Mauricio Escuela - cuba.si.- Las Olimpiadas han traído todo un conjunto de temas a debate, debido a su naturaleza netamente política, pero más que nada se ha evidenciado el papel del deporte como difusor de ideologías y de formas de ver el mundo por las élites que financian y que están detrás de los consorcios y las corporaciones. En París, la capital del arte, de la moda, la ciudad que por generaciones fue la avanzadilla en cuanto a pensamiento; se ha gestado un certamen en el cual por momentos es más importante las visiones en torno a la idea de la inclusión que el deporte mismo o los resultados. 


Más allá de que es importante que haya diversidad en todo sentido y no solo sexual, estamos ante una agenda bien estructurada que nos vende un estereotipo de igualdad muy dentro del canon occidental, pero alejada de la realidad de los pueblos y de las personas y, por ende, en la línea del pensamiento de quienes gobiernan el mundo. 

Desde la inauguración se han visto muestras de ese pensamiento único en el cual solo determinada idea de la libertad es la correcta. Hay que reconocer que Occidente siempre ha tenido ese defecto o sea cuando se ha hablado de conseguir la democracia o los derechos, ha sido bajo los preceptos de los círculos de poder de los países del norte global y ello implica una visión sesgada culturalmente de estas cuestiones. De entrada, en las Olimpiadas se partió de la discriminación de aquellos países que están en desacuerdo con el Occidente colectivo y se extendieron las sanciones que perviven en el universo de la confrontación bélica y diplomática. La ausencia de los rusos habla de ello y nos coloca ante la encrucijada de la eterna pregunta: ¿por qué los atletas deben sufrir las acciones de los políticos y gobiernos? Todo no va a tener una respuesta, pero de lo que sí existe seguridad es de que luego de las Olimpiadas de París muchas de las visiones globales sobre la cultura que les interesan a los occidentales se habrán propagado por todo el mundo a través de las vías virtuales de difusión. 

El poder de los medios para crear narrativas y deconstruir los procesos de la mente al punto de generar manipulación a gran escala es otro de los experimentos que se derivan del ejercicio de poder de estas olimpiadas. No son los juegos de Francia solamente, son los del Occidente colectivo que se lanza sobre el mundo en una época de decadencia de su propio sistema y de forma desesperada introduce los códigos de dominación cultural a partir de la imposición mediante la saturación de los medios. En ese mecanismo, los públicos somos impactados por los mensajes de poder y por las construcciones que nos colocan como entidades estáticas receptoras de sentido y no como sujetos productores de su pensamiento autónomo. La idea de la libertad que se compra no es la real, sino el sucedáneo de las élites. Como el corcel irreal y controlado mediante tecnologías de punta que iba por las aguas del Sena en la ceremonia iniciática de los juegos; las luchas sociales son entidades vacías de sentido que han puesto contra nosotros y las han manipulado para que no tengan un efecto real, sino que funjan como placebo para los pueblos explotados y para las personas marginadas realmente por la pompa y el lujo de París. Más allá de la ciudad del arte, se ha tratado de la urbe del poder que nos atrapa con sus mecanismos sutiles y no nos permite recrear una visión propia del universo ni mucho menos participar desde nuestra diversidad. Todo pareciera decretado previamente por los medios y los poderosos amos de las ideas, para quienes, de antemano, la diversidad es una sola y de un solo tipo de ejercicio. 

Las polémicas que se han suscitado a lo largo de las competencias, todas en relación a la tensión entre el sexo y el género de los seres humanos, apuntan a establecer un espacio en disputa en el cual el poder de Occidente se hace sentir con fuerza: el cuerpo. Más allá de cualquier otro tipo de conquista, esta nueva colonización cultural apunta al control social más estricto al establecer las normativas por las cuales debemos regir lo que es moral y correcto; al menos para las élites que controlan la imagen de poder que se está transmitiendo. Así, es famoso el episodio del periodista que fue expulsado de la cobertura de los juegos porque, siendo hombre, dijo un comentario supuestamente sexista sobre un equipo de mujeres. En todo caso, la frase del señor no encerraba nada fuera del sentido más común, ya que se refirió a que las chicas demoraban un poco porque se estaban maquillando. Pero fue suficiente para levantar la polémica en torno a lo que le interesa a los que manejan el tinglado y el aparato de propaganda. En la nueva moral de los occidentales, que quizás no es tan nueva ni tan moral, el cuerpo es ese elemento de conquista que les permite silenciar, separar, marginar, aterrorizar, controlar y hacer literalmente talco a potenciales enemigos en cualquier orden. Las Olimpiadas han servido como espacio para el experimento social y la ingeniería de masas en un contexto de enrarecimiento de las relaciones interpersonales. 

