La única prosperidad que Martí aceptaba es la derivada del trabajo honrado. Foto: Modesto Gutiérrez.


Marlene Vázquez Pérez

Cubadebate

José Martí, sin duda alguna, está en el centro del debate ideológico y cultural contemporáneo. Es cada vez más frecuente encontrar el interés por legitimar criterios sobre temas muy diferentes entre sí, acudiendo a las citas de su pensamiento desde los ángulos más diversos.

Una de las frases más usadas, descontextualizadas y tergiversadas es la siguiente: “Ser bueno es el único modo de ser dichoso. Ser culto es el único modo de ser libre. Pero, en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno.”

Hay quien entiende que su afán de sabiduría y libertad, aquí expresado, se dirige sólo a la intención de garantizar un ser próspero que, a su vez, sea bueno, y por extensión, dichoso.

A mi modo de ver, en esa perspectiva hay un reduccionismo pragmático que poco o nada tiene que ver con el altruismo martiano. A Martí no le interesaba ser próspero en primera instancia. Entendía que el ser humano tenía necesidades materiales que debía satisfacer, como es natural, pero sus fines y objetivos no eran los de un hombre común, estaba por encima de lo material y de su austeridad y honradez han dado fe muchos de sus contemporáneos. Quien consideró como prioritario el cumplimiento del deber, y a ello consagró su vida, no persiguió nunca la acumulación de riquezas.

Si hubiera querido una carrera exitosa que le proporcionara amplio patrimonio hubiera podido tenerla con toda seguridad, pues era muy laborioso y le sobraba talento. Su concepto personal de prosperidad difiere totalmente de lo ostentoso o lo superfluo, cuando la identificación era algo muy común y extendido entonces y lo es más aún en nuestros días. Para él significaba posesión de aquello suficiente a la comodidad y la satisfacción de las necesidades materiales. Por tanto es contrario a las conductas que impone el consumismo demencial, el cual iguala prosperidad con opulencia para unos pocos, frente a la miseria de las grandes mayorías, y un abismo brutal de pobreza y desigualdad.

Además, en esa interpretación hay un contrasentido, pues del mismo texto, “Maestros ambulantes”, proviene este otro aserto suyo, que corrobora su altura moral y su vocación de servicio a los demás: "Los hombres son todavía máquinas de comer, y relicarios de preocupaciones. Es necesario hacer de cada hombre una antorcha." 

La única prosperidad que Martí aceptaba es la derivada del trabajo honrado, pues en su opinión: "La prosperidad que no está subordinada a la virtud avillana y degrada a los pueblos; los endurece, corrompe y descompone."

En este mismo artículo, un obituario dedicado al periodista uruguayo Juan Carlos Gómez, recién fallecido entonces, dice que los argentinos, al ver que su territorio era extenso y poseía cuantiosas riquezas, propiciaron que su pueblo creara “[…] un vivo amor al fausto, que es afición que en todos los pueblos ha puesto siempre en peligro el decoro.”

Cabe decir entonces que en la idea con que iniciamos este texto la nota dominante la constituye la cultura, fuente de toda libertad, y al mismo tiempo cimiento y coraza de los pueblos. No hay un iluminismo forzado, como sostienen algunos: si se daña o se pierde la cultura de una nación, su existencia peligra seriamente, al punto que puede dejar de ser.

En cambio la bondad como fuente de dicha y satisfacción está presente en muchos de sus textos, no solo en “Maestros ambulantes”. El joven de veinticuatro años que viajó de incógnito a La Habana a principios de 1877 bajo el seudónimo de Julián Pérez, le contaba a su amigo mexicano Manuel Mercado cómo sorteó peripecias y riesgos, gracias, sobre todo, a la ayuda de personas queridas.  En esa carta aseveraba que “[…] el bien que en una parte se siembra, es semilla que en todas partes fructifica […]”.

Ese mismo criterio es el que lo llevará a sostener años después en las páginas de La Edad de Oro( 1889), que no fue solo una mera revista para el entretenimiento de niños y jóvenes, sino un  proyecto emancipador dirigido a los futuros ciudadanos de Nuestra América al iniciarse el siglo XX, estas consideraciones, que vuelven a poner en sintonía bondad y libertad: “¨[…] el mundo es un templo hermoso, donde caben en paz los hombres todos de la tierra, porque todos han querido conocer la verdad, y han escrito en sus libros que es útil ser bueno, y han padecido y peleado por ser libres, libres en su tierra, libres en el pensamiento.”

Lo curioso aquí es cómo avecina lo bueno con lo útil, con lo cual pretende implicar en su noble estrategia a las élites adineradas o de clase media en el continente, que eran las que tenían acceso a la educación y a la letra impresa. Estos sectores de mentalidad pragmática le concedían prioridad a aquello que pudiera proporcionar algún provecho tangible, y ese fue el modo que encontró para atraerlos a hacer el bien.

Conocedor como pocos del ser humano y de sus aspiraciones, previno más de una vez en sus lectores la impaciencia por alcanzar fortuna y éxito fácil, sin que medien años de trabajo y esfuerzo, consciente de los riesgos éticos que ello supone. En otro de sus textos de La Edad de Oro, “Músicos, poetas y pintores” aborda así el asunto: “Lo general es que el hombre no logre en la vida un bienestar permanente sino después de muchos años de esperar con paciencia y de ser bueno, sin cansarse nunca. El ser bueno da gusto, y lo hace a uno fuerte y feliz.” 

Su optimismo y entereza lo hacían desestimar la queja y mantener intacta su confianza en un futuro de felicidad, que no estaba, por cierto, únicamente subordinada a lo material. La fibra espiritual del ser humano juega en ello un papel protagónico:

Sólo los necios hablan de desdichas, o los egoístas. La felicidad existe sobre la tierra; y se la conquista con el ejercicio prudente de la razón, el conocimiento de la armonía del universo, y la práctica constante de la generosidad. El que la busque en otra parte, no la hallará: que después de haber gustado todas las copas de la vida, sólo en ésas se encuentra sabor.

La ejecutoria personal de Martí y su obra escrita lo perfilan como el Homagno que tan bien definió en sus textos poéticos. Ese neologismo denota una altísima condición humana, donde se unifican sabiduría, sentido del deber, fortaleza moral, que nada tiene que ver con el individuo común que necesita ser próspero para ser bueno.

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