Se fueron frente al Mincut, interesados no en informar acerca de un pretendido diálogo cultural, sino en ser parte de una provocación urdida para después difundir al mundo una visión de ¡Cuba no aguanta más!, guion barato que, en horas, fue esgrimido por la contrarrevolución de Miami.


Rolando Pérez Betancourt

Granma

La historia de la humanidad está llena de secretas intenciones.

Otras quisieran serlo, pero, al igual que el tigre agazapado en noche de luna llena, no pueden evitar que sus rayas centelleen entre la maleza.

Antes de dar el portazo, Trump les hizo el favor a los cubanos (contrarrevolucionarios) de poner a Cuba en la lista negra de «Estados patrocinadores de terrorismo», otra medida, de las 200 y tantas que articuló su administración, con el ánimo de abrir un hueco en el mapa y hundirnos hasta el fondo del océano.

¿Cuál fue la reacción de la «prensa independiente», cuyo trabajo se expande a diario con la tenacidad del agradecido que, por cada plumazo, cobra: ¡contentura! La misma que, de manera poco profesional, son incapaces de encubrir mientras manipulan, mienten y cabalgan en un tono reiteradamente tendencioso, al referirse a dificultades que, en medio de la pandemia y el bloqueo auspiciado por sus protectores del Norte, junto a deficiencias nuestras (nada de negarlo) atraviesa el país.

Si bien el periodismo precisa de la crítica constante, la manera en que ellos la ejercen es brutalmente contrarrevolucionaria, aunque les dé salpullido el término, acuñado en tiempos de la Revolución francesa para significar las maniobras monárquicas empeñadas en restaurar el orden social y político antes imperante.

¿Afanes también de ellos y de otros que, desde un tono más suave y hasta paternal, se prestan a la distracción de escamotear las esencias de lo que en verdad está en juego?

Por sus acciones los conoceréis.

Como la ocurrida este pasado 27 de enero –un capítulo más del engranaje anti-patria– en que, engrasados  sus celulares, se fueron frente al Ministerio de Cultura, interesados no en informar acerca de un pretendido diálogo cultural, sino en ser parte de una provocación urdida para después difundir al mundo una visión de ¡Cuba no aguanta más!, guion barato que, en horas, fue esgrimido por la contrarrevolución de Miami para pedirle a la nueva administración estadounidense –entre algarabías de los enronquecidos de las redes– que siga la rima del megalómano antecesor y no se detengan las sanciones.

La jugada está más que clara, lo que no quita para que algunos defensores de la «gesta del celular» se abracen a teorías volterianas llenas de contradicciones en lo que respecta a conceptos como tolerancia, universalidad moral, o derechos humanos, razonados por aquel que fue un ilustrado, pero también un elitista crítico del «populacho» y con más de un guiño de simpatía al soberano absolutista.

Teorías las de Voltaire, no obstante, de una magnitud civilizadora innegable, aunque maleables por los que se aferran a ellas en función de víctimas y, desde ese ropaje, saltan al plano de agresores de una nación a la que quisieran ver sometida a los dictámenes de quienes, desde tiempos inmemoriales, han articulado el tinglado contrarrevolucionario.

O lo que es igual: poniendo en tarima, sin pudor alguno, el valor sagrado de la soberanía.

Suficiente para descartarlos.

Y dialogar con los que quisieran hacerlo desde el respeto y la seriedad de los argumentos, que en verdad no poco habría por discutir, sin injerencias de mandantes externos, y por el bien de todos.

 

El asedio de la «pacificancia»

Curioso es que tal provocación coincida con el momento en que funcionarios de la Casa Blanca anuncian que la administración Biden revisa la política de ese país hacia Cuba

Antonio Rodríguez Salvador

Granma

Además de ridícula farsa, lo ocurrido el pasado día 27 frente al Ministerio de Cultura fue un frustrado ejercicio de posverdad: la sinrazón y el despropósito previamente calculados, con el objetivo de mostrar un mundo al revés.  

Supuestamente, allí se congregaron unos artistas para exigir diálogo, pero si en determinados medios –y también en las cámaras de eco que suelen ser las redes sociales– no hubieran repetido tanto ese propósito y supuesta condición, juraríamos que allí solo había una turba de excitados paparazis, y que las palabras «artistas» y «diálogo» eran apenas sonidos ausentes de cualquier significado lógico.

