Thalía Fuentes Puebla - Foto: Heidy Montes de Oca - La Jiribilla


Pocos artistas tienen la sensibilidad para calar hondo en otra persona mediante la música; incluso, hacerlo sin acordes, sin sonidos, sin ritmos, solamente con un gesto o una mirada. La magia siempre yacerá en esa posibilidad de conectar o hacer que el otro sienta o se embriague del éxtasis que propone un viaje sonoro. El pasado lunes, en la Sala Covarrubias del Teatro Nacional, fue posible ese deleite por la unión casi perfecta entre la voz de Rozalén, el performance de Beatriz Romero mediante el lenguaje de señas, la guitarra de Ismael Guijarro y el piano y acordeón de Álvaro Gandul.  

“Me encantó cómo quedó el concierto y todas las conexiones que se lograron, sin querer queriendo, entre España y Cuba”.

“Esto ha sido un capricho mío”, afirma Rozalén sobre su viaje a Cuba, por eso, agrega, la oportunidad de venir a cantar a La Habana merecía un repertorio hecho a medida. “Elegimos diferentes canciones de todos los discos, versiones que hacía tiempo que no cantábamos y que consideraba que era importante traerlas acá. Me encantó cómo quedó el concierto y todas las conexiones que se lograron, sin querer queriendo, entre España y Cuba”.

Rozalén comentó a La Jiribilla que en este viaje se llevó muchas sorpresas: “Vosotros sois alegres, bailarines, y en el teatro durante el concierto había un silencio y un respeto que llegué a pensar que no les estaba gustando. Hasta cuando contaba las cosas chistosas. Y no, era todo lo contrario; estaban escuchando”.

Luego de la presentación, los cuatro artistas españoles se abrazaron y lloraron. Hablaron de determinados momentos inexplicables en el concierto “como la belleza de que empezaran a aplaudir a mitad de una canción de esa manera; juntar a Luis Eduardo Aute y a Silvio Rodríguez, que tanto se querían, con sus canciones; el final del concierto u oír los coros de canciones mías, y la sorpresa de que en Cuba sabían mis letras”.

Rozalén había venido antes al país. Precisamente, fue La Habana la musa de “Girasoles”. Si preguntas por la conexión con esta tierra, rememora los recuerdos compartidos con músicos cubanos como Pablo Milanés que la llevó a La Mar de Músicas de Cartagena a cantar, y esa vez, hace un año o dos en Barcelona, cuando estuvo en el escenario junto a Omara Portuondo y pudo comprobar de primera mano la transformación de la Diva del Buena Vista Social Club. Fue mágico.

“Escucho música de aquí y no soy la única. Somos muchos los que admiramos el nivel tan bestia que tenéis. Conocí a Silvio en un homenaje a Aute, con quien tenía una relación estrecha, antes de que él muriera. Las primeras canciones que me aprendí eran de Aute, de Silvio y cuando lo conocí estaba al borde del ataque. Con Carlos Cano que era un enamorado de aquí y sin estar vivo, tuve la oportunidad de grabar ‘María la Portuguesa’. Federico García Lorca también me recuerda a este país. Todos hablan maravillas o tienen historias de amor con La Habana y con Cuba. Tenía tantas ganas de venir”.

De la Mayor de las Antillas, asegura, se queda con la gente que es la que hace los lugares. “Creo que sois personas de las que aprendemos, por todo, porque tenéis un ingenio brutal, porque dentro de una inundación hay una mesa donde se juega dominó. Le dais la vuelta a todo, la resistencia, la fuerza. Entregáis lo poco que tenéis. Son demasiadas cosas. Y, como uno quiere estar en los sitios donde te hacen sentir bien, es normal que todo el mundo les desee vuestro bien y que remueva tanto estar aquí”.

Si bien las letras de las canciones de Rozalén sincronizan con el performance que logra Beatriz Romero cuando traduce cada frase al lenguaje de señas, el espectáculo va más allá y es también teatro, sentimiento, pasión, dos actos separados que se convierten en uno. 

“He tenido la suerte de encontrar a un pedazo de intérprete de lengua de signos que lo hace muy artístico, porque no todos logran algo tan bello, y encima, parecemos hermanas de otra vida y tenemos mucha conexión. Eso permite que viva esto con ella, porque si no tuviéramos feeling, a lo mejor solo lo hubiéramos hecho de manera puntual, pero no como parte del show”, refiere Rozalén.

