Jorge Núñez Jover: “Un proyecto socialista como el cubano, que tiene un plan de desarrollo económico y social y una visión de nación que habla no solo de prosperidad sino también de democracia, desarrollo sostenible y otros temas, requiere de mucho conocimiento”.
Kenneth Fowler - Bufa Subversiva - Tomado de Cubadebate
El profesor Jorge Núñez Jover es licenciado en Química (1973) y doctor en Filosofía (1993) por la Universidad de La Habana. Se desempeña como profesor titular de la misma. Es coordinador de la cátedra cubana de estudios sociales de la ciencia, la tecnología y la innovación.
—¿Cómo llegó Jorge Núñez Jover de la Química a los estudios sobre Ciencia, Tecnología y Sociedad?
Yo me gradué de Química en el año 1973 y mi sueño era ejercer mi profesión. Un grupo de 11 compañeros recién graduados nos quedamos a trabajar en la en ese entonces Escuela de Química, perteneciente a la Facultad de Ciencias de la Universidad. Durante esos primeros años aprendimos a investigar y también aprendimos el magisterio de la mano de los grandes profesores que allí había.
Luego, en la medida que se acerca el I Congreso del PCC en 1975, apareció una necesidad en la Universidad que no existía hasta el momento, la de formar profesores para enseñar el marxismo que, a partir del Congreso, se generalizaría en todas las carreras universitarias. A las facultades se les orientó que buscaran dentro de su propio claustro profesores, para formarlos en esos temas, independientemente del campo de acción de cada cual. En esa época era muy normal encontrar profesores de química, de física, de biología, etc. formándose en marxismo para cumplir esa tarea de enseñanza por un tiempo determinado.
Y eso fue lo que hice: a solicitud del núcleo del PCC en la Escuela de Química, pasé a estudiar marxismo con los asesores soviéticos. Eran unos cursos intensivos de un año en Ciudad Libertad; en mi vida había yo estudiado tanto (risas). Ahí conocí El Capital y otras obras, pues en la carrera no tocábamos esos temas. Cuando culmino esa formación me piden que asuma la Dirección de Marxismo dentro de la Facultad de Ciencias. De hecho, ya no me encontraría en la Escuela de Química, sino que estaría a otro nivel. En esa época, además, yo asumía ciertas responsabilidades en la UJC, con una militancia muy activa.
Entonces fue pasando el tiempo y, entre dirigir Marxismo, enseñar marxismo y dirigir en la UJC “la cosa se fue complicando”. Siempre estuvo claro que el compromiso era por cinco años, pero tú sabes que cinco años sin ejercer una ciencia es demasiado tiempo (risas). Por otra parte, a través del estudio de El Capital y otras obras básicas del marxismo, había descubierto una pasión por esos temas. Eso me llevó a otra decisión: en esa época ya existía la Facultad de Filosofía e Historia, aparece la carrera de Filosofía y me pidieron entonces formar parte del claustro. Yo no me sentía preparado para eso, pero había unos cursos sobre Teoría del Conocimiento que sí me eran más interesantes por mi formación. Ahí trabajé con asesores soviéticos, me formé en la República Democrática Alemana, seguí estudiando y así llegué a este mundo de la filosofía. A mediados de la década de 1980 comienzo a darme cuenta de que para mí la filosofía no era suficiente, había que combinar la economía política y otros “ingredientes”, y es así como llego a los estudios de Ciencia, Tecnología y Sociedad.
—¿Qué papel tenían la ciencia y la tecnología en las obras de Marx y Engels, y en toda la teoría marxista que a partir de ellas se construye posteriormente?
Lo primero, siempre que se hable de marxismo, es diferenciar las obras fundacionales con las interpretaciones que las sucedieron. Marx tuvo muy claro que la ciencia sería cada vez más determinante en el proceso de reproducción del capital y que iba a convertirse en una fuerza productiva directa. Así lo anuncia en El Capital, incluso cuando la Segunda Revolución Industrial, que es el periodo en que esto sucede realmente, ocurre a finales del siglo XIX.
Ahora, el tema de la ciencia no solo fue abordado por Marx. Te encuentras obras como Dialéctica de la naturaleza de Engels; tienes a Lenin, que en Materialismo y empiriocriticismo se lanza a un debate teórico sobre la ciencia a partir de los resultados científicos más importantes de la época, y muchos otros autores y obras. O sea, que la ciencia está siendo transversal a las obras fundacionales y a toda la filosofía y la teoría marxistas que de ellas emanaron.
