Enrique Ubieta Gómez

Recientemente la televisión cubana presentó pruebas sobre la existencia de nuevos planes terroristas contra Cuba fraguados en la Florida, y exhibió un video, en el que un grupo de mercenarios cubanos realiza prácticas de tiro y explican su propósito. Sus proezas militares serían colocar explosivos en su tierra natal, y disparar a sus antiguos compatriotas. Uno de ellos entró ilegalmente al país y fue detenido, junto a sus cómplices o reclutados. El organizador del team, un tal Willy, de nombre simbólico, declaró: “Vamos al nivel del daño corporal”. Hablo de mercenarios y no de simples contrarrevolucionarios, porque de alguna manera responden a los intereses de la potencia que durante más de dos siglos ha pretendido apoderarse de la tierra donde nacieron. No he encontrado una confesión más diáfana que la que un blog contrarrevolucionario publicara en 2011 —blog, paradójicamente, con ínfulas intelectuales, que tuvo dos nombres simbólicos antes de desaparecer: primero, con excesivo entusiasmo, “Últimos días” y después, cauteloso, “Penúltimos días”— en defensa del terrorista Luis Posada Carriles:

“Una sociedad (la norteamericana) a la que Posada Carriles, por mucho que eso moleste a sus críticos de La Habana, Caracas y en los mismos Estados Unidos, pertenece por derecho propio. Los franceses, para hablar de los legionarios que se convierten en ciudadanos al licenciarse, suelen decir que son franceses de sangre, no por la sangre recibida sino por la sangre derramada. Este es el caso. Pocos luchan mejor por sus países de adopción que los inmigrantes. La historia  norteamericana está llena de ejemplos […] Posada  Carriles ha sido soldado estadounidense en tiempo de guerra y eso le da derecho a estar en Estados Unidos. Una guerra en la que participaron numerosos exiliados en contra de los estados que dirigían sus naciones. […] La razón por la que muchos exiliados cubanoamericanos simpatizan con Posada Carriles es porque fue un combatiente en esa guerra”.

El anexionismo es una enfermedad que ha transitado en Cuba por diferentes etapas. Nuestra historia está atravesada por esa tensión de origen: el nacimiento y desborde del imperialismo y a pocas millas, de manera simultánea, el proceso de consolidación de una pequeña nación. Todos los grandes pensadores cubanos de los siglos XIX y XX admiran, temen, advierten el peligro, y cada vez más, denuncian la intromisión norteña en nuestros asuntos. La confusión inicial en torno a la solución anexionista o a la conveniencia de la ayuda del poderoso vecino devino rápidamente en rechazo: Heredia, Varela, Céspedes, Ana Betancourt, Salvador Cisneros, Maceo, Juan Gualberto, Enrique José Varona, Enrique Collazo, Manuel Sanguily, Martínez Villena, Mella, Ramiro Guerra, Marinello, José Antonio Foncueva, Pablo de la Torriente, Emilio Roig, José Antonio Hecheverría, Frank, Blas Roca, el Che, Vilma, Haydée… entre otros. No mencioné por obvio a los dos antimperialistas más importantes de esos siglos: Martí y Fidel. El primero llegó a escribir pocas horas antes de morir, que todo lo que había hecho en su intensa vida era para impedir que los Estados Unidos cayeran sobre nuestras tierras de América. El segundo le escribiría a Celia, poco antes del triunfo revolucionario: “Cuando esta guerra se acabe, empezará para mí una guerra mucho más larga y grande: la guerra que voy a echar contra ellos (los Estados Unidos). Me doy cuenta que ese va a ser mi destino verdadero”.

