Obra de Reinerio Tamayo. Foto: Ilustrativa.
En cada deserción también subyace la fragilidad de los valores éticos y morales
Oscar Sánchez Serra - Granma
¿Por qué los peloteros abandonan el béisbol cubano? ¿Cuántos lo hubieran hecho si se mantuviera en pie el Acuerdo entre la Federación Cubana (FCB) y la Major League Basseball (MLB), firmado el 19 de diciembre de 2018 y roto por el gobierno de Donald Trump el 8 de abril de 2019?
Otra interrogante en swing: ¿Por qué el exmandatario lo hizo trizas y el actual, Joe Biden, lo mantiene, igual que las más de 240 medidas que recrudecieron el bloqueo, en tiempo de COVID-19, lo cual lo hace más genocida, y más cruel?
El Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba y Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel, expresó la pasada semana, sobre la guerra no convencional que se le hace a la Revolución: «¿Hacia dónde se puede dirigir el ataque (…) de una hegemonía colonizadora?: hacia la cultura. Si quiebran la cultura de los pueblos, lo quiebran todo». Si eso pasa con el béisbol nos desnaturalizarían.
No hay que esconder la bola, lo que sucede con los peloteros forma parte del objetivo del Gobierno de ee. uu., de este y de los anteriores, de destruir a la Revolución. En esa pretensión, la pelota es un blanco perfecto, porque está en nuestros genes, en la raíz de nuestra nacionalidad; en los valores patrios, desde los mambises en el siglo XIX; es un rasgo distintivo de nuestra identidad nacional y de nuestra cultura.
Cuando se rubricó aquel documento, el propio comisionado de la MLB, Rob Manfred, expresó: «Durante años, la MLB ha estado tratando de poner fin a la trata de jugadores de béisbol de Cuba por parte de organizaciones criminales, creando una alternativa segura y legal para que firmen con los clubes de Grandes Ligas. Este acuerdo logra ese objetivo y permitirá que la próxima generación de jugadores cubanos persiga su sueño sin soportar las dificultades que enfrentan los actuales y expeloteros cubanos que han estado en las Grandes Ligas».
Uno de los que sufrió esas atrocidades fue el cienfueguero José Dariel Abreu. Pito, como lo llama la afición, hoy una estrella en esa pelota, dijo: «Tratar con la explotación de contrabandistas y agencias sin escrúpulos finalmente llegará a su fin para el pelotero cubano. A esta fecha, aún estoy acosado. La próxima generación del béisbol cubano podrá firmar un contrato con MLB, mientras que en Cuba conservará sus ganancias, como cualquier otro del mundo; podrán regresar a Cuba, compartir con sus familias, y practicar el deporte que aman, contra los mejores jugadores del mundo, sin temor».
Tanto entendimiento y armonía era mucho para el imperio, que volvió a poner en manos de una mafia de traficantes de personas a estos deportistas, descrita por Scott Eden, para espn, así: «Está compuesta por operadores que contactan peloteros en Cuba y los convencen de dejar la Isla; los lancheros que los sacan; los gestores que obtienen papeles de residencia de forma expedita en países subdesarrollados; los intermediarios; los entrenadores que los preparan para mostrar sus talentos a la MLB; los agentes que negocian con gerentes de equipos, y los inversionistas, que lo financian todo y se llevan la mejor tajada».
El propio Eden, en su reportaje, afirmó que desde 2009 se han movido 800 millones de dólares en firmas de esos peloteros, y esa mafia se lleva el 30 % del primer contrato, por lo que, hasta 2017, se embolsilló 240 millones, y muchos de los jugadores quedaron totalmente desamparados, sin su sueño y sin su Patria.
Eso lo tolera y lo aúpa el Gobierno de ee. uu. y es la causa por la que se persigue a los jugadores cubanos, como hicieron en el recién finalizado mundial Sub-23, regresándolos a la Declaración de Residencia Fuera de Cuba, de febrero de 2015, en la que ha de jurar: «Por este medio declaro que he asumido residencia permanente fuera de Cuba. Además, por este medio declaro que no pretendo volver a Cuba, ni me permitirán volver. Por este medio declaro que no soy funcionario del Gobierno de Cuba y no soy miembro del Partido Comunista de Cuba».
¿NOS VAMOS A QUEDAR CON EL BATE AL HOMBRO?
Ni el bloqueo ni esta postura tienen perspectivas de cambiar, a pesar de que Cuba ha hecho modificaciones, como la materialización del mencionado Acuerdo, la Política de remuneración y contratación de deportistas, de septiembre de 2013 –que requiere de actualizarse–, y la del regreso de aquellos que quieran reincorporarse al béisbol de su país. Lo único que no va a variar es su Revolución, como pretenden los que la hostigan.
Debemos preguntarnos entonces, sin tapujos, si hemos enfrentado con talento, creatividad y mediante el debate, este conflicto. El crecimiento de un atleta, en el entrenamiento y en sus cada vez más abultadas agendas competitivas es, por excelencia, un proceso educativo y formativo, es decir, eminentemente pedagógico, y presupone la comunicación y el intercambio entre sus sujetos: entrenadores, atletas, directivos, médicos, sicólogos, fisioterapeutas.
Se trata de un sistema integrador, en el cual el deportista no solo es un receptor. Él, como el resto de los que intervienen en su preparación, tiene que ser un participante activo y propositivo, porque en un ambiente como ese se fortalecen las dinámicas grupales, en las que se gestan los valores éticos y morales. Porque nos puede doler, pero en cada deserción también subyace la fragilidad de esos componentes. No reconocerlo equivale a no superarlo.
Aún están frescas en la memoria cómo los profesores Eugenio George, Ronaldo Veitía, Alcides Sagarra o Pedro Val se relacionaban con sus pupilos o pupilas más allá del elemento técnico, y sus atletas comprendían mejor esos fundamentos, en la misma medida que los armaban de argumentos y les daban participación en el objetivo final: ganar la competencia.
No podemos quedarnos con el bate al hombro, esperando a que nos canten el tercer strike, hay que tirarle a esa bola, pero para dar jonrón, además de fuerza, necesitamos responsabilidad y mucha sensibilidad.