Ernesto Estévez Rams (Obra de Shenby - USA- Foto: Ilustrativa) Granma.- Nada justifica, ni económica, ni política, ni moralmente, ignorar al bloqueo en nuestra acción pública cotidiana, ni en la toma de decisiones, ni en los análisis, ni en las proyecciones, ni en los planes


Además de los argumentos morales y éticos, desde el punto de vista epistemológico es un absurdo ignorar el bloqueo, lo que implica el punto de vista práctico.

Cuando digo epistemológico me refiero a que ignorarlo como una variable de estado de la realidad sobre la que incide, impide analizar esa realidad de manera completa y suficiente respecto a lo que nos interesa. En este caso, respecto a la posibilidad de desarrollo para Cuba en el plano económico y en su proyecto socialista.

Primero, el bloqueo no es una variable dada, es un conjunto de variables dinámicas que determinan en gran medida los escenarios donde discurre la realidad cubana. Pero es más, es un generador de variables; luego, su función no es solo la de un factor del sistema que se analiza, es un metaparámetro que actúa desde fuera sobre el sistema, en este caso Cuba, introduciendo y determinando el peso de otras variables.

Trataré de ser menos abstracto.

Una persona con una discapacidad que, en sus planes, asume sus limitaciones físicas como parte de su contexto puede suponer, en sus proyecciones (al menos a mediano plazo) el peso que tendrá su discapacidad en este, y tomarlo como una variable dada para trazarse metas, vías, etc.

Con el bloqueo no puedes hacer lo mismo, porque él, como metaparámetro, va adaptando su incidencia sobre la realidad cubana precisamente en respuesta a las decisiones que se toman.

Si el transporte del petróleo no era una variable de preocupación a la hora de hacer planes de desarrollo económico a corto plazo, la medida de Trump de sancionar con medidas más drásticas a las navieras que nos brindan ese servicio, convierten al transporte de combustible en una variable nueva después de que hemos trazado planes sin tener en cuenta esa contingencia.

El bloqueo no es estático, es dinámico; por tanto, ignorarlo en las proyecciones, análisis, planes económicos, decisiones económicas y políticas, etc., sería una estupidez tremenda, porque el bloqueo, como variable, cambia para incidir sobre las decisiones que tomo. No es una variable dada.

Un economista, un empresario, un político, el ciudadano común en Cuba que haga un análisis asumiendo al bloqueo como una variable dada, en abstracto, sin aterrizarlo a su capacidad de cambiar y crear contextos políticos y económicos nuevos, está perdido. Así de sencillo.

Y eso trae a colación otro asunto medular: mantener una presión de opinión pública contra el bloqueo no es solo un imperativo moral, es un imperativo práctico.

Primero, como metaparámetro que crea nuevos escenarios, estamos en la obligación de aprender constantemente sobre los escenarios que genera y que puede generar. Si no nos educamos todos no podemos prever, no podemos responder colectivamente, pero tampoco podemos aquilatar la incidencia concreta que puede tener en un momento dado, en un contexto concreto. Eso trae, además, como consecuencia, que de la ignorancia parte la mala valoración pública de qué papel está jugando el bloqueo en un momento dado concreto, podemos subestimarlo o podemos sobreestimarlo.

Subestimarlo conlleva culpar otras variables con consecuencias que son del bloqueo, crea la percepción pública de que el bloqueo es una justificación para ocultar problemas y limitaciones que son culpa de otras: corrupción, malas decisiones, pobre previsión, etc.

Sobreestimarlo nos limita en cuanto a la ambición de nuestras proyecciones, nos hace autofrenarnos, nos reduce a un conservadurismo mutilante en las propuestas económicas, en los cambios que nos planteamos, nos hace achacar al bloqueo consecuencias que son resultado de otras variables, entre otros males: corrupción, malas decisiones, pobre previsión, etc.

Y termino con otra consideración práctica: la presión sobre el bloqueo, aún si no conduce a su eliminación inmediata (y no podemos renunciar a pensar que seremos capaces, con esa batalla permanente, de al menos modificarlo sustancialmente a nuestro favor) incide sobre su alcance.

El rechazo abrumador, dentro y fuera de Cuba, contra el bloqueo, impide que EE. UU. llegue a paroxismos insospechados en su política de ahogo económico, aun peor que lo que hoy tenemos. Todo lo que conduzca a reducir ese rechazo público, dentro y fuera de Cuba, obra en contra de limitar su alcance.

En esta guerra implacable, que como pueblo nos mantengamos educados sobre el bloqueo (incluso y, sobre todo, en términos más profundos que la simple consigna de ocasión) es un arma de batalla. EE. UU. sabe que no puede proponerse ganarse «las mentes y corazones» de los cubanos, si es percibido dentro de Cuba como la principal causa de nuestras penurias económicas, como nuestro principal agresor. Eso lo entendió muy bien Obama.

Nada justifica, ni económica, ni política, ni moralmente, ignorar al bloqueo en nuestra acción pública cotidiana, ni en la toma de decisiones, ni en los análisis, ni en las proyecciones, ni en los planes. Eso sería de una miopía cegadora por dondequiera que se le mire.

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