Intervención realizada el sábado 13 de noviembre, en el Parque Central de La Habana, durante la «Sentada de los Pañuelos rojos».
Emilio Aybar - La Tizza.- No estamos de acuerdo con cierta mescolanza con los enemigos de la nación; no estamos con «aguantarle la pata la vaca» — hay mucha gente que no «mata la vaca», pero «le aguanta la pata» — .
Estamos aquí para — de muchas maneras, con mucha creatividad, «entrándole al coco» por distintos lugares — manifestar nuestro credo antimperialista, hay que decirlo con todas las letras. Eso no significa — como a veces mucha gente piensa — que ser antimperialista es pensar que en Cuba todo está bien, ser un conforme eterno, un pasivo, no hacer nada para cambiar las cosas, decir siempre «sí», obedecer. Al final, las personas revolucionarias, comunistas, antimperialistas en Cuba somos conscientes de todo lo que está mal — porque lo vivimos además, somos parte de este pueblo y también sufrimos muchos de sus males — . Los males de este pueblo no se explican — sabemos — solo por la existencia del bloqueo: se explican porque, sencillamente, muchas veces también hacemos las cosas mal, muy mal: también queremos combatir eso.
Es importante que seamos conscientes que ser antimperialistas implica resistir de manera creativa, resistir de manera transformadora, la mejor manera de combatir el imperialismo y la contrarrevolución es «quitarle la silla donde se sienta», la cual nosotros dejamos vacía.
El hecho de que haya muchas cosas que nos salgan mal, hace que algunos pasen a presentarnos falsas soluciones. Si las escuelas no funcionan del todo bien, nos dicen «hay que privatizar las escuelas»; si los hospitales no funcionan bien, nos dicen también «hay que privatizarlos»; si las empresas no logran crear la suficiente riqueza para que en nuestro país los ingresos formales estén cercanos al costo de la vida, para que los precios sean racionales, para que todo sea más fácil, nos dicen «hay que privatizar las empresas»; si nos bloquean, nos dicen que tenemos que entregar el país para que no nos bloqueen. Todas esas son falsas soluciones.
¿Qué tenemos que hacer frente a esas falsas soluciones? Hay que hacer mejores escuelas públicas, hacer que funcionen mejor los hospitales, hacer que la gente sienta mayor sentido de pertenencia con sus empresas; y eso se logra si las personas controlan la gestión de la riqueza y nos involucramos todas las personas en producir más y mejor para que haya más para todos y no para unos pocos.
En el fondo, las falsas soluciones son soluciones para unos pocos y no soluciones para todos y todas. ¡Los comunistas y revolucionarios buscamos soluciones para todos y todas! Ahí está, quizás, una importante diferencia.
Hay que perseverar en el camino de la justicia social; entender que muchas de las cosas que no nos funcionan bien son porque nos alejamos de ese camino y empezamos a hacer las cosas de la manera incorrecta. Hay que persistir en esos principios, porque los principios no se abandonan.
También los principios, sobre todo, hay que concretarlos. Otro de los problemas que tenemos es que no bastan las palabras, ni bastan las promesas: hay que concretar resultados; hay que transformar las cosas, de verdad; las cosas tienen que funcionar bien, de verdad.
Buena parte del descontento popular, del desarraigo de las personas al proyecto de la Revolución tiene que ver con eso; porque no basta con tener claros los principios, tenemos que lograr transformaciones en la vida de las personas, para que las personas tengan una vida más digna, una vida más plena. ¡En eso estamos comprometidos! ¡Nos toca! ¡Nos toca como comunistas y revolucionarios! ¡Tenemos que hacerlo! No podemos quedarnos solo en las palabras, hay que trabajar duro y, sobre todo, hay que hacer presión social popular para que las cosas salgan.
El presidente Díaz-Canel ha lanzado un «ingrediente» fundamental, un «ingrediente», el cual faltaba en las reformas que están teniendo lugar: es el poder popular. Las cosas no pueden ser de todos, si no tenemos poder sobre ellas, si no tenemos poder para cambiarlas. El socialismo es sinónimo del pueblo empoderado, con capacidad de transformar su realidad, no es sinónimo del pueblo impotente. ¿Cuánta impotencia sentimos muchas veces? Eso tenemos que transformarlo y tenemos toda la moral para exigirlo.
Tenemos esa moral porque, ¿quiénes somos los que hemos estado en las «zonas de aislamiento»? ¿Quiénes somos los que hacemos la mensajería a los ancianos vulnerables? ¿Quiénes somos los que estamos en las «zonas rojas»? ¿Quiénes somos los que construimos el país día a día? Ahí, muchas veces, están los comunistas y los revolucionarios a la vanguardia. Tenemos moral para exigir que las cosas cambien. No podemos practicar un principio de unidad falso, cuando no nos fortalece, sino que nos perjudica. La unidad no puede ser con la corrupción, con la injusticia, con la desigualdad. La unidad tiene que ser para combatir todo eso.
A veces nos dicen «nos quedamos sin palabras porque, en efecto, no se puede justificar lo injustificable». ¡No! Lo injustificable no hay que justificarlo, ni quedarse sin palabras, ¡hay que combatirlo! ¡La mejor manera de combatir la contrarrevolución es hacer la Revolución!