Tanto el anexionismo como el autonomismo, tuvieron siempre dos motivaciones: la conservación de privilegios (el estatus quo) y la desconfianza en el pueblo (“la turba mulata”, diría Gálvez con desprecio). Tuve la oportunidad de revisar la correspondencia del anexionista José Ignacio Rodríguez que conserva la Biblioteca del Congreso en Washington y fotocopiar las cartas que recibiera del entonces presidente del Partido Liberal Autonomista, José María Gálvez, durante la primera ocupación norteamericana. Ambos políticos conspiraron a espaldas del pueblo para provocar la anexión o al menos, impedir lo que llamaban con ironía “la Absoluta”. Así escribía Gálvez el 3 de septiembre de 1899:

“Siempre creímos que la solución del Protectorado, única viable, necesitaba vencer las resistencias locales y abrirse paso en la opinión americana. Por lo que me dices, y he leído con gusto, veo que podemos continuar la propaganda sin el temor de contrariar los propósitos de ese Gobierno […] Sin embargo, la campaña será ruda, porque la masa general de este pueblo está grandemente prevenida contra nosotros […] La independencia absoluta es la ilusión del día, fomentada por los «patrioteros» y acariciada por la turba mulata. Conviene desvanecerla antes de emprender la demostración de que a la anexión ha de llegarse de todos modos. […] Creo haberte dicho antes y repito ahora que suspiran por la anexión todos los que tienen algo que perder, los que aspiran a adquirir, y la masa general de españole

Es una larga historia de resistencia, que ningún cubano debe desconocer, porque en las bases de la nación cubana, escrito con sangre, está el antimperialismo. Hoy la Anexión y la Autonomía o el “nacionalismo suave” —desde la época de Gálvez hasta hoy, con respecto a los Estados Unidos—, como soluciones políticas, no se expresan por lo general, de forma explícita, aunque desde la adopción de la Ley Torricelli es el resultado previsto; es visible, sin embargo, en la maquinaria neocolonizadora que impregna de falsos valores e ídolos a una parte de nuestra población, capaz de portar con “orgullo” colonial prendas de vestir con la bandera de las barras y las estrellas. ¿Cómo interpretar el gesto, a la vez ridículo y trágico, de ese cubano que se lanzó a correr en la Plaza de la Revolución —el más alto símbolo de la independencia nacional— pocos minutos antes de iniciarse la marcha del primero de mayo, enarbolando desafiante la bandera estadounidense? Unos años después, leí con tristeza en El Nuevo Herald —periódico obsesivamente anticubano— una solicitud de ayuda para aquel hombre, que ahora dormía en las calles de Las Vegas.

La “miamización” del horizonte trae consigo el culto a la violencia. La misma que oferta Hollywood, pero en versiones menos sofisticadas. La violencia que intentan reinstalar es un diluyente social, un espanta-turistas, una “prueba” del fracaso. Hay razones sociales que pueden provocarla, y sería necio no reconocerlas, y no prevenirlas. Pero también pueden ser planeadas o inducidas: las bombas en los hoteles y los encuentros casi cinematográficos entre supuestas o reales bandas, se conectan. ¿Por qué algunos intérpretes populares realizan videos de canciones que narran sangrientos sucesos callejeros? El arte refleja, pero también construye la realidad. La relación no es lineal, el tema merece un análisis más detenido, pero existe la intención confesa en nuestros enemigos de promover el desorden, el caos. Las redes sociales contabilizan cada hecho violento en el país, y difunden el miedo. El problema es complejo: en tiempos de crisis siempre aumenta la violencia, pero aún así, Cuba sigue siendo una de las sociedades menos violentas del continente. Y yo, como en la adolescencia, todavía camino de madrugada por las calles de mi ciudad, algo que no haría en ninguna otra. Sé que podría alguna vez ser agredido, como en cualquier urbe relativamente grande (ojalá que nunca suceda), pero constato el hecho.

Algún día, nuestros pueblos se respetarán y vivirán en paz, como vecinos que somos. Pero ahora mismo, en la Florida, hay mercenarios que se entrenan en campos de tiro para venir clandestinamente a Cuba a matar cubanos. Los anexionistas se alían, una vez más, a la cultura de la violencia. Pero la independencia y la paz alcanzadas no serán usurpadas. El gobierno estadounidense conoce sus actos, no los detiene, debieran autoincluirse en la lista de estados que no colaboran en la lucha contra el terrorismo y que lo promueven.

Opinión
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