Los participantes del Gran Festival efectuarán una Gran Marcha Antifascista para respaldar la juramentación del presidente electo de Venezuela. Foto: PCC.


MarxLenin Valdés

Cubadebate

Tuve la oportunidad de participar en el Festival Mundial de la Internacional Antifascista, celebrado en Venezuela del 9 al 11 de enero de 2025. Fue, a su vez, la primera ocasión que visité este país. Mis expectativas ante lo desconocido eran amplias. Sin embargo, había un antiguo pensamiento que -a pesar de mi mala memoria- nunca me había abandonado y encabezaba esa lista de remembranzas sobre Caracas que al fin tendría la suerte de contrastar.

Hace casi 20 años leí que en su primera visita a Venezuela, Fidel, notando desde el avión las elevadas lomas del Waraira Repano que abrazan la ciudad, dijo que si esas montañas hubieran rodeado La Habana, la Revolución Cubana habría triunfado mucho antes. Aquel primer viaje fuera de la patria después del reciente triunfo revolucionario de 1959, le sirvió al líder de los barbudos como punto de partida para tomar autoconciencia de la hazaña cubana y su impacto en Latinoamérica. Atareados con la vorágine de los primeros días de enero, ni los propios protagonistas de la joven revolución -y mucho menos el pueblo- eran capaces de percibir el tamaño de la proeza que habían encabezado y que desarrollaban.

Sesenta y seis años después de aquella cita de Fidel en Venezuela, la Revolución Cubana continúa siendo faro y guía, no solo en nuestro continente, sino para todos los pueblos en lucha y resistencia del mundo. No es chovinismo: lo pudimos constatar en el reconocimiento espontáneo que recibimos de parte de los participantes de diferentes geografías del mundo. Seguimos siendo punto de partida si de emancipación socio-política se trata. No encontré una sola mirada con desdén hacia nuestro proyecto.

Hubo una mística peculiar que se adueñó del Centro de Convenciones de La Carlota, una algarabía marcada por el optimismo de los presentes y, sobre todo, por la nobleza de las causas que allí se defendieron. Se congregaron más de 2000 participantes; se corearon consignas patrióticas, populares, internacionales; se entonaron himnos, canciones; se hicieron nuevos amigos, alianzas de trabajo; se crearon agendas comunes; se debatió profundamente sobre las amenazas que acechan a la humanidad; se disputaron sentidos y se trazaron estrategias de luchas compartidas. Todo bajo la premisa martiana de que patria es humanidad.

Mientras todo esto sucedía, con toma de posesión presidencial incluida, el relato de buena parte de las redes sociales digitales sobre lo que acontecía en Venezuela parecía identificarse con una realidad que solo existió en la dimensión virtual. Curiosa ironía de la modernidad imperialista. Justo en un evento en el que el problema de la comunicación fue centro, un tipo de comunicación digital traicionó por la espalda a la verdad. Aquel espacio donde la cultura fue concepto aglutinador de toda la diversidad allí reunida no pudo evitar ser víctima de la “cultura” de lo irracional. El Festival de la Internacional Antifascista no logró eludir -completamente- ser atacado por todas las agencias responsables del fascismo mediático. De las antinomias capitalistas no se salva nadie.

Entre las paradojas de la Era virtual está la de que para evitar sufrir los perjuicios de sus redes digitales la única vía sea no pertenecer a ellas. Un tipo de: ¿ser o no ser en lo virtual? Como si a estas alturas fuera factible semejante dicotomía. Y por el camino de los binomios llegamos a uno bastante instaurado ya en el sentido común, aquel que identifica la división del mundo entre virtual y real, como si toda aquella vida que transcurre en los límites de la digitalidad no fuera también real. O como si la mentira y la falacia solo tuvieran oportunidades en las pantallas de nuestros equipos electrónicos.

No existe más, al menos de forma orgánica, esa distinción entre mundo digital (como lo virtual) y tradicional (como lo real). Ambos son reales y como tal son el resultado de la actividad de los seres humanos, expresiones directas del nivel de desarrollo alcanzado por nuestras sociedades. Ambas dimensiones no se dan desconectadas entre sí, sino que son el resultado de un mismo y único mundo invertido, alienado.

