Omar Rafael García Lazo - Exclusivo para Al Mayadeen Español.- En Cuba ha muerto Iroel Sánchez. Y estas son las líneas que ningún revolucionario cubano de hoy quisiera escribir.
Iroel Sánchez es un intelectual cubano nacido y formado en la etapa revolucionaria, un hijo de la Revolución, a la que defendió hasta su muerte. Hablamos de un guerrero que como escudo tuvo su vasta cultura, y como espada el pensamiento y la forma de pelear de Fidel.
Iroel, así, sin más señas, es reconocido hoy en todos los círculos intelectuales de la Isla y más allá de sus fronteras como uno de los polemistas antimperialistas más agudos y certeros de Cuba.
En los últimos doce años, Iroel marcó pautas en la lucha cultural e ideológica en la mayor de las Antillas y dejó un profuso legado en el modo de crear, del cual deben beber las generaciones actuales, en cuyas espaldas recae la proyección futura de la Revolución.
Con pocos recursos, perseverancia asiática, energía caribeña y mucho talento, movilizó saberes, conciencias y decisores para la concreción de proyectos culturales y mediáticos que sentaron cátedra por su factura y contenido.
Combinó con elegancia y profundidad la defensa del socialismo cubano, la denuncia del imperialismo, el legado y el presente de las luchas emancipatorias de los pueblos del mundo y sus culturas; y construyó un discurso marcado por una extraordinaria sensibilidad humana y política. No en balde se convirtió en referente y voz demandada por medios de prensa antihegemónicos de diversos países; y blanco predilecto de los ataques de títeres y cobardes.
Fue de los primeros que alertó sobre los peligros que de Estados Unidos vinieron en la era de Obama, y sin contraponer la lucha ideológica a la política exterior cubana, supo hilvanar, con dedal fidelista, su mensaje. Sabía Iroel, como nos enseñó Fidel, que no seremos perdonados y que al imperialismo y sus adláteres de nuevo signo se les denuncia y desnuda hasta las últimas consecuencias.
Un día lo escuché contar una anécdota sobre uno de los líderes históricos de la Revolución. Lo hacía con un respeto que para mí alcanzaba otra dimensión. No era el respeto que se desprende de la disciplina, la admiración o la idolatría. Era un respeto que emanaba de la consideración, de la comprensión humana del valor del sacrificio de los que nos antecedieron y construyeron, sin que eso implique mirar sin justicia los aciertos y errores.
Pero su balanza, la balanza de Iroel estaba muy bien definida. Tal vez porque además de toda su rica existencia, conoció también el sacrificio en la noble tarea de brindar su vida por otras pueblos. Porque Iroel, como decenas de miles de cubanos de su generación, se fue a África a luchar contra el apartheid, página que lo marcó profundamente.
Si una característica define a Iroel es su ímpetu sincero y culto, ímpetu que necesita el momento actual cubano. Y esa cualidad suya, junto a su modestia, acompañará para siempre mi imagen sobre él. Hasta la Victoria Siempre, Iroel.
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