Jorge Hernández Martínez* / Especial para CubaSí
En su emisión especial del pasado 8 de julio, haciendo bueno el propósito que le identifica como canal cubano de noticias, el Canal Caribe presentó en el espacio Razones de Cuba, bajo la habitual conducción de Humberto López, un documentado e ilustrativo programa que denunció un nuevo plan terrorista contra nuestro país, organizado y financiado desde Estados Unidos, orquestado por individuos y organizaciones de la contrarrevolución cubana.
El programa remitía a una emisión anterior, con fecha 9 de diciembre del pasado año, que mostró los primeros elementos revelados en el proceso investigativo llevado a cabo por los órganos de la seguridad del Estado con el acompañamiento de la Fiscalía General de la República, lo cual ponía de manifiesto que dicho plan respondía a una operación dirigida y financiada por reconocidos terroristas, caracterizados incluso como tales en la Gaceta Oficial.
A partir de la profundización investigativa y de la comprobación de informaciones durante los meses transcurridos desde diciembre, en el reciente espacio fueron expuestas las evidencias que dejaban clara la culpabilidad de los implicados y confirmaban la continuidad de la espiral subversiva que --si bien se gesta en el seno del exilio cubano, hegemonizado por las tendencias y organizaciones más reaccionarias--, cuenta, como se sabe, con el respaldo del gobierno estadounidense y, en muchos casos, responde incluso a sus iniciativas. El programa incluyó un video en el que mercenarios cubanos hacían gala con cinismo de sus pretensiones violentas. Así, una vez más, se palpaba de modo gráfico la intolerancia y el resentimiento de tales grupos de odio, con su vestimenta y armamento militar, con actitudes y lenguaje de barbarie, realizando prácticas de tiro, visible en diversos programas de la televisión cubana, como Mesa Redonda, Marcas y Con filo.
Como era de esperar, prácticamente de inmediato se hicieron sentir las reacciones rabiosas en los medios ya tradicionales, que en las redes sociales digitales y sitios de internet descreditan, agreden, insultan, con similar lenguaje y vulgaridad desbordada, a las voces que protagonizan los espacios mencionados. Nada que se parezca a discurso o sentimiento patriótico. Afortunadamente, y como contraste, miradas oportunas como las de Raúl Antonio Capote y Enrique Ubieta Gómez, expuestas el 10 de julio en sendos artículos --en el periódico Granma y el portal Cubasí, respectivamente--, contribuyeron a llamar las cosas por su nombre y a subrayar la esencia del asunto. Razones de Cuba había puesto, de nuevo, el dedo en la llaga. Ambos colegas colocan la subversión en su sitio: el del quehacer imperialista. Así, se aprecia que el remozado proyecto subversivo contra la Revolución Cubana cobra vigor, procurando su aplicabilidad a otros escenarios con experiencias emancipadoras, como el de Bolivia, con el mismo fin, de producir un cambio de régimen, apelando a todas las vías, incluida la de la violencia y el golpe de Estado. En el caso de nuestro país, la contrarrevolución más comprometida con el imperialismo acude a la variante más subordinada y anti patriótica: la del anexionismo. Ambos escritos son llamados de alerta, ante una coyuntura en que las posiciones contrarrevolucionarias de extrema derecha se activan, no vacilan en utilizar fórmulas fascistas, dejando a un lado si es necesario la retórica engañosa del “golpe suave”, para desalojar del gobierno a las fuerzas de izquierda, progresistas o revolucionarias. Es una guerra no convencional, híbrida, que se basa en un espectro completo de acción subversiva, que se desarrolla con foco en la ideología.
Lo que se ha comentado viene al caso teniendo en cuenta que el contexto temporal inmediato era previo al 11 de julio. Es decir, un día como aquel en que tuvieron lugar, en 2021, los disturbios que atrajeron atención internacional. Y como aconteció en los dos años anteriores, la contrarrevolución pretendía conmemorar la fecha con acciones que no descartaban la violencia, asumiendo que la situación de crisis que vive la nación aportaba un terreno fértil para propiciar un nuevo desorden.
Lo acontecido alrededor de ese día profundizó el ambiente polémico dentro de la ya muy aguda guerra ideológica que venía desarrollándose desde hace tiempo. Una de sus consecuencias sería que, a partir de la avalancha informativa o desinformativa que se registró sobre todo en las redes sociales, resultaba casi imposible distinguir, para el observador externo e incluso, para el interno, entre lo real y lo manipulado, entre el rostro verdadero y las máscaras que se le colocan al proceso cubano actual. La hostilidad sistemática y la profusa manipulación mediática, que mezclaba abundantes noticias falsas o fake news, hacía difícil identificar la verdadera dimensión de lo que está ocurriendo dentro de Cuba.