Solo a la burguesía -y en nada a nuestros pueblos- le sirve toda fragmentación en este orden de cosas. Por eso los ideólogos del capitalismo buscan mantener la cuestión solo como una disputa de sentidos en el marco teórico-virtual y no en el de la praxis revolucionaria. Dejar la pelea encerrada en el yo individual, en la finitud de mi identidad digital -esa que dicen no pertenece al «mundo real»-. Acotarla a la eterna interpretación, contemplación y, en definitiva, aceptación.

De manera tal que, para los que participamos de los días históricos alrededor de la juramentación del presidente Maduro, el relato en primera persona no coincide con aquellos que solo lo conocieron desde el cuento fabricado en los laboratorios de la difamación y la desinformación hegemónicos. ¿Puede ser verdad y mentira a la vez que el país estaba lejos de cualquier caos político? A estas alturas y visto lo visto, sería tremendamente ingenuo de nuestra parte pecar de sofistas y relativizar la verdad que, por cierto, no depende del color del cristal con que se mire.

Ya Marx había entendido -y expuesto- que también el capitalismo (como anteriormente el feudalismo) produce irracionalidad. Solo un sistema irracional es capaz de aniquilar pueblos enteros para probar su arsenal armamentístico y desarrollar su industria militar; o de botar toneladas de alimentos en un planeta donde la desnutrición es uno de los principales problemas no resueltos con tal de no afectar la lógica del capital. Por eso es importante trascender esa división psico-social entre lo digital y lo analógico, entre lo virtual y lo real, para así comprender que toda la irracionalidad fabricada desde las redes sociales virtuales no tiene su verdadero origen allí, sino que descansa en las raíces del modo de producción capitalista.

No es casual que el objetivo de las élites burguesas sea borrarle la memoria (histórica) a nuestros pueblos, desactivarlos, envilecerlos. Para ello los enrola en un solo tipo de comunicación: fetichizada, enajenada, dividida, banal, intrascendente, mercantil. De ahí que esa agnotología, o producción de la ignorancia, que se opera a gran escala y con fuerte protagonismo desde las plataformas digitales solo puede ser contrarrestada y vencida desde la lucha de clases y la dictadura del proletariado. O, en otras palabras, asumiendo con conciencia clasista que la batalla sigue siendo entre opresores y oprimidos; entre explotadores y explotados; entre dueños de los medios de producción y proletariado; entre capitalismo y comunismo.

En este contexto, el papel de Cuba sigue siendo estratégico para el equilibrio del mundo y la Revolución Cubana un referente para otros pueblos en lucha, aquellos que no han renunciado a su afán de independencia y soberanía. Cuba, Fidel, Revolución, Pueblo, Socialismo, Comunismo, Partido… son algunas de las palabras clave desde las cuales se nos reconoce y que encienden la esperanza de que otro sistema no capitalista es perfectamente posible y realizable. Sí, somos la prueba viviente de lo anterior y así lo pudimos percibir durante el Festival Mundial de la Internacional Antifascista. Sin embargo, queda mucho por hacer para que en el futuro nosotros -junto a esos pueblos que nos abrazaron en Caracas- no tengamos que adorar una fotografía en blanco y negro que remita con nostalgia a un tiempo pasado que fue mejor que el presente.

Para que la Revolución permanezca símbolo del porvenir nacional y planetario hay que subvertir continuamente la cotidianidad. Recordar esa máxima que Fidel lanzó también en Venezuela, de que una revolución solo puede ser hija de la cultura y de las ideas, para continuar protagonizando desde la conciencia de clase la lucha final. Batalla que, si bien es virtual y terrenal, analógica y digital, conceptual y práctica, tiene que ser -ante todo- “comunistamente” subversiva. No debemos asumir en sentido contrario la lógica de las redes virtuales. Nuestra Revolución debe resolver dinámicamente su imagen virtual y física desde la centralidad del trabajo, sin fragmentaciones.

No hay forma de obviar las imponentes montañas caraqueñas presentes desde todas las vistas de la ciudad, tanto como no es posible ignorar las alarmas de una humanidad en crisis a la que se le ha condicionado a concebir primero su exterminio antes que su salvación. ¿Por cuánto tiempo más podremos vivir en mundos paralelos?

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