Marlene Vázquez Péres - Cubadebate.- Cada época acarrea cambios conceptuales importantes, aunque las palabras empleadas para ciertas definiciones sigan siendo las mismas. Las mutaciones en el contenido, determinadas por condicionantes sociales, económicas, psicológicas, son siempre abundantes, y marcan su sentido de manera indeleble.


En nuestros tiempos, una de las palabras que ha modificado sustancialmente su esencia es ‘héroe’. Si en el pasado el héroe era aquella persona que realizaba hazañas en bien de los demás, aún a riesgo de su vida, con un altruismo extremo, o que se distinguía por sus cualidades morales poco comunes, ahora los paradigmas de lo heroico suelen mutar de una manera alarmante.

Con los embates de la banalidad y el consumismo, la exacerbación del culto al dinero y a los bienes materiales, la instauración del “ tanto tienes, tanto vales” como rasero para medir el mérito de una persona, es prudente revisar ese concepto, pues en virtud de la fama y notoriedad que proporcionan los medios de comunicación y las redes sociales, de pronto nos encontramos que puede ser tenido por héroe un jugador de fútbol, que encandila a las multitudes con su destreza en el terreno y con los millones que le pagan sus patrocinadores,–y no hablo de aquellas excepciones honrosas que invierten recursos en bien de sus comunidades de origen–; un actor o actriz famosos también puede ser dotado de estatura heroica por su belleza física, su capacidad histriónica, su glamour, o sus aventuras galantes. Asimismo, entre otros muchos ejemplos, pueden llegar a ser asumidos como héroes, sin serlo, un cantante de moda, un narcotraficante, un mafioso, o cualquiera que haya hecho fortuna, aún por medios no confesables, o goce de una notoriedad especial.

Tales personajes acaban convirtiéndose en íconos y un importante sector de la sociedad termina adoptándolos como modelos a seguir y los proclama sin dudar como sus héroes personales. Ahora, ¿es socialmente beneficiosa esa práctica cada vez más extendida? ¿Son esos antihéroes quienes deben sentar líneas de conducta y modos de hacer?

En tal sentido conviene que meditemos en torno al concepto de héroe expresado en la obra de José Martí. Conoció muy bien el cubano la obra al respecto de dos autores importantes que le fueron contemporáneos, Ralph Waldo Emerson y Thomas Carlyle (1). En este último, la sublimación de la calidad ética del personaje, exento de fallas humanas, lo hace identificar al gran hombre con el héroe y a plantearse la condición divina de este y de sus relaciones con los hombres comunes.

Aunque Martí conoció la obra del autor británico, en reiteradas ocasiones formuló un concepto propio al respecto. Entre las definiciones martianas más notables están, sin duda, las siguientes, ambas referidas a Wendell Phillips: “[…] el que se consume en beneficio ajeno, y desdeña en cuanto solo le sirven para sí las fuerzas magnas que en él puso el capricho benévolo de la naturaleza, héroe es y apóstol de ahora, en cuya mano fría todo hombre honrado debe detenerse, a dar un beso.”(2)

“[…] era de esa raza de hombres radiantes, atormentados, erguidos e ígneos, comidos del ansia de remediar los dolores humanos.”3

En esa misma línea se inscribe este juicio de 1889, en La Edad de Oro: “Esos son héroes; los que pelean para hacer a los pueblos libres, o los que padecen en pobreza y desgracia por defender una gran verdad. Los que pelean por la ambición, por hacer esclavos a otros pueblos, por tener más mando, por quitarle a otro pueblo sus tierras, no son héroes, sino criminales.”(4)

Con ello ensalzaba la ejecutoria de Bolívar, San Martín e Hidalgo, en ese texto extraordinario sobre la honradez, el decoro y nuestras gestas independentistas.

El 23 de julio de 1885 falleció el general y político estadounidense Ulysses Simpson Grant. Era, sin duda alguna, un gran hombre, y el norteamericano más conocido fuera de las fronteras de su país, por su victoria frente a los ejércitos del sur en la Guerra de Secesión, y porque al instaurarse la paz fue presidente de la nación durante dos mandatos. Aunque fue el vencedor en esa cruenta guerra, ello no le impidió ser magnánimo con los vencidos, con lo cual mostró respeto y nobleza hacia sus conciudadanos. En campaña hizo gala de valentía y resistencia en todo momento, pero también tuvo lados oscuros y no elogiables, sobre todo en su ejecutoria política después de la contienda y en los negocios. La complejidad de la semblanza biográfica que Martí le dedicó, publicada en La Nación, de Buenos Aires el 27 de septiembre de 1885, da la medida de las luces y sombras de ese personaje singular, representativo de su país aún hoy.

Tal parece que el Grant de Martí es la antítesis de Wendell Phillips: “No era de los que se consumen en el amor de la humanidad, sino de los que se sientan sobre ella.” (5) Mejor se aviene con el final del fragmento de La Edad de Oro, que acabamos de citar, donde muchos de los defectos que ciertamente poseía son presentados como un verdadero crimen. Es el mismo de quien diría en otra crónica, la titulada “Muerte de Grant”, que puede ser entendida como una especie de prólogo del retrato mayor:

Mascaba fronteras cuando mascaba en silencio su tabaco. La silla de la Presidencia le parecía caballo de montar; la nación regimiento; el ciudadano recluta. Del adulador gustaba; del consejero honrado no. Tenía la modestia exterior, que encubre la falta de ella, y deslumbra a las masas, y engaña a los necios. Concebía la grandeza cesárea, y quería entrañablemente a su país, como un triunfador romano a su carro de oro. Tenía el rayo debajo del ojo; y no gozaba en ver erguido al hombre. Ni sabía mucho del hombre; sino de empujar y de absorber. (6)

Es, entonces, el antihéroe por antonomasia, con zonas de autoritarismo extremo, con falsa modestia que encubre su vanidad y de una ambición y espíritu expansionista hacia otros pueblos fuera de toda duda. El análisis objetivo lo situó en su justo lugar, sin desconocer por ello los valores que pudo haber tenido.

Sobre la talla ejemplar de algunos hombres, que por sus virtudes excepcionales, tanto en la paz como en la guerra, pudieran tener altura heroica, y tumbas dignas de tales méritos, escribió en su semblanza del sabio cubano Antonio Bachiller y Morales, que esos sitios sagrados, de reposo definitivo debían ser “[…] lugares de cita, y como jubileos de decoro, adonde los pueblos, que suelen aturdirse y desfallecer, acuden a renovar ante las virtudes, que brillan más hermosas en la muerte, la determinación y la fuerza de imitarlas.” (7)

El carácter ejemplar de esas vidas no debe ser sólo dominio de la memoria histórica y recuerdo del pasado. En verdad deben ser llama eterna que debe fortalecer el presente y alentar el futuro de las naciones.

Referencias

1- Véase Carlyle/Emerson. De los héroes/Hombres representativos. CONACULTA-OCEANO, 1999.

2-José Martí, “Wendell Phillips.”OCEC, t. 17, p. 168.

3-José Martí, “Wendell Phillips.”OCEC, t. 19, p. 65.

4-José Martí. “Tres héroes.” OC, t. 18, p.308

5-José Martí. “Muerte de Grant.”OCEC, t. 22, p. 154.

6-José Martí. “Muerte de Grant”. La Nación, Buenos Aires, 20 de septiembre de 1885. OCEC, t. 22, ed. cit., p.153-154. Subrayados de MVP. Véase también OC, t, 13, p.82.

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