Por las redes sociales pudimos ver lo ocurrido: fue una provocación en toda regla, el insolente bullying a una institución del Estado. En ese reality show transmitido en tiempo real por ellos mismos, consiguieron abochornar hasta la mismísima indecencia.

Así vimos cómo, faltando a la más elemental ética, intentaron manipular al viceministro Fernando Rojas en una llamada telefónica que aquel suponía privada. Intuimos la perplejidad y la paciencia del funcionario; una y otra vez lo escuchamos proponer soluciones; pero, ante cada conformidad, siempre hubo una incoherencia para no aceptarla.

¿Qué perseguían con tal desparpajo? Posverdad se le llama a la distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones, con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Es un acto demagógico que irrespeta el sentido común y persigue potenciar el fanatismo; amputar de las mentes cualquier razón o trámite inteligente. 

¿A quiénes trataban de manipular o atizarle sus creencias? ¿Acaso pensaban que la inmensa mayoría de los artistas y escritores cubanos se les iban a sumar? ¿Por casualidad creían poseer el brebaje mágico de Puck, según la conocida comedia de Shakespeare, para encantar a una multitud en ese delirante «sueño de una mañana de invierno»?

Otras veces he dicho que el problema no es la crítica, sino el criterio que la ampara. ¿Qué criterio subyacía en esa manifestación frente al Mincult? ¿A qué respondía? Uno de los principales manifestantes allí presente fue el supuesto huelguista de hambre en la reciente farsa de San Isidro, quien con insistencia ha pedido al Gobierno de Estados Unidos un bloqueo total para Cuba.

Pero no el bloqueo que hasta ahora hemos sufrido –ya lo bastante criminal–, sino el de una Isla rodeada de barcos de guerra. Uno de los eslóganes de este sujeto es: No más «pacificancia», fuego es lo que hace falta, para de inmediato pedir la invasión militar estadounidense. La cultura de la muerte es lo que defiende este señor.

Curioso es que tal provocación coincida con el momento en que funcionarios de la Casa Blanca anuncian que la administración Biden revisa la política de ese país hacia Cuba, luego del lamentable estado a que la llevó Trump. ¿Casualidad o plan preconcebido?  

Otro grupo, de los allí presentes, respondía a medios diseñados y pagados por Estados Unidos para su habitual campaña de odio y manipulación de nuestra realidad. Unos medios que jamás han alzado la voz para condenar, y ni siquiera rozar con el pétalo de una rosa, la sistemática censura de artistas cubanos en la Florida, su linchamiento y metódica demonización, de lo cual se pueden poner numerosos ejemplos. 

¿Con qué derecho hablan en nombre de la cultura cubana? Cultura no es solo arte, también engloba el conjunto de saberes, creencias y pautas de conducta de toda la sociedad. Incluye la historia, las tradiciones, la idiosincrasia de todo un pueblo, y ese entreguismo y esa impudicia no forman parte de nuestra moral, de nuestros valores.

¿Quién facultó a estos jóvenes para hablar a nombre de todo un pueblo? ¿Por casualidad a esa arrogante autoproclamación le están llamando democracia? Ciertamente, en la manifestación precedente, realizada dos meses atrás, confluyeron jóvenes a quienes quizá pudieran animarles válidas intenciones. Sin embargo, ahora no están, y ello demuestra que otra vez no pudieron ser manipulados.  

Diálogo social es el que se origina a lo largo y ancho de todo un país, y a él, sobre todo, se tributa con una alteridad generadora de consenso, pues no es posible reunir a 11 millones de personas en una sala. Es el que se produce a diario en nuestras calles y centros de trabajo, con el hacer y la avenencia ciudadana.

Parece oportuno decir que nadie puede oponerse a la crítica. Bienvenida sea la crítica, pero la de criterio responsable, esa que ha permitido a muchos artistas y escritores trascender su tiempo y ser, para siempre, contemporáneos. Una que nos coloca ante el espejo y nos proyecta hacia el crecimiento espiritual; no aquella que, de repente, nos recuerda el muy citado pasaje bíblico del Sermón del Monte: «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, mas de dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis».

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