Redacción CubaSí.- La contingencia sanitaria provocada por la pandemia de la Covid-19 le ha impuesto al país prioridades inmediatas relacionadas con el enfrentamiento a los efectos de la enfermedad en la población. Pero la pandemia ha acentuado también problemas estructurales en el entramado económico de la nación, cuyo impacto negativo se multiplica por la difícil situación internacional y el duro golpe de las sanciones del bloqueo económico, financiero y comercial que impone el gobierno de los Estados Unidos.


Nadie ha pretendido dorar la píldora: la situación es muy complicada. El desabastecimiento de productos básicos ha obligado a tomar medidas de emergencia que, aunque han garantizado cierto nivel de protección a nivel social, no han podido satisfacer buena parte de las demandas de la ciudadanía. Y todo ante los desafíos de un reordenamiento monetario que algunos juzgan inoportuno, pero que resultaba inaplazable ante las perspectivas reales de la economía cubana.

Por eso el debate sobre la capacidad del sistema empresarial estatal para responder a los retos de esa economía a inmediato, mediato y largo plazo no puede ser relegado a "tiempos mejores", cuando se haya superado la crisis sanitaria. No en vano el VIII Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC) le dedicó especial atención.

No es un secreto: Hay empresas estatales muy eficientes, que sor referentes por su gestión. Y hay otras que no han conseguido sacudirse el estigma de la franca disfuncionalidad. Hasta el punto de que, lejos de resolver problemas, se los crean al país. Son una carga para la economía. Entes insostenibles.

Y está claro que el bloqueo no es el culpable de todas las ineficiencias. La falta de iniciativas, la inercia, el conformismo, la comodidad de recibir las indicaciones "de arriba", y una evidente falta de compromiso con las responsabilidades de la propiedad social han lastrado muchas empresas cubanas.

"Esto no es mío, no es de nadie, por tanto, no tengo por qué esforzarme": esa es una actitud recurrente de trabajadores y (lo que es incluso más preocupante) cuadros de dirección. Pero la empresa estatal socialista sí tiene dueño: el pueblo. Y el pueblo puede y tiene que exigir resultados.

En el Informe Central al VIII Congreso del PCC, el general de Ejército Raúl Castro lo decía sin eufemismos:

"El sistema empresarial estatal tiene ante sí el reto de demostrar en la práctica y afianzar su posición como la forma de gestión dominante en la economía. Esto no es algo que se alcance por decreto, es una condición imprescindible para el sostenimiento de la sociedad socialista, por ello es ineludible provocar un estremecimiento de las estructuras empresariales desde arriba hacia abajo y viceversa (...). Hay que modificar viejos malos hábitos y desarrollar rasgos emprendedores y proactivos en los cuadros de dirección de nuestras empresas y establecimientos, que cada día funcionarán con mayor autonomía, persiguiendo producciones superiores con más eficiencia'.

Y añadía Raúl:

"Todo esto se dice fácil, lo difícil, pero no imposible, es materializar y consolidar el cambio. Es preciso cimentar un verdadero giro en la mentalidad en aras de defender el incremento de la producción nacional, en especial de los alimentos, desterrar el dañino hábito de importarlos y generar exportaciones diversificadas y competitivas".

Es obvio: el cambio es mucho más que el deseo (y hasta la necesidad) del cambio. Hay que estimularlo, propiciarlo, fiscalizarlo. Y hacerlo sin traicionar valores esenciales de la Revolución. Afirmaba Raúl:

"No resulta ocioso reiterar que las decisiones en la economía en ningún caso pueden generar una ruptura con los ideales de justicia e igualdad de la Revolución y mucho menos debilitar la unidad del pueblo en torno a su Partido, el cual  defenderá por siempre el principio de que en Cuba jamás se permitirá la aplicación de terapias de choque contra las capas más humildes de la población y por tanto nadie quedará desamparado".

Ese es el reto mayor.

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