Enrique Ubieta Gómez - Especial para CubaSí.- Cansado, feliz de encontrar a colegas de Nuestra América y de otras regiones de este pequeño planeta llamado Tierra, que se reúnen para armar redes de solidaridad, de empatía, para rescatar sueños cuando se incendian los almacenes, en un evento llamado Patria. Cansado y feliz, de vuelta de la Feria del Libro en Santa Clara, que ofrecía un oasis de luz y de saberes, donde la gente compraba libros en lugar de lámparas para alumbrar las noches. “Tráeme huevos”, le dijo una señora a su nieta, pero la muchacha oronda regresaba a casa con una jaba de libros de la Biblioteca del Pueblo; y los jazzistas, en el bar Mas allá, la orquesta femenina de guitarras en La Luna Naranja, los trovadores en El Mejunje, los decimistas mofándose unos de otros, y hasta de nosotros en el Club de los Postes, y yo imaginándome cómo sería Santa Clara sin apagones. Pero el SEN cayó exhausto, y pese a ello, la alegría mezclada con cierta dosis de venganza no se apagó en la ciudad. Ocurrió poco después de que abrazara al doctor Ricardo Carrillo, veinte años sin verlo, el hombre que me recibió en la selva amazónica de Venezuela, y que permaneció en ella, solitario, superhéroe cubano de los comics por escribir y dibujar, durante tres años. Justo ahora en que son atacados los internacionalistas que salvan vidas.


Regresé a La Habana para compartir el calor y la oscuridad, y las estrellas, con los míos. El SEN es el Héroe Nacional: como hormigas laboriosas sus reparadores hicieron el milagro, y el domingo echó a andar. Entonces el lunes se inauguró el encuentro de colegas por el que empecé mi relato de hoy, más de 400 delegados de 47 países. No pasa nada, o sí, y mucho, pero el país no se detiene y celebra las dos décadas de TeleSur, la voz rebelde del Tