Foto: Cubadebate.
Iñaki Egaña, historiador
Diario Gara
Hace unos días, Naciones Unidas votaba por enésima vez la condena al bloqueo económico, financiero y humano de Washington sobre Cuba. Sabemos que, con la excepción del Consejo de Seguridad, el pleno de la ONU es simplemente simbólico, que las votaciones no son vinculantes y que las mismas son el reflejo de un sentir general. Aun así, esas votaciones nos dan una muestra de en qué planeta vivimos, quienes manejan las normas y quienes las sufren. En esta última votación, 187 estados votaron a favor de levantar el bloqueo, dos en contra (EEUU e Israel) y una abstención (Moldavia). Imperialistas y sionistas que se aferran a su estatus en un mundo multipolar. Desde 1962, han sido 34 las ocasiones en las que la comunidad internacional se ha mostrado contraria al bloqueo. EEUU ha hecho caso omiso. Su apuesta, la de la guerra económica, sustituyó a la abierta (invasión de Playa Girón), a los intentos de magnicidio y a las campañas para destruir cosechas y alentar hambrunas.
En este bloqueo ningún presidente norteamericano se ha destacado por aflojar. Quizás detalles de Obama, pero, en el fondo, republicanos y demócratas han manifestado su único desafío, devolver a la isla a la sumisión norteamericana, la de la era de Fulgencio Batista, aquel dictador-demócrata apoyado por Eisenhower, que concluyó sus días, tras la Revolución de los barbudos, en Marbella, junto a la jet-set mundial, amparada por la reivindicada «madre-patria», España.
La situación de Cuba, a estas alturas y tras seis décadas de bloqueo, es extrema. Simultáneamente a la votación de Naciones Unidas, se produjo un apagón general (tres a cinco días), consecuencia de la falta de combustible. Vivir en La Habana (25% de la población cubana, sectores económicos, estratégicos, administrativos...) había evitado estos largos apagones, no tanto en el resto de la isla. Ahora, la carencia ha afectado a toda la isla, sin excepciones, lo que ha visibilizado en el exterior una situación muy compleja. La huida de jóvenes es masiva, el descontento afecta al disco duro de la Revolución y las señas de identidad revolucionarias (salud, educación...) están cayendo en picado. El bloqueo está consiguiendo los efectos deseados. Lo que no pudo Washington con una invasión, lo está logrando con otro tipo de vías, tan violentas y radicales como las bombas.
Y esa situación, por encima de las críticas con mayor o menor sentido sobre cómo ha gestionado el Partido Comunista cubano las crisis, nos duele a la comunidad internacional que apostamos por voltear el orden injusto del reparto de la riqueza. Porque los barbudos y jóvenes cubanos, abrieron en su tiempo una época de esperanza revolucionaria que sirvió de faro para decenas de insurgencias mundiales. No solo aquella teoría del dominó vietnamita que impactó en Latinoamérica. También a entidades pequeñas como la nuestra, que suspiraba y luchaba por despegarse del dictador. La Habana acogió a comienzos de la década de 1970 al hombre más buscado de España, un vasco al que sus amigos llamaban Makauen y que había huido del tiroteo de Artekale, que llevó a los detenidos a ser juzgados en el mítico Proceso de Burgos. Antes, en la Tricontinental de La Habana, los vascos tuvimos nuestro espacio con el reconocimiento del derecho de autodeterminación y en otra década, la de 1980, Cuba volvió a acoger a un puñado de refugiados vascos que fueron expulsados por Francia, mientras se ponían en marcha los GAL, primero a Panamá y luego, con la invasión, a La Habana. Luego llegaron otros refugiados, en silencio. Desde el Malecón habanero, nuestro Joseba Sarrionandia, fugado de Martutene en un bafle musical, escribió sobre una guerra lejana, la del Rif, donde se mezclaban las proclamas de Abd el Krim con los versos de nuestros soldados euskaldunes.
La isla tiene entre 10 y 11 millones de habitantes, el doble de población que Palestina. Gaza y Cisjordania, al margen de los desplazados con la última invasión y genocidio de Israel, tenían cinco millones de exiliados. Cuba tiene 1, 8 millones de migrantes, lo que se acerca al 16% de su población. Puede parecer una cifra enorme, pero es de las más bajas de los países del Caribe y Centroamérica. Lo que no deja de ser un indicador. Y las remesas de esos migrantes, junto al turismo que llegó hasta la pandemia, permitieron una supervivencia que hoy está en entredicho. La inflación es exagerada por la desaparición del CUC, la inducción externa y otras variables. Aquellos que no reciben remesas viven con grandes deficiencias. Huracanes y depresiones tropicales parecen haberse conjurado para acogotar la subsistencia.
Y así, se ha llegado a una escasez generalizada de lo necesario para la vida cotidiana. Es el bloqueo económico y financiero. EEUU que está apenas a 140 kilómetros de la isla, ha extendido las sanciones al resto del planeta. Cualquier empresa que comercie con Cuba es susceptible de ser condenada por Washington. Los «criminales» no son únicamente los cubanos, sino cualquier ciudadano del planeta que trueque con ellos, ya sea con libros, con patatas o con medicamentos. Incluso escribir opinión sobre el bloqueo. Hace unos meses, José Manzaneda, coordinador de Cubainformación y miembro de la Asociación Euskadi-Cuba, se enfrentó a seis años de cárcel por un artículo solidario.
Hay bombas de racimo, de hidrógeno, termobáricas, de neutrones... convencionales. Pero hay otro tipo de bombas igual de letales. Fueron aquellas «bombas dormidas» implementadas desde 1962, las que caen sobre Cuba. Porque como ha escrito el editorial de “La Jornada” recientemente: «En el presente siglo, salvo Israel sobre el pueblo palestino, ningún país has sido tan sistemática y duraderamente sádico con la población civil como Estados Unidos en su embate contra los cubanos. El sufrimiento humano y el despojo de toda perspectiva de vida digna en su propia tierra son el testimonio del total desprecio de la clase política estadunidense hacia el bienestar de las personas y la libertad en nombre de la que hablan».