cerradas y dogmáticas del socialismo que aún detentan importantes cuotas de poder. Una estructura burocratizada, ineficiente, conformista y acostumbrada al monólogo no puede comandar la batalla que se dirime en la hora actual.

Los temores a reformar nuestro socialismo le hacen el juego a la agresión externa, crean condiciones para el avance de las fuerzas propulsoras del capitalismo y le fallan a la ciudadanía. De manera puntual, resulta apremiante romper con la inercia del campo mediático-informativo, acostumbrado a responder con tardanza y a pelear de riposta. Fallar en el terreno de los medios es entregar las llaves de la casa al enemigo.

La derrota del socialismo anquilosado ha de conectar con el fortalecimiento de aquellas corrientes que postulan rejuvenecidas maneras de alcanzar el horizonte de emancipación gestado en las coordenadas del marxismo. Hoy coexisten en Cuba tendencias representativas de ese modo otro de encarar la construcción de un proyecto anticapitalista. Están dentro de la institucionalidad, pero sobre todo en diversos ámbitos de la sociedad civil. A los que militamos en estas filas nos corresponde articularnos y contribuir desde todos los espacios posibles a la tarea de renovar, esa que solo será exitosa si nos acoplamos a la sensibilidad de las grandes mayorías. A partir de un paradigma unitario, habrá que debatir con los propulsores de la ortodoxia de siempre; al tiempo que hemos de constituirnos en bloque garante de ese poder hegemónico del cual depende la supervivencia del socialismo cubano.

En estos tiempos difíciles, prefiero cerrar mi reflexión con la respuesta que di —redes sociales mediante— a varios estudiantes que me inquirieron en torno a la situación peculiar de las últimas jornadas. En ella expreso, con toda sinceridad, mi credo:

Por defecto de historiador, no me conformo con los versos lindos que siempre dan vida a los cantos a la libertad. Me interesa ver los proyectos. Cómo se piensa la economía, la política, las relaciones internacionales. Si uno solo se queda con las palabras bonitas que conectan con abstracciones emotivas puede terminar comprando cualquier cosa. El proyecto por el que apuesto, la Cuba que sueño, no está en el camino de restaurar el capitalismo y convertirnos en un país latinoamericano “normal” sujeto a las redes del subdesarrollo y la dependencia. Creo en el socialismo como vía de realización de la democracia. Tenemos mil y un defectos, pero las soluciones no están en recibir con los brazos abiertos a un pasado hábil para el disfraz. Hay que encarar con valentía los dilemas de la nación, alejarnos de los hábiles y burdos maestros del caos, restañar los consensos lesionados, cambiar lo necesario en el ámbito económico, luchar contra las desigualdades que laceran, hacer política de manera distinta, dialogar con el que piensa diferente, construir un país que respete la dignidad de los mayores y enamore a los jóvenes.

(Tomado de la revista Alma Mater)

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