Existen dos elementos que quiero destacar sobre la ventaja del marxismo en cuanto a su entendimiento de la ciencia. La primera es que la entiende como un fenómeno social y no como algo independiente, no como una “torre de marfil”: no es un proceso que esté sometido solo al método científico y la búsqueda de la verdad científica. La ciencia es parte de la dinámica social, de las relaciones sociales de producción y, por tanto, parte de los procesos sociales que tienen lugar. La ciencia es un proceso social, la tecnología es un proceso social: no son búsquedas desinteresadas de la verdad: son dinámicas que tienen que ver con la lucha de clases, que tienen que ver con las guerras, con la emergencia del capitalismo.
De hecho, hay una relación muy estrecha entre la emergencia de la ciencia moderna y la emergencia del capitalismo. Engels acotaba en el Anti-Dühring que la burguesía había dado un impulso muy importante a la ciencia, y esto va a transcurrir de manera similar en las distintas etapas del capitalismo.
Hoy en día cuando hablamos de capitalismo neoliberal vemos a las grandes trasnacionales y al complejo militar industrial liderando y siendo los dos grandes inversionistas en ciencia y tecnología. Por lo tanto, tratar de ver la ciencia y la tecnología como algo aparte de la sociedad, como una búsqueda iluminada del conocimiento, sin prestar atención a toda esa dinámica social en que ella está inserta, es simplemente no ver lo que está ocurriendo. Esa es la gran ventaja del marxismo, y más que detenernos en ver cómo lo refleja esta u otra obra, debemos decir que el aporte más grande del marxismo es haber dicho con total claridad que no puede haber una comprensión de la ciencia al margen de una teoría de la sociedad.
En ese mismo sentido viene el otro asunto. Si se quiere superar a la sociedad capitalista, si se quieren buscar alternativas de otra naturaleza, alternativas emancipatorias, no se pueden buscar al margen de la ciencia: la ciencia y la tecnología deben ser parte de ese proceso. O sea que, tanto en la construcción misma de la sociedad real que existe hoy, como en la construcción de alternativas a esa sociedad, la ciencia y la tecnología son fundamentales. Yo creo que el aporte del marxismo es ese: encontrar a la ciencia y a la tecnología como parte del tejido social; buscar en la relación ciencia-tecnología-sociedad las claves de su desarrollo y, por otra parte, descubrir también que cualquier proceso de contestación al capitalismo y construcción de alternativas emancipatorias pasa también por la ciencia y la tecnología.
¿Cuánto se ha comprendido eso por las fuerzas de izquierda posteriormente? No siempre del todo. Hay muchas fuerzas de izquierda que no aprecian completamente el papel de la ciencia y la tecnología, no le conceden esa importancia. Pueden discutir mucho sobre procesos emancipatorios, sobre transformaciones sociales, sin prestarle especial atención a la dimensión científico-tecnológica, y la llevan un poco al margen de esas dinámicas o la ven como algo que vendrá después, algo que se puede resolver en otro momento. Pues no: lo que el marxismo dice es que son básicas en ese proceso de transformación.
En las obras ya de lo que se conoce como marxismo-leninismo, construidas a partir de la etapa de Stalin e instaladas dentro de la URSS y la RDA, te encontrabas posiciones muy diversas. En algunos casos poco atentas a la propia tradición marxista, manejando la idea más positivista que marxista de la ciencia como algo independiente, autónomo, alejada de los conflictos de clases. Pero ese no es el único marxismo que había: había otros marxismos también. Si recordamos movimientos como el de la Ciencia Roja, que agrupaba a científicos relevantes del mundo capitalista, principalmente de Inglaterra y EEUU, encontraremos una denuncia muy clara del papel de la ciencia en la sociedad capitalista, la ciencia relacionada a la Guerra de Vietnam. Había visiones marxistas que sí acentuaban ese lado social y ese compromiso de la ciencia y la tecnología con las grandes dinámicas sociales. Y había otras, dentro y fuera del campo socialista, que tenían una visión más neutral de esas cosas.
