Darío Machado Rodríguez - Rebelión - Foto: Tony Hernández Mena.- El poder popular tiene dos planos o expresiones fundamentales a la hora de analizarlo: uno es el poder real, el otro es el plano institucional.
El poder popular real se forjó en la lucha revolucionaria a lo largo de nuestra historia y tuvo un impulso definitivo en la gesta del Moncada, la Sierra Maestra y la lucha clandestina, que terminaron desmantelando el sistema capitalista dependiente y abriendo las compuertas para que fluyesen libremente las enormes energías populares.
Ese poder se expresó orgánicamente en el surgimiento de la incipiente institucionalidad del Gobierno Revolucionario, en las organizaciones populares, particularmente los Comités de Defensa de la Revolución que con un concepto amplio de su misión principal asumieron inicialmente tareas propias de gobierno, tareas prácticas de organización de la comunidad para responder a necesidades de la educación, la salud pública, la producción y los servicios, la distribución, la protección del medio ambiente. Y una vez comenzado el proceso de institucionalización del Poder Popular en 1976, reorganizaron sus proyecciones y ello fue un importante aporte a la experiencia histórica del proceso revolucionario cubano: permanecieron activos en la defensa de la revolución y como un eslabón de apoyo al poder institucionalizado en su obligación de mantenerse siempre vinculado a los electores.
Ahora hemos comenzado en todo el país la rendición de cuenta de los delegados a sus electores. Es parte de lo establecido por nuestro sistema político, pero hoy reviste un contenido especial y ello por varias razones.
Es un momento para reunirnos nuevamente los vecinos y con nuestras voces a veces desentonadas cantar el Himno de Bayamo en clave de celebración porque estamos venciendo la tenaz pandemia que ha castigado al mundo y a nuestro país y lo estamos haciendo contra viento y marea, con el desvelo diario de nuestro gobierno, de nuestros científicos, con nuestras propias vacunas, medicamentos y protocolos, con la esmerada atención de nuestro personal de la medicina, con la participación de esa parte mayoritaria de la población que de modo consciente ha observado las medidas de bioseguridad.
También porque ya niños y jóvenes retomaron las clases presenciales, la economía del país golpeada severamente, pero vencedora del bloqueo y de los efectos de la crisis mundial provocada por la COVID19 avanza con medidas que rompen obstáculos y dan señales de vitalidad, surgen emprendimientos que articulan con la actividad económica en muy diversos frentes, el país reabre sus puertas al turismo, nos adentramos en la nueva normalidad con la alegría de comenzar a dejar en el pasado los largos días grises de refugio domiciliario, de pocas salidas y de escaso contacto con familiares y amigos.
Y serán encuentros que tienen el aliento del cambio en los modos de hacer política. No veremos ya las rendiciones de cuenta como un ejercicio en el que el delegado informaba lo que se pudo hacer, lo que no se pudo hacer, para finalmente recoger nuevos planteamientos. Sin detrimento del deber de informar con transparencia y de conocer las inquietudes y necesidades de la ciudadanía, en el ejercicio del Poder Popular en lo adelante se deberá corporeizar la palabra participación a través del empoderamiento real de los electores decidiendo, apoyando y controlando. El vocablo exigencia deberá llenarse de contenido participativo y de responsabilidad ciudadana.
En lo inmediato el pueblo tendrá la palabra decisiva en las prioridades para el empleo de los escasos recursos disponibles y los que en lo adelante se puedan aportar. La política se carga así de contenido real a través de una interacción con resultados entre los electores y los elegidos con participación de los organismos e instituciones que operan en el territorio. Pero es solo el comienzo de un camino que deberá desarrollarse de modo ascendente en el propósito de hacer más eficaz el Poder Popular y de afianzar el socialismo en el país.
Es innegable la existencia a lo largo de la revolución de un diálogo permanente Gobierno-Partido-Pueblo a través del cual se ha ido reconstruyendo y renovando el consenso social y político del país. Sin embargo, ha habido mecanicismo, eslabones débiles y otros que han faltado en esta relación, que hoy se están identificando para cambiar lo que deba ser cambiado.
Reponer en las manos de los ciudadanos en barrios y comunidades esa capacidad de decidir es una forma de descentralización. Descentralizar no es dividir ni separar sino articular mejor lo local, lo municipal, lo provincial y lo nacional. Es un nuevo enfoque de organización de la sociedad, el modo con el que desde la política socialista se dan pasos para el empoderamiento de la ciudadanía en su conjunto. Es democratización ubicando decisiones y responsabilidades en todos los ámbitos y niveles de la nación.
A su vez esa descentralización procura encontrar todas las reservas existentes para el desarrollo estimulando la preocupación, la acción y el pensamiento creativo, cualidades que se generan cuando la gente sabe y siente que está realmente en sus manos que algo se haga, participar en hacerlo, controlar su calidad y después cuidarlo y mantenerlo.
El poder popular renace porque, no obstante las dificultades, las deficiencias y las necesidades insatisfechas, preserva su contenido de poder del pueblo, porque hay confianza en sus potencialidades, es multidimensional, se expresa no sólo en lo que ocurre en el barrio, en la comunidad, sino en el país, en sus leyes y políticas, en el enfrentamiento a desafíos de cualquier magnitud, en la defensa colectiva, patriótica, de la identidad cultural, de la independencia y de la soberanía nacional y en todo el quehacer ciudadano. Hay mucho todavía por hacer.