Estados Unidos aprovechó las condiciones existentes en la Isla, concluyendo el período impuesto por el enfrentamiento priorizado a la pandemia, para estimular la línea de acción subversiva. En ese sentido es que debe comprenderse la lógica que explica el 11 de julio de 2021, más allá del hecho mismo, que funcionó como catapulta en el desarrollo de una crisis que propicia fisuras en el consenso interno y se extiende después, en el marco del agravamiento de la situación económica del país, bajo la máxima presión de la política norteamericana, iniciada por Trump y proseguida por Biden. Ello ratifica el hecho de que la relación entre Cuba y Estados Unidos es un conflicto histórico, definido esencialmente por la antinomia entre revolución y subversión.
El desenvolvimiento de la situación referida, en julio de 2021, fue resultado de un acto subversivo fabricado, como parte de la estrategia desestabilizadora aplicada desde larga data por Estados Unidos, remozada a través del tiempo ante los nuevos escenarios y enriquecida con los desarrollos tecnológicos, cuya viabilidad fue posible porque estaba dado el contexto para ello, en medio de una crisis pandémica, de seguridad humana mundial, y bajo la intensificación de la guerra total, híbrida, no convencional, del imperialismo norteamericano contra Cuba. Los factores internos fueron importantes. Aquella coyuntura del día 11 fue consecuencia y expresión de las condiciones, cambiantes y cambiadas, en las que venía discurriendo y discurre el proceso cubano, con determinaciones económicas y condicionantes sociales, políticas e ideológicas, amontonadas en la historia revolucionaria.
La crisis que se desplegó debe leerse a la luz de los efectos acumulados a través de los años y de la combinación de condiciones objetivas y subjetivas. Ello desembocaría en un clima de malestar e irritación popular, que ya venía cristalizando, causada por el prolongado bloqueo y las limitaciones surgidas con el enfrentamiento a la COVID-19. Desde el punto de vista psicosocial e ideológico se manifestaba con la fatiga y el cansancio de la gente a causa de las grandes y sostenidas dificultades de la vida cotidiana. La dinámica política que rodea tales acontecimientos se define, en lo fundamental, por la interacción dialéctica entre la Revolución y la hostilidad norteamericana. En esa relación contradictoria, la subjetividad, el consenso incluido, no podía permanecer al margen. Recibía y expresaba la resaca. Los últimos años lo testimonian.
En el paisaje sociopolítico estaban presentes varios factores: la reproducción de la marginalidad y el deterioro de la situación social en barrios empobrecidos; crecientes problemas para conseguir alimentos y medicamentos; deterioro en ascenso de la situación sanitaria después de varios meses de una política muy exitosa contra la pandemia, con el consiguiente saldo psicológico negativo, derivado del necesario distanciamiento físico y aislamiento social. A pesar de los esfuerzos de la dirección de la Revolución para mejorar la economía, satisfacer las necesidades y recomponer con equidad la estructura social, determinados sectores desfavorecidos por los condicionamientos históricos han sido más afectados que otros, y se han proyectado con reacciones que desbordan el orden ciudadano y la disciplina social. La dinámica nacional se desenvolvería en tal sentido, entre aciertos y errores, incluyendo la eficiencia de la estrategia comunicacional, que en ocasiones no ha estado a la altura de las exigencias, y que ha sido atendida luego con prioridad, en un proceso transparente de amplia participación democrática, aunque no se satisfagan las expectativas.
Los disturbios del 11 de julio consistieron esencialmente en actos provocadores de desobediencia civil con implicaciones de desorden público, violencia y desacato a la autoridad, ejecutados a través de elementos marginales y antisociales, enlazados con la contrarrevolución interna. Desde luego que poseen una connotación política, pero ella se desdibuja con la sordidez y el vandalismo que prevaleció. Tienen como antecedentes otros hechos, de factura un tanto parecida, en menor escala, que acontecieron en los últimos meses de 2020, muy difundidos, como el del barrio de San Isidro y el del 27 de noviembre en el Ministerio de Cultura. En esencia, se trataba de manifestaciones de conductas apartadas de las normas sociales vigentes, expresivas de disfuncionalidades o desviaciones del patrón de comportamiento establecido en la sociedad cubana. Las mismas se cobijaban desde 2016, al amparo de un nuevo tipo de contrarrevolución que se gestaba desde entonces, asentada en el espacio digital y que utilizaba las redes sociales para posicionarse ideológicamente en la sociedad civil.