Eso tiene que ver también con un fenómeno que se dio en la década de 1930 en la URSS y que es el de la “ciencia proletaria” y la “ciencia burguesa”. Realmente se cometieron muchos excesos. La genética soviética fue duramente golpeada por no comprender “la necesidad” de respetar “las reglas del juego” del desarrollo científico-tecnológico. Fue una dinámica en que una serie de posiciones científicas, sin haber estado sometidas a prueba, fueron improvisadamente colocadas en el primer lugar de la agenda política, y otras opiniones podían ser relegadas. Esto costó campos de trabajo forzoso a algunos y también un relativo atraso en la ciencia soviética que tenía una tradición previa muy interesante. Al interior de las distintas sociedades que asumieron el marxismo se dieron procesos muy diversos, de características muy diferentes.
Cuba tuvo sus particularidades desde el principio. Tuvimos una riqueza extraordinaria que consistía en que había una vanguardia política —y no nos podemos engañar aquí pensando que estas ideas eran generalizadas—, particularmente Fidel y el Che, que tenían claro el papel que debía tener la ciencia.
Por ejemplo, el Che visitó esta misma escuela a principios de la década de 1960, y caminó estos pasillos con la entonces decana de la Facultad de Ciencias. Luego escribe una carta, que le envía a la decana a los pocos días, diciendo todo lo que necesitaba la construcción del socialismo cubano de la ciencia y la tecnología. Entonces el Che se estaba colocando claramente cercano a la posición que comentaba anteriormente de entender la ciencia y la tecnología como el motor fundamental de la transformación social que se pretendía.
Y las ideas de Fidel son absolutamente iluminadas: a principios de los años sesenta, ningún político en el poder en algún país subdesarrollado, y menos de América Latina, tenía esa visión de los problemas de la sociedad como problemas de la ciencia también. La Revolución Cubana tuvo la virtud de contar con líderes que vieron con mucha claridad que la ciencia y la tecnología son parte del proceso social, revolucionario y transformador. Esa visión viene de la teoría marxista, pero no necesariamente fue asumida de igual forma en todas las sociedades socialistas de la época.
Se pudiera lanzar una pregunta bastante abierta del tipo “¿cómo debe ser entonces la ciencia socialista?” No obstante, para poder responder esa pregunta hay primero que responder otras como “¿por qué hacemos ciencia?” o “¿cómo debemos hacerla?” Eso va irremediablemente a los campos de la ontología y la epistemología del conocimiento científico. ¿Cuáles son los logros y los retos actuales en la formación de los estudiantes de ciencias en estos temas?
Desde que yo estudié la licenciatura en Química ya la carrera era muy buena. Nosotros como cualquier joven en esos tiempos teníamos una práctica revolucionaria muy fuerte, nos insertamos en los procesos políticos de la época, fuimos a las zafras azucareras, etc. En fin: no nos encontrábamos enajenados de la realidad social ni mucho menos. Sin embargo, la formación que se recibía —y se recibe— en ciencia y tecnología en Cuba, y en el mundo, es una formación con escaso enfoque histórico, escaso enfoque político, donde no hay un debate social, ético o político sobre los logros de la ciencia. Simplemente se enseñan metodologías de laboratorio, teorías, los sistemas de trabajo propios de cualquier graduado universitario en ciencia y tecnología.
Que esa sea la manera de enfocar los problemas está en discusión no solo en Cuba sino en el mundo entero. Hay carreras hoy en día, incluso en América Latina, que son conocidas como “ingenierías sociales”. El ingeniero que va a hacer un puente no debe pensar solo en cómo construirlo, en qué materiales utilizar o en el diseño de la obra. ¿Qué impacto ambiental tendrá? ¿Qué consecuencias sociales tiene en términos de inclusión o exclusión el diseño del puente? ¿Cómo construyes una bioeléctrica, por ejemplo, en una provincia cubana sin pensar en lo que acontece en esa comunidad y sin dialogar con ella? Las ingenierías, y también las ciencias, todas tienen impacto social; pero eso no es algo que esté incluido en los planes de estudio de las carreras de ciencias naturales y las técnicas. Suele estar subordinado a lo que se pueda enseñar en el ciclo de marxismo, en los ciclos de ciencias sociales que se enseñan en las distintas universidades.
