Foto: Ismael Francisco
Félix López
La foto no clasifica como cobertura periodística de rutina. No lo es por la circunstancia, el lugar, la hora y el entrevistado. De ese día ha transcurrido un cuarto de siglo y puedo contar lo sucedido como si fuera la noche de ayer. Es 4 de noviembre de 1998 y faltan quince minutos para la media noche. Una hora antes yo estaba en pijamas y una llamada de la redacción del periódico Granma me avisa que pasan por mí. «Vete al Instituto de Meteorología que allí está Fidel».
A esa misma hora el huracán Mitch demuele parte de Centroamérica. A las costas del sur de Cuba llegan olas de más de cuatro metros y vientos de casi 70 kilómetros por hora. Cuando entro al puesto de mando de José Rubiera (el hombre que le enseñó a los cubanos todo sobre ciclones tropicales) ya la periodista Gladys Rubio entrevista a Fidel. He llegado de último y trato de incorporarme sin ruidos. Escucho atento a Fidel y a Rubiera y dejo que el equipo de la televisión haga su trabajo.
Cuando mi colega Gladys termina y se apaga la cámara, aprovecho para preguntarle a Fidel sobre otros temas. Venía de reunirse con una delegación de estadounidenses y la agenda política y económica de aquellos días era convulsa. El diálogo cuela. Fidel luce cansado, pero la conversación es distendida. Le digo que seguro él no ha podido revisar los cables del día, pero hay una noticia increíble que acapara titulares en cierta prensa anticubana.
— ¿Qué noticia es esa? —pregunta Fidel con asombro.
— La Fundación Nacional Cubano Americana anunció que presentará ante un juez de Madrid una demanda contra usted por genocidio... ¿Qué opinión le merece?
Fidel se acercó un paso y dejó caer su mano derecha sobre mi hombro. En ese instante solo vi una pared verde olivo de 1,91 metros frente a mi cara y el eco de una voz muy conocida que respondía a mi interés periodístico con otra pregunta.
— ¿Y tú crees en eso?
— Comandante, le he dicho que es una noticia increíble, pero es importante su opinión.
— Esa respuesta amerita horas y ahora mismo suceden cosas más importantes.
Fidel se veía cabreado. Me dio la espalda y abandonó la oficina de Rubiera. Tras él salieron todos a despedirlo. Me quedé allí junto al fotógrafo Ismael Francisco González, que en solidaridad de equipo me daba otra palmada en el hombro… No pasó ni un minuto y el Coronel José Delgado, jefe de la escolta, se paró en la puerta para pedirme que lo acompañara. «El Comandante te mandó a buscar», me dijo. Lo seguí y al final del pasillo, casi en penumbra, me esperaba Fidel.
— ¿Tú no estás molesto? —preguntó el Comandante.
— Yo no, pero creo que el que se molestó fue usted.
— Para nada. Ve y escribe. Hemos tenido una conversación interesante.
Cuando llegué al periódico Granma ya el director, Frank Agüero Gómez, estaba al tanto de que no había sido una cobertura tranquila. Me preguntó qué había ocurrido y le conté que hice la pregunta que un periodista informado haría a un hombre de la estatura de Fidel. Y añadí que si él la hubiese respondido, el periódico, sin duda, publicaría su respuesta… Frank no me dio una palmada en el hombro, pero dijo las palabras mágicas que espera cualquier reportero. «Sube y escribe la página ocho del periódico».
Salió el sol y dos o tres colegas talibanes, sin conocer detalles de lo ocurrido, comenzaron a pedir mi cabeza. Que si irresponsable. Que si le faltó el respeto a Fidel. Que si se ganó un manotazo. Que no debería escribir para Granma… «Y la vida siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido» y yo pude volver a preguntarle a Fidel muchas otras veces dentro y fuera de Cuba. Y reconozco y agradezco que fue gracias a la entereza y la paciencia de Frank que siempre me respetó y me cuidó como a cualquier otro periodista experimentado de aquella redacción de finales del siglo XX.
Por una de esas casualidades de la vida, casi tres semanas después de aquella noche con Fidel en el Instituto de Meteorología, me tocó escribir la segunda parte de la historia. El mismo día en que un juez en Madrid desestimó la querella presentada por la FNCA contra Fidel Castro, el Comandante «genocida» anunciaba el envío gratuito de dos mil médicos cubanos para servir a los pueblos de Honduras y el resto de los países devastados por el huracán Mitch. Ninguno de los que acusaban a Fidel había movido un dedo ante los daños causados por uno de los ciclones más poderosos y mortales de la historia. Escribirlo fue como devolverle su palmada en mi hombro.
PS: Haters, anti-Castro and opinion officers aren’t needed. To feed anger I have plenty of stories and photos with Fidel.