En Cuba, la oposición contrarrevolucionaria ha carecido de envergadura cualitativa y cuantitativa. No ha logrado una implantación pública suficiente como para convencer a la ciudadanía e insertarse en el escenario político legal como opción creíble. Ha sido incapaz de capitalizar el descontento y la insatisfacción generada al interior de la sociedad. Es anti sistémica y antigubernamental. No le reconoce legitimidad al poder revolucionario ni a sus instituciones. Claro que nada de eso es nuevo. Era así desde los años de 1990, con los grupúsculos de derechos humanos, y con otros, que intentaron convertirse en embriones de partidos opositores, recreando pretendidas alternativas reformistas, socialdemócratas, en coordinación con organizaciones contrarrevolucionarias del exilio. Con alguna que otra excepción, la contrarrevolución cubana posee una impronta abiertamente antipatriótica. Buena parte de ella recibe financiamiento del gobierno de los Estados Unidos, con participación de su Embajada en La Habana, apoya el bloqueo y la invasión externa, presuntamente humanitaria. Lo nuevo es que quizás haya sido en julio de 2021 la primera vez que, en el fértil terreno de la situación configurada en el último tiempo, lograría articular una interlocución con los sujetos a los que ha dirigido su discurso, buscando respaldo a sus limitados e impopulares esfuerzos por conseguir levantamientos relativamente masivos, sobredimensionados por las redes y la prensa extranjera.
El consenso político, entendido como respaldo mayoritario, no como unanimidad, experimenta el desgaste de una dinámica como la aludida, definida por la continuidad de un poder revolucionario durante seis décadas, que no es inmune a cierta rutina, formalismo e inmovilismo. Es un consenso agrietado, erosionado, en proceso de reconstrucción o redefinición. Comprende apoyo y unidad, pero también conflicto y disensión. Al abordar este proceso, no pueden obviarse los matices. Las discusiones previas sobre la nueva Constitución de la República y su ulterior aprobación mayoritaria por la población cubana, constituyen un indicador de elevado nivel consensual, que no desdeña votos en contra ni abstenciones. No es posible hablar de consenso al margen de los sujetos que con sus acuerdos y discrepancias lo integran. La sociedad cubana actual es como un gran mosaico de sujetos individuales y colectivos diversos, con niveles y calidades de vida, aspiraciones e intereses, entre obreros, campesinos, intelectuales, profesionales, población urbana y rural, asalariados en el sector estatal o el privado, cooperativistas y propietarios pequeños o medianos. Poseen representaciones e intereses distintos. Junto a esas distinciones clasistas y profesionales, están las sociodemográficas, las de género, raza, edad, que diferencian a negros, mestizos, blancos, mujeres, hombres, homosexuales, transexuales, jóvenes y viejos.
En Cuba el consenso no se ha fracturado o hecho trizas, como lo presenta buena parte de la literatura periodística y de las ciencias sociales, sino que se ha resquebrajado o agrietado. De ahí que sea pertinente hablar de su rearticulación, reconstrucción o reacomodo ideológico. La idea principal es que no se ha destruido o partido en pedazos, como tampoco sería adecuada la imagen simplista, expresada con sentido metafórico, de que, con determinado pegamento ideológico, se pueda recomponer. Lo que está en juego es un ejercicio de creación crítica, para el que no existen recetas. ¿Qué queda fuera del consenso en Cuba? La proyección antipatriótica, anexionista, pro imperialista, incorregiblemente contrarrevolucionaria. La que atenta contra la independencia, la integridad territorial, la soberanía y la paz. El enfrentamiento a esa tendencia debe ser esencialmente político. Ahora bien, cuando sus expresiones sustituyen la protesta pacífica, auténticamente política, con actos delictivos, adoptando la beligerancia callejera, la violencia desmedida, la transgresión de las leyes, el vandalismo, la agresión a las autoridades, se hacen objeto de la respuesta legítima necesaria para restablecer la paz y la tranquilidad, dentro de las reglas legales, por parte de las fuerzas de orden público, con el acompañamiento popular que merecen tales manifestaciones de anomia y caos. Ahí se aplica el principio de que la calle es de los revolucionarios.
La Revolución tiene el derecho a defender su poder y su legado, y el pueblo revolucionario tiene el deber de hacerlo valer. Desde el punto de vista político, lo inmediato es preservar el liderazgo partidista, la unidad y asegurar la economía, en una sociedad heterogénea y contradictoria, cambiada y cambiante, en un contexto de fortaleza sitiada y en medio de una profunda crisis, enfrentando el mayor de los desafíos, que es no dejarse vencer por la política hostil, subversiva, de máxima presión, de la potencia imperialista más poderosa del mundo.
*Investigador y profesor universitario.