Entramos entonces en otro tema: ¿hasta qué punto ese ciclo es capaz de discutir adecuadamente los temas que hemos estado conversando? Hay muchos déficits ahí también y es algo bastante complicado. Muchas veces los profesores que enseñan esas materias no conocen las carreras donde las enseñan. Si pretendes hacer un análisis filosófico de un tema relacionado con la ciencia y no conoces un mínimo de lo que estás hablando, probablemente evadas esa discusión. Pongamos el ejemplo de los candidatos vacunales de Cuba contra la COVID-19. Hay que tener algunos elementos técnicos para someter eso a un debate filosófico en el aula. Y hay varias preguntas que se pueden lanzar. ¿Qué significación tienen los candidatos vacunales en términos de función social de la ciencia? ¿Qué significa en términos de una comparación crítica entre capitalismo y socialismo en países en desarrollo? ¿Cómo refleja el trabajo realizado los valores de la comunidad científica? Para eso se requiere tener un poco de formación en ciencias que no necesariamente tienen todos los profesores que se embarcan en estos temas.
Tenemos por un lado una enseñanza más tradicional con muy buen nivel. La experiencia de la mayoría de los egresados nuestros que van a realizar posgrados en el exterior es que son exitosos. No cabe duda que se han formado bien en su campo. Ahora, ¿con qué visión social, ética o política se forman? Ya esa es otra discusión. El graduado universitario cubano de carreras de ciencias es alguien trabajador, cumplidor, abnegado, pero no por eso se puede decir que tenga una visión social de la ciencia y la tecnología. Y esto es simplemente porque las asignaturas que reciben no se la inculcan.
Aquí en la Facultad de Química se instauró hace un tiempo un curso sobre la Historia de la Ciencia impartido por la profesora Rebeca Vega. No obstante, eso ha sido presa del descuido y la aleatoriedad. Y te puedo hacer una anécdota: hace un par de años le preguntaba a un grupo de estudiantes de la facultad —de química— en qué año se fundó este edificio: silencio total. Y les dije “salgan afuera, miren en la tarja y vuelvan a entrar”. Luego les lancé estas preguntas: ¿qué pasaba en Cuba en esos años? ¿Cómo se explica que en la década del 50, en un país como Cuba, se hiciera tamaña inversión para hacer este edificio a imagen y semejanza de los edificios de las universidades en la Florida? ¿Quién hizo esa inversión y para qué? ¿Para qué la burguesía cubana necesitaba que existiese una carrera de esta naturaleza? Ellos se pasaron el semestre entero investigando, encontraron algunas respuestas y otras no, lamentablemente no existen muchos archivos documentales de esa época. Pero lo que sí es evidente es que puedes pasar cuatro o cinco años estudiando en un edificio, en una carrera, sin saber de dónde viene o por qué se enseña así y no de otra forma.
Otra vez le pregunto a una estudiante sobre qué investiga y quién era su tutor, a lo que respondió casi al instante. Luego le pregunto que por qué investigaba en eso y no en otra cosa; de dónde venía esa agenda de investigación; quién dictó investigar esos temas y no otros; qué relación tenían esas investigaciones con la política científica y tecnológica nacional, con los planes de desarrollo del país; cómo tributaban sus resultados a la resolución de determinados problemas sociales. Ante esto no tuvo respuesta. Estaba perfectamente cualificada para realizar esa investigación y resolver esos problemas; pero no necesariamente era capaz de entender lo que eso significa en términos sociales. Y esto es lo que nos encontramos diariamente.
A pesar de que estas son carreras construidas por la Revolución, con un ciclo de marxismo y ciencias sociales, los estudiantes no son conscientes de todas las dinámicas éticas, políticas, sociales y culturales de las cuales es parte el desarrollo científico y tecnológico. Técnicamente están muy bien formados, pero no tienen esas ideas claras. Pueden tener una idea neutralista sobre la ciencia. Pueden pensar que la tecnología es, simplemente, ciencia aplicada sin que medien otros intereses. Pueden tener un gran cúmulo de creencias sobre la ciencia que la propia ciencia y la teoría han rechazado a nivel mundial; pero tranquilamente las hacen suyas y viven con ellas.
