M. H. Lagarde - CubaSí.- Nunca en Cuba se le ha gritado una ofensa a un deportista extranjero, mucho menos a un atleta norteamericano. Entonces, ¿quiénes son los verdaderos dictadores?


Como buenos pichones de terroristas domésticos, tal y como se esperaba, los «cuatro gatos» encargados de azuzar la cizaña en Miami se manifestaron «pacíficamente», al mejor estilo trumpista, durante el juego de semifinales del Clásico Mundial entre Estados Unidos y Cuba que tuvo lugar ayer en esa ciudad. 

En contra de la sagrada Paz que profesa y lleva implícito todo evento deportivo, interrumpieron el partido lanzándose al terreno, mostraron carteles o se desgañitaron en las gradas gritando vulgaridades.

Como ya se ha hecho habitual, en encuentros de este tipo celebrados en Estados Unidos donde participan peloteros de la Isla, tales actos de vandalismo antideportivo solo son concebibles gracias a la anuencia de la mafia anticubana que hoy gobierna la capital del odio.

De acuerdo con un reporte de la agencia EFE el alcalde de Miami, Francis Suárez, informó en una rueda de prensa celebrada antes de que comenzara el juego, que el equipo de los Marlins había dado autorización para que los aficionados que lo desearan ingresaran al estadio con pancartas, banderas cubanas y camisetas con eslogans contra el Gobierno cubano. 

Según afirmó el alcalde: «Para mí esto es mucho más grande que Cuba, tiene que ver con el virus del socialismo y del comunismo, que es un engaño», al tiempo que se mostró preocupado por la cada vez mayor «involucración» de China en el hemisferio occidental.

¿Alguien sabe si los implementos deportivos con que jugó el Team Asere eran Made in China?

Lo que sí se supo después es que alguien, con el tino de impedir que lo que era un evento deportivo se convirtiera en otro asalto trumpista al Clásico Mundial, impidió que lo convocados por los gerentes de la industria anticubana entraran al estadio con camisetas con el slogan Patria y Vida.

Esto último generó la protesta de nada menos que el senador Marco Rubio, un personaje que se vanagloria públicamente de ser el autor intelectual de las más de 200 medidas que recrudecieron el fallido bloqueo contra la Isla durante la administración Trump.

En un video que publicó en su cuenta de Twitter el senador republicano afirmó haber recibido reportes de personas a las que los Miami Marlins, organización que opera este estadio financiado por los contribuyentes, han impedido entrar con carteles que resultan «ofensivos al régimen cubano».

«Es indignante, desagradable y grotesco. Espero que no sea verdad, y espero que sea corregido», opinó el otrora cerebrito de Trump.

En realidad lo «indignante, desagradable y grotesco» fue el intento de convertir un evento deportivo en un acto político. Si el senador tuviera un dedo de frente más que su antiguo jefe se diera cuenta que los carteles, que él considera ofensivos al régimen cubano, lo son en realidad pero contra el estado fascistoide que se ha instaurado en los últimos años en la Florida.

En buena lid el equipo Cuba, conformado por cubanos de la Isla y jugadores de las grandes ligas, que logró llegar a semifinales, cayó ante la potente batería norteamericana y la presión de los odiadores, quienes se anotaron, por cierto, otra derrota en su contra al mostrarle al mundo, una vez más, en qué consiste realmente ese eufemismo conocido como «democracia americana».

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