Ese combate nos involucra a todos, nos interpela a todos. No es solo un problema de los dirigentes o de las estructuras, muchas de las cuales están mal y deben ser cambiadas — porque el «cambiar todo lo que debe ser cambiado» también significa cambiar a todo el que deba ser cambiado — . No obstante, nosotros también somos parte del problema. Si trabajamos, por ejemplo, en un hospital, ¿siempre trabajamos bien o queremos irnos a las dos de la tarde? Cuando nos toca, otro ejemplo, cuestionar y nos toca, como decimos en buen cubano «ponernos en 3 y 2», ¿lo hacemos o callamos? Callarnos no nos hace nada bien, lo que está mal está mal. Hay que implantar ese principio de autoridad popular y llevarlo hasta donde sea.
Frente a una estructura que se ha viciado, que se ha burocratizado, que se ha desgastado; es necesario convocar a un «movimiento emergente» de todas esas personas sensibles, honestas, revolucionarias que, dadas esas circunstancias hoy no dan, no damos «el paso al frente», «colgamos los guantes», «colgamos la toalla». Cuando no lo hacemos, dejamos que sean los peores intereses los que ocupen esos espacios.
Hay que convocar un «movimiento emergente» de toda esa savia popular, de toda esa gente valiosísima que hay en este país que tiene que estar donde tenga que estar. ¡Si hay un lugar que necesita un dirigente revolucionario, ahí tiene que haber un revolucionario asumiendo esa responsabilidad! ¡Si hay una base social que tiene que estar comprometida y controlando, ahí tenemos que estar! Hay que retomar de nuevo, con fuerza, aquello que se hizo en otros años, cuando se convocaba a la gente para las tareas esenciales: por ejemplo, había que ser maestro, buscamos maestros entre la gente que a lo mejor querían ser otra cosa, pero daban el paso al frente. Gracias a eso, ¿de dónde salieron los maestros que tuvimos? Aquí había un compañero hoy por la mañana que fue maestro primario y se formó así. Necesitamos, asimismo, que haya delegados y delegadas del Poder Popular excepcionales, líderes comunitarios excepcionales, directores de empresa excepcionales. Pero eso no basta, porque tiene que ser, ¡lo necesitamos!, un movimiento social popular, no solo de dirigentes; tienen que ser las personas conscientes, empoderadas y organizadas y ahí también tenemos que estar nosotros. Estamos en un momento en que solo será posible lograr ese «sacudón» de las estructuras institucionales si lo mejor de la nación está en ellas y va en la vanguardia.
Tenemos que celebrar este diciembre no solo la victoria, hace 60 años, de la Campaña de Alfabetización, sino la victoria de la campaña de vacunación. ¡Cuánto simbolismo que, 60 años después, vayan a coincidir acontecimientos de similar magnitud! Y no solo magnitud, sino similar masividad, apoyo y compromiso popular. Aquella campaña solo fue posible gracias al trabajo voluntario de muchas personas en tan pocos meses. Y una tiene que ver con la otra: no hubiera habido campaña de vacunación, no hubiera habido vacunas cubanas, si no se hubiese dado la Campaña de Alfabetización.
Y por eso estamos aquí y no en aquello otro que se convocó, porque aquella gente lo que está diciendo es que son 62 años perdidos. ¡Eso es una mentira tan grande como el planeta Tierra! Si fueran 62 años perdidos, no estuviéramos aquí, donde estamos: alfabetizados, graduados de tantas cosas, vacunados, con estos valores y esta moral. ¡No son 62 años perdidos!
Con todos los problemas que nosotros tenemos, ¡con todos los problemas que nosotros tenemos!, en plena pandemia, con un país que tuvo un parón en el acceso a las divisas, vamos a buscar, vamos a ver cuántos niños desnutridos hay en Cuba y cuántos había en 1958. Los hay hoy, sin dudas, pero son muy pocos, muy pocos comparados con tantos países inmersos en ese modelo que nos quieren imponer. ¡No son 62 años perdidos!
¡Tenemos acumulados! Desde ahí, desde esos acumulados, desde ese piso, es que vamos a transformar y hacer — un concepto que ha ido corriendo entre mucha gente — «completar la Revolución». Y tenemos que hacerlo porque la Revolución no ha terminado: la Revolución es un proceso, inconcluso hasta que no cumpla, del todo, todas sus promesas. Sus promesas son también muchas de las cosas que nos faltan: bienestar integral, democracia plena, igualdad plena — por eso estamos haciendo también un Código de las familias integral, para completar las cosas de la igualdad que nos hacen falta — . ¡Tenemos que completar la Revolución! Eso no es algo que se señala con el dedo, eso es algo que te toca el corazón, eso es algo que te involucra y te impulsa a actuar. Uno de los problemas que tenemos es que muchas veces nos falta «motor propio»: se espera que todo se solucione con una orden o con un pago y es ahí donde nos convertimos en lo mismo que criticamos. ¡Las cosas hay que hacerlas bien, porque lo sentimos, porque lo creemos y porque es necesario! ¡Hay que meterse en problemas! No podemos esperar a que nos den una orden o que nos bajen las soluciones, tenemos que ser sujeto, sujeto popular y sujeto de cambio. Eso va a incomodar mucho a los enemigos, porque no hay nada que incomode más a los enemigos que ver que hay gente que, de verdad, la siente y, de verdad, lucha por ella.
Para cerrar los invito a gritar por lo que también implica defender la Revolución.
¡Abajo el burocratismo!
¡Abajo la corrupción!
¡Abajo la desigualdad!
¡Abajo el capitalismo!
¡Abajo el imperialismo!
¡Abajo el machismo!
¡Abajo la homofobia!
¡Viva el feminismo!
¡Viva la igualdad!
¡Viva la justicia social!
¡Viva la Revolución!
¡Viva Fidel!
¡Viva el Socialismo, carajo!