Beatriz viene de la psicología social y ella me acercó a la comunidad sorda, agrega la cantante. “No puedo tener un mensaje determinado y no llevarlo a la práctica. Entonces sí o sí lo tenía que hacer. Cuando está ella en el escenario me lo disfruto más, porque soy muy tímida y el protagonismo compartido es mejor. Además, las personas sordas pueden venir a disfrutar de un concierto y, sobre todo, creo que es importante que nos acostumbremos a ver intérpretes en todos los lugares, rampas de accesibilidad, o sea, que sea algo normal, porque es de la manera en la que no señalaremos a nadie por sus diferencias”.

“Creo que sois personas de las que aprendemos, por todo, porque tenéis un ingenio brutal, porque dentro de una inundación hay una mesa donde se juega dominó. Le dais la vuelta a todo, la resistencia, la fuerza. Entregáis lo poco que tenéis. Son demasiadas cosas”.

Beatriz, por su parte, cuenta que ella y Rozalén se conocieron en Bolivia en 2008 cuando hacían un curso de cooperación. “Ella ya cantaba y yo trabajaba como intérprete de lengua de señas en un instituto en España. En el tiempo libre le acercábamos la guitarra para que cantase y yo me ponía la nariz de payasa. A la gente le parecía muy divertido lo que hacíamos. Fue casual. En un concierto me pidió subir al escenario e improvisamos. Luego cuando coincidíamos la acompañaba, hasta que preparamos un espectáculo para niños del Sahara. Vinieron personas sordas y les gustó mucho ese performance”.

No es solamente que ella quiera contar conmigo como intérprete de lengua de señas, añade Romero, sino que me pone a su lado, comparte el protagonismo y, así, se da más importancia a lo que ella está diciendo. “Me siento una prolongación de lo que Rozalén canta. Si estoy cerquita, de un golpe de vista nos pueden ver a las dos. Es como los subtítulos, que al principio cuesta leerlos y ver la imagen, pero llega un momento en el que te acostumbras y lo ves como un todo”.

Como Rozalén es muy emotiva, el reto para la intérprete es intentar transmitir lo que ella quiere.  “Pero me encanta, me hace feliz. Antes decía que tenía el trabajo de mi vida porque siempre quise ser intérprete de lengua de señas, pero con ella tengo el trabajo de mis sueños porque he juntado el teatro, el circo, la danza y la lengua de señas”.

Sobre las temáticas de sus composiciones, Rozalén piensa que lo más sano es ir combinándolas, porque, por ejemplo, le cuesta mucho más escribir sobre amor. “Me da vergüenza decirle a mi pareja ‘te quiero’ a través de una canción. Tengo muy pocos temas de amor. Estoy ahora mismo haciendo el esfuerzo por decirlo más, porque esas son las grandes cosas de la vida; el amor está muy repartido, en diferentes formas. Hablo de lo que siento, de lo que vivo y de lo que observo. Está todo muy unido y también, la mayoría de los artistas que he admirado toda mi vida han tenido un compromiso social y un mensaje. Entonces, una es reflejo de lo que escucha”.

“Todos hablan maravillas o tienen historias de amor con La Habana y con Cuba. Tenía tantas ganas de venir”.

La raíz la tengo muy marcada, responde a la siguiente pregunta. Quizás porque se crió en un pueblo con mucha gente mayor. Lleva tatuado en el tobillo un olivo, porque es el árbol de su tierra y es lo que la agarra al suelo cuando vuela. “Para mí es esencial conocer de dónde vengo, para saber hacia dónde voy. Creo que conforme voy haciéndome mayor, más nostalgia tengo de mi infancia y de los que ya no están. La vida es toda infancia y cada vez tiendo más a volver a ahí. Ahora me veo imitando cosas que hacía mi abuela. En lo antiguo está lo moderno para muchas cosas. Encima actualmente hay tanta gente haciendo música tradicional, mezclándolo con cosas modernas, que de esa manera no se perderá”.

Sobre Cubadisco, Rozalén refiere que es un evento que visibiliza y une. “Esta mañana he estado con Silvio Rodríguez. Gracias a este festival estamos en La Habana diferentes artistas de todos lados, y ahí es donde surgen las cosas importantes, porque la música es eso, compartirla. El evento te brinda la oportunidad de ponerte en contacto con otros artistas, enriquecerte y crecer”.

Ante una última pregunta, Rozalén se interroga a sí misma para hallar una respuesta certera: “¿Qué me llevo de Cuba? Me cuesta mucho pensar, definirlo, encontrar una frase. Pero pese a todo, esperanza”.

Entrevista: Rosa Elena Encinas Hurtado

Grabación y edición de podcast: Thalía Fuentes Puebla

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