Hace unos años se creó la asignatura de Problemas Sociales de la Ciencia y la Tecnología (PCST) y yo creo que es la asignatura adecuada para “entrarle” a este problema. ¿Qué ventaja tiene? Incluye lo filosófico, pero eso no siempre es suficiente, y entonces incluye elementos económicos y sociológicos que la filosofía no necesariamente agota. ¿Debe hacerse eso según un patrón marxista-leninista de manual? No, ahí se puede apelar a las visiones sobre la ciencia y la tecnología que existen hoy en el mundo, a los debates éticos, políticos y sociales que pueblan la literatura hoy día, y ponerlos en las manos de los estudiantes para que los discutan. Siempre trato que los estudiantes pasen el semestre entero investigando sobre el propio ejercicio profesional que desarrollan y que respondan qué función social tiene esa investigación. Esa pregunta no tiene para ellos respuesta al principio, pero con el trabajo en el semestre trato de llevarlos a que se cuestionen cosas.
Por ejemplo, alguien que investigue en el Instituto Finlay de Vacunas debe preguntarse quién lo dirige, por qué está ahí, qué proyectos tiene el centro o qué le ofrece ese centro al socialismo cubano. Y esas no son cosas que generalmente se encuentren en el imaginario de los estudiantes. La solución no está tanto por encontrar un camino de filosofía de la ciencia, como por recuperar en la medida de lo posible estos enfoques sociales sobre la ciencia y la tecnología y que ocupen un espacio en la formación no solo en el ciclo de ciencias sociales. Si fuera posible también introducidos individualmente por parte de los profesores que imparten las asignaturas técnicas, que bien podrían también colocar su asignatura en contexto social, en una perspectiva histórica, y hablarle de esos temas a los estudiantes. Eso no debería ser solo un problema de los que trabajan en filosofía.
Sin embargo, temo que estamos retrocediendo en ese terreno. Con los ajustes realizados a las mallas curriculares para pasar las carreras de cinco a cuatro años, los temas de PSCT han desaparecidos de algunas carreras. Y no es que esa asignatura sea la solución definitiva, pero perderla debilita aún más la posibilidad de un debate ético, político, social, cultural, en términos de lucha de clases, de procesos emancipatorios; en términos de función social de la ciencia. ¿Cómo podremos entender entonces qué significa que el Presidente de la República Miguel Díaz Canel Bermúdez diga que la ciencia y la innovación son pilares del gobierno cubano? Eso no se puede abordar en una clase técnica de química, física o biología: eso debe entenderse en un debate social con los estudiantes sobre esos asuntos.
Y no es que estos temas se estuvieran abordando de la mejor manera. Probablemente los profesores provenientes de las ciencias sociales que lo hacían no lo estuvieran haciendo de la mejor manera. Pero creo que se pierde de vista que en el siglo XXI, en la coyuntura tan complicada en que se encuentra el socialismo cubano, donde el país necesita movilizar las palancas de la ciencia, la tecnología y la innovación para salir adelante en esta lucha tremenda contra el bloqueo y nuestras insuficiencias internas, existe una necesidad de que la ciencia permee todo el tejido social y ayude a entender las dinámicas no solo productivas, sino también, por ejemplo, las de la administración pública, las de la salud, las del medio ambiente o las de la educación. La ciencia y la tecnología tienen muchas funciones sociales que cumplir en Cuba. Sin embargo, ¿cuándo vamos a discutir eso? ¿cuál es ahora el momento dentro de la formación de los estudiantes para discutir eso? Ese es un tema que los claustros pudieran pensar integralmente y no relegarlo solo a los profesores de marxismo, sino más bien buscar otros caminos y otras soluciones.
—El profesor Agustín Lage en su obra maneja la tesis de que ya no nos encontramos en una sociedad industrial, más bien en una sociedad postindustrial y que estamos en presencia de una economía del conocimiento. ¿Cómo debe construirse entonces una economía socialista del conocimiento?
Es obvio que se está produciendo una transformación más en la sociedad. Se dice que nos encontramos en la cuarta revolución industrial. En la obra de Lage está muy bien explicado el hecho de que en ese ciclo cada vez la ciencia va ocupando un lugar más protagónico. La primera revolución industrial no tuvo prácticamente nada que ver con la ciencia: la máquina de vapor fue implementada por los ingleses en un momento, y la termodinámica se comenzaba a desarrollar en Francia en otro momento totalmente distinto. La teoría y las transformaciones prácticas estaban desligadas. Eso va cambiando con la segunda revolución industrial, sobre todo con la química en Alemania. Esa revolución industrial ya está más basada en el conocimiento. A principios del siglo XX en EEUU comienzan a aparecer un conjunto de empresas importantes como la Dupont que insertan laboratorios de investigación dentro de las fábricas. Es esto una innovación institucional muy grande que significa que el conocimiento se inserta cada vez más en la dinámica productiva. La tercera revolución industrial es la que da lugar a la biotecnología y a la informática, que se da a finales de los cincuenta y principios de los sesenta, y es absolutamente intensiva en conocimiento. Y en la que nos encontramos ahora incluso más. Por lo tanto, queda claro que estamos en una transformación hacia una sociedad cada vez más basada en el conocimiento.
