CubaSí.- Recibió un papelito así chiquitico, flaquito, una tirita de papel reciclado. Ni siquiera lo recibió, alguien lo dejó colgado, apretujado en la reja de su casa, junto al cierre de la puerta. Letra casi ilegible… pero sí, una convocatoria tan escueta como solo puede ser una cita de amor. “Viernes 19, 8 pm. Asamblea del Delegado”. La guardó en el bolsillo izquierdo, allí donde debían palparla sus dedos cada vez que fuera a hurgar por las llaves. Para no olvidar –pensó-, y sonrió a un perro flaco que pasaba por su lado.


Finalmente, llegó el viernes, apenas el pasado viernes. Luna llena, y llena de nubes, que no dejaban apreciar su redondez, era quizás una luna cuadrada, pero su luz azulada-blanquecina, oculta en la niebla de esta noche de novela cubana, era suficiente para andar despacio por la calle, su calle oscura repleta de agujeros, de olvidos, de quejas y zapatos insultados. No lo había olvidado, el papelito en el bolsillo era ya un montoncito de nada incrustado en las llaves de todo.

Apenas unos metros, un bombillo potente, de frente a la cara, en la casa de siempre, la de las reuniones del barrio. Unos segundos para adaptar la vista y descubrir entre penumbras algunos rostros conocidos, otros imaginados. Nasobucos que distancian las miradas y los contagios de la pandemia moderna, que azota como todas las viejas pandemias de los libros de historia y las películas de época, en pleno siglo XXI.

Vienen los rituales, por allá la bandera y el escudo, apenas se ven a contraluz. Cantan el himno de Bayamo en un coro como de iglesia de pueblo, desentonan. Algunos marcan la pauta con voces mayores, “¡al combate corred!”, otros apenas murmullan que morir por la patria es vivir.

Hace dos años que no nos reuníamos –medita-. Los sobrevivientes presentes. Al delegado casi no lo recordaba ya. Es un joven que sabe mucho, con voz pausada, al principio casi un susurro (alguien le dice que no se escucha), se presenta y explica ser también el director de una escuela cercana, pero hoy le toca rendir cuentas a ellos, los electores, sobre su labor estos meses de largas esperas y problemas acumulados.

Trae su informe por escrito, corto, sincero… Lo poco que se hizo, lo mucho que no se pudo, y lo de siempre: luminarias que no iluminan, baches que nos tragan, botaderos de agua cuando llega el agua… Y un soplo de esperanza: “en el barrio cercano, muy cerca, ya se solucionó casi todo. Y habrá pronto presupuesto para nosotros, para que tal empresa inicie las reparaciones en esta parte de aquí”...

En la oscuridad, ya con las pupilas adaptadas, advierte algunas cabezas que se mueven en positivo, mientras otras parecen decir: “ver para creer”.

Cuando parece que se va a aburrir, el delegado levanta un poco la voz y habla de “el momento que estamos viviendo”, de la vacunación de todos con el esfuerzo de todos, del país en medio del bloqueo y sin turismo; del agro de la otra cuadra que se reparó y está como nuevo, de los planes para recuperar también el mercadito de los productos normados. Presenta al nuevo administrador, quien saluda con el brazo en alto, pero es también parte de la penumbra.

“Ustedes tienen la palabra”, dice al fin el delegado y al principio se hace el silencio. Sin palabras –se burla para sus adentros- como dicen esas caricaturas demasiado explícitas.

Pero poco a poco los vecinos, sus vecinos, van rompiendo el hielo. Una señora, de esas de los de a pie, en chancletas, para ser más exactos, afirma con dolor que ya no puede más con las colas de las tiendas cercanas, no porque falten los productos, ella sabe… sino porque quienes deben organizarlas son los primeros que forman el desorden. Más cabezas se mueven de arriba hacia abajo, una y otra vez…

Esto se pone bueno –piensa-. Pero hoy no es su día de hablar. Ya lo ha hecho muchas veces. ¿Y si adelantan la novela?…

Alguien se queja del mal estado de los colectores de basura de una esquina, las cabezas esta vez no se inmutan… Otro vecino le aconseja al delegado pasar del informe de su gestión hacia el acta de esta nueva reunión, un “copia y pega”, todo aquello que quedó pendiente de solución, para que conste y no se olvide. En la mesa una vecina apunta cada planteamiento, el bombillo reflector le permite hacerlo y ver de frente a quienes hablan. “Preséntense, nombre y apellidos, por favor”.

Llegan otras quejas, algunas hasta sin lógica, pero –bien- es derecho de cada quien decir lo que piensa o le agobia, decirlo claramente a esa persona por la cual votó la mayoría del barrio para que represente sus intereses.

El perro flaco pasa nuevamente. Parece saludarlo y devolverle aquella sonrisa sin malicia. Mueve la cola entusiasmado. Un niño le lanza un pedazo de pan.

Alguien del público llama a capítulo: el delegado no es mago ni el gobierno es una vaca que nos pone su teta hasta que la sequemos. Hay cosas que podemos hacer entre todos, si este mismo delegado y las organizaciones del barrio nos organizan –otros en esta misma ciudad lo han hecho, y lo están haciendo aún-, ¿por qué esperar toda una brigada de constructores?; si traen los materiales podemos reparar entre todos el mercadito, con trabajo voluntario y solo el asesoramiento necesario. Si destruyen los contenedores de la esquina delante de nuestros ojos y al otro día alguien nos vende helados en potes del mismo plástico… ¡Entonces chico!

Se puso buena la rendición de cuentas al final. Es el delegado quien ahora asiente y parece cargar sus pilas para lo que tiene por delante. “Ya cada miércoles en la tarde estaré en el lugar de siempre, pero quien quiera, quien tenga alguna nueva queja o preocupación, que me toque la puerta de la casa el día y a la hora que sea”. Finalmente agradece y calabaza, calabaza…

El regreso es siempre más corto, las pupilas dilatadas dejan ver mejor los baches. La luna se refleja ahora en el agua turbia de la lluvia matutina. No está tan mal nuestra democracia –medita- Y echa la mano en el bolsillo para sacar las llaves de su casa.

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