Agustín Lage Dávila - Razones de Cuba
Tomado de De pensamiento es la guerra
Saldrá publicado este comentario a varios días de la celebración del Día Internacional de los Trabajadores, en este 1º de Mayo del 2022. Han pasado 136 años desde aquel sábado de 1886 en que 200 000 trabajadores en Chicago fueron a la huelga en reclamo de la jornada de 8 horas; y siempre cada celebración de este día hace pensar.
Ya no era esa huelga, como en la historia precedente, una batalla por la soberanía de un estado-nación. Esta era una batalla por la justicia social.
En Cuba, muchos años después estamos dando la misma batalla. Pero la damos desde una Revolución en el poder, y se lucha por no perder la justicia social conquistada, y por conquistar más.
El riesgo de perderla viene de las dificultades económicas, y viene también de las posibles soluciones equivocadas a esas mismas dificultades.
Los trabajadores, los de 1886 y los de ahora, siempre han sabido (hemos sabido) que las verdaderas soluciones a los problemas económicos y sociales, son soluciones colectivas. Todos los que desfilaremos por las plazas este 1º de Mayo sabemos eso. Lo podremos explicar mejor o peor, según las capacidades expresivas de cada cual, pero todos lo sabemos. El camino de las soluciones individualistas (al que preocupantemente muchos miran) es el camino de la no-solución, de la expansión y perpetuación de las desigualdades sociales.
Por eso, sean cuales sean las soluciones que creativamente diseñemos, no podemos renunciar al objetivo de tener una economía con capacidad para redistribuir permanentemente la riqueza, e impedir la expansión de desigualdades. Y eso se llama Socialismo.
Por eso también, sea cual sea el paisaje de diversidad de actores económicos que (correctamente o casi) construyamos, y en el que caben muchos y diversos, el combatiente principal de la batalla tiene que ser la Empresa Estatal Socialista (incluida la Pequeña y Mediana Empresa Estatal).
No podemos analizar este tema con la superficialidad reduccionista de la tecnocracia económica, porque el problema tiene profundas raíces culturales. Enfrentamos un desafío económico, pero también, y diría que principalmente, un desafío cultural.
El régimen fiscal de impuestos, el régimen de propiedad, la política salarial y el sistema de protección social que una sociedad construye reflejan la parte del fruto del trabajo que los hombres están dispuestos a compartir con otros hombres. Compartir más allá de su retribución individual, más allá de su familia, más allá incluso de su pequeño colectivo laboral. Y esa voluntad de repartición es una construcción cultural.
Hay factores culturales y de valores que determinan que funcionen o no las estrategias económicas. Ellos determinarán si, en el proceso de transformaciones de la economía para adecuarla a las nuevas realidades tecnológicas, saldrán vencedoras la descentralización eficiente y la iniciativa emprendedora, o vencerán el egoísmo y la corrupción.
Igualmente importante entre los determinantes culturales de las estrategias económicas es la capacidad de todos para comprender las consecuencias distales de cada decisión del momento. Esa visión distal en cada uno de nosotros determina también las actitudes que tomamos ante los problemas y las opciones de hoy. Hay que saber posicionarse, ante cada opción, no solamente en función de sus consecuencias para el día de hoy, sino también de sus efectos para la sociedad en plazos más distantes, y de los riesgos de irreversibilidades, si nuestra cultura nos permite verlos. Quien no logre verlos, lamentablemente quedará como rehén de los vientos de ideas de cada momento. Conocemos de otras sociedades que han cometido ese error colectivo, y conocemos también lo que pasó después.
Al preguntarnos si los valores de la cultura cubana conducen o no a querer una sociedad equitativa y solidaria, nos respondemos, basados en nuestra historia, enfáticamente que SI, que es eso lo que quiere el pueblo cubano.
A esa sociedad equitativa y solidaria no podemos pretender llegar solamente con una buena política de impuestos, la cual es imprescindible, pero no suficiente. Los recursos derivados de los impuestos sobre las ganancias nunca han sido suficientes. Intentar sostener la justicia social solamente con los impuestos nos llevaría a una contradicción insalvable: para colectar más impuestos podríamos necesitar de un sector de la población que tenga mucha ganancia, mucha más que otros, lo cual es lo contrario de lo que se quiere. Mantener en manos de la propiedad socialista de todo el pueblo las palancas de la economía y los canales de la redistribución es la única garantía posible de la justicia social.
Este razonamiento vale para cualquier sector de la economía, pero especialmente vale para la economía de mayor contenido tecnológico, basada en la gestión del conocimiento, porque ese conocimiento surgió de la inversión social en educación y ciencia, que proviene a su vez de la riqueza colectiva de todos los cubanos.
Eso (y más) es lo que vamos a decir los científicos y tecnólogos al participar en las marchas del 1º de mayo, como parte de la clase trabajadora que somos.
Conciliar los objetivos de eficiencia económica con los de justicia distributiva es la tarea estratégica principal. Ello incluye la justicia distributiva entre los trabajadores del sector no estatal y el estatal; y también la justicia distributiva entre los trabajadores de diferentes empresas y sectores dentro de la propiedad estatal. La expansión de desigualdades más allá de determinado umbral (culturalmente determinado) no genera más motivación al trabajo, sino menos. Las desigualdades sociales, todas ellas, engendran distorsiones de la conducta y fragmentación de la conciencia social.
De que conduzcamos bien este delicado balance entre equidad y estimulación económica, depende la motivación alcanzable para la iniciativa emprendedora y para el trabajo. Iniciativa emprendedora que, en las nuevas realidades tecnológicas mundiales, tiene que ser una iniciativa distribuida en toda la economía, y en todas las formas de propiedad. La fórmula socialista “a cada cual según su trabajo”, infinitamente más justa que la del capitalismo, contiene sin embargo su cuota de injusticia, porque los hombres no están todos en igual posibilidad de ser productivos en cada momento concreto.
En Cuba la distribución a los ciudadanos de los beneficios de la educación y la salud (entre otros) no sigue una fórmula socialista. Va más allá de eso y sigue una fórmula comunista: “a cada cual según sus necesidades”. Y nuestra cultura, muy mayoritariamente, abraza ese ideal.
Los retos de la construcción del Socialismo siempre han estado en las relaciones entre la economía, la ciencia y la cultura.
Conocemos, sin ingenuidades, las enormes complejidades de la tarea, pero estamos convencidos de que lo podemos lograr, porque confiamos en los valores del ser humano. También sabemos, igualmente sin ingenuidades, que hay muchos que no confían en esos valores, o peor aún, que dejaron de confiar, doblándose ante el peso de las dificultades materiales o atraídos por las soluciones individuales, aquí o afuera. Allá ellos con sus amarguras intelectuales.
Nosotros los trabajadores, los de la producción y los de la ciencia, vamos a seguir luchando por los objetivos simultáneos e interdependientes de justicia social, soberanía nacional, socialismo y prosperidad. José de la Luz y Caballero definió la justicia como “el sol del mundo moral”. Y no vamos a pelear a la sombra.