Aquí hay un punto polémico pues a la sociedad del conocimiento hay que ponerle apellidos. Existe la sociedad capitalista del conocimiento y hay una alternativa que debemos construir que es la sociedad socialista del conocimiento. Para eso lo primero que debemos hacer es entender que la ciencia como está diseñada hoy es absolutamente funcional a la reproducción del capitalismo neoliberal. ¿Cuáles son sus prioridades? ¿Cuáles son los grandes actores que le dan forma? Todo eso es parte de un montaje que el capitalismo ha hecho a la perfección y le da muchos resultados para la reproducción ampliada de ese capital. Es una sociedad que sí, es del conocimiento, pero que no es para todos. Es una sociedad donde existe una concentración enorme de la riqueza a nivel global en unos pocos, cada vez en menos. Es una sociedad donde existe una polarización de la ciencia y la tecnología en un número reducido de países que concentran la inmensa mayoría de la capacidad científica y tecnológica a escala mundial, mientras un gran número de países, cada vez más, se encuentran indefensos ante esto.
Un proyecto socialista como el nuestro que tiene un Plan de Desarrollo Económico y Social y, en él, una visión de la nación que habla no solo de prosperidad sino también de democracia, de desarrollo sostenible y otros temas, requiere de mucho conocimiento y de una orientación muy precisa de ese conocimiento para llevar a cabo todos esos proyectos. Y pensando no solo en términos de la producción de alimentos o la industrial, que sería lo obvio, sino también en la administración. Necesitamos políticas públicas mucho mejor elaboradas, evaluadas y monitoreadas luego en su desarrollo, y eso requiere conocimiento. Una sociedad socialista del conocimiento es aquella donde el conocimiento sea puesto en función del desarrollo económico, social, cultural, ambiental; donde el conocimiento esté en función de las mayorías, esté en función de la solución de los grandes problemas nacionales, de la soberanía nacional, de la defensa del patrimonio nacional… (suspiro) —¡Son muchas cosas—! El capitalismo no tiene ninguna de esas preocupaciones. En el capitalismo desarrollado muchas veces no se deben defender esas cosas, y en el subdesarrollado otras tantas veces ya se ha prescindido de ellas.
Defender un modelo socialista dentro de un mundo tan adverso necesita de mucho conocimiento, y eso sería la antítesis a lo que pudiéramos llamar el capitalismo cognitivo o la sociedad capitalista del conocimiento. Yo creo que hay que construir un modelo socialista cada vez más basado en el conocimiento y en la tecnología; hacerlo aprovechando los valores que tenemos dentro de nuestra comunidad científica. En la gran mayoría de nuestra comunidad científica encuentras actitudes que no hallarás en otros países donde se vive en la ideología del “sálvese quien pueda”. Las personas quieren ganar dinero y tener un carro del año. Aquí puede que tengamos esas aspiraciones, pero la comunidad científica cubana comparte también un proyecto social.
Y eso quizá no se veía todos los días, pero de pronto apareció la pandemia y el gobierno convocó a la comunidad científica, y allí están nuestros candidatos vacunales. El único país subdesarrollado que hoy en día tiene algún candidato vacunal contra la enfermedad es Cuba. Y ese es un tema que hay que discutir también con los estudiantes: ¿cómo es posible eso? Eso es posible porque hay una orientación social del proceso científico que otros países no tienen. Los científicos cubanos se han consagrado completamente a resolver un problema de este pueblo, y eso no implica necesariamente prebendas económicas. ¿Por qué lo hacen entonces? Porque existe algo que se llama “valores”. Y una sociedad socialista del conocimiento tiene que inculcar a sus pobladores que no alcanza con saber ciencia y tecnología. Una sociedad socialista del conocimiento debe ayudar a conformar esos valores.