La inclusión de las personas sexo diversas es esencial para que exista democracia, es un tema de los derechos humanos muy válido, pero Occidente lo manipula, pone a unas personas contra otras, incluso favorece identidades con el solo hecho de dividir y de exponer a personas incómodas. En el poder que se deriva del control sociocultural no existen barreras, solo el acatamiento de la norma. Por ello es tan peligroso el paradigma que se nos está proponiendo desde los alegres aros multicolor de las Olimpiadas. Si con Londres 2012 vimos una capital británica que nos vendía los valores propiamente de la anglósfera como los “mejores” y se nos inoculaba de forma sutil el estilo de pensar de las élites de esa faceta del mundo; con París estamos viendo que se trata de un batiburrillo de todo lo que Occidente sostiene y defiende de manera colectiva como un solo bloque colonizador. Más allá de la necesaria diversidad en todo sentido que debe haber en un evento como este, pareciera que a los organizadores solo les interesa una vertiente de este asunto. Nada hay sobre la necesidad de que se preserve la memoria de los pueblos asolados por las guerras y los saqueos, no se menciona la disparidad estructural entre el centro y la periferia, aunque eso se haya hecho evidente en el desfile de las delegaciones en el cual potencias como Francia o Reino Unido llevaron enormes equipos en casi todas las especialidades, mientras que los del tercer mundo apenas poseían magras representaciones de una o dos personas. 

La diversidad de Occidente es solo en aquello que no amenace la univocidad de sentido del sistema de poder que se basa en la generación de riquezas solo para un uno por ciento de la población mundial, por ello no se va a interesar en salir del marco del cuerpo como terreno en disputa y va a utilizar los elementos de la ideología que le sean convenientes para construir un mundo a imagen y semejanza de su proyecto de poder. Y con ello hay que convenir en que las Olimpiadas son el evento perfecto para relanzar una plataforma que ya tiene años de implementada y que está llegando a una especie de clímax global. En este terreno, no solo se trata ya de dominación, sino de hegemonía en el sentido cultural del asunto o sea de que los dominados compartan las ideas de quienes detentan el poder opresor. De eso va la falsa diversidad que no permite contrarréplicas y que establece constantes discriminaciones tanto en el sentido del cuerpo como en otros tantos referidos a la opinión divergente. 

Occidente es en estos momentos una entidad global que busca la hegemonía desde la cultura, ante la pérdida del poder industrial de sus principales centros. De hecho, un país como el Reino Unido, a pesar de ser uno de los más importantes en materia financiera y económica de dicho bloque, acaba de caer por primera vez en su historia por debajo de los primeros diez en cuanto a peso industrial en el mundo, por debajo de México y de Rusia. El barco de las potencias occidentales hace aguas y ni siquiera militarmente pueden decirse ya dominantes del mundo. Queda la cultura, queda el manejo del poder biopolítico del cuerpo y de los grupos y colectivos que desde el activismo digital y de calle pueden actuar como virus infestadores. 

Cuando se saque el saldo de lo que nos dejan estas Olimpiadas, veremos que más allá de la consabida justa de los deportistas habrá una especie de propaganda sobrevolando los imaginarios. Los debates en torno a lo que se estableció como prioritario irán a los temas que le interesan a la agenda globalista euronorteamericana y no a los méritos de los atletas. Más que un certamen estamos ante una plataforma que evidencia su intencionalidad desde el principio, una que nos trasmite la imagen de poder y las nociones de libertad, fraternidad, igualdad que les son queridas a la burguesía global y que para nada conectan con los intereses reales de la gente. 

Pareciera que los detalles que se han dejado al vuelo son casuales, pero una lectura más apegada a los análisis arroja otras visiones. Las aguas del Sena se han mantenido contaminadas en todo el evento, a pesar de haberse gastado millones supuestamente limpiándolas. El mensaje del ecologismo burgués occidental ha usado ese aspecto para propagar su programa a lo largo de todos los juegos. Hay que reducir el consumo y desindustrializar el mundo, nos dicen, aunque ello suponga empobrecer y eliminar el sustento de muchos pueblos. Unas horas después de la ceremonia de apertura, la ciudad completa estaba a oscuras en un apagón sin precedentes. ¿Era quizás otro mensaje subliminal trasmitido hacia el mundo sobre la posibilidad de una oscuridad global? En todo caso, los medios saltaron enseguida para meternos en sangre las monsergas en torno a la transición energética. Tanto uno como otro aspecto de la ecología fueran sanos, beneficiosos y responsables, si no estuvieran enfermos de neoliberalismo y de los intereses de clase de quienes detentan la riqueza mundial. Pero llegados a este punto de manipulación y del uso de las estrategias de control no es posible ser ingenuos. 

Quien no quiera asumir el mundo como una construcción de poder y a las Olimpiadas como un vehículo está listo para las líneas de manejo de las mentes, a merced de los sacerdotes occidentales de la verdad, esclavizado por las cuestiones que nos imponen los ideólogos y los diseñadores del tinglado. Por fortuna, se vive un despertar, cierto que desarticulado y sin posibilidad de hegemonía. Pero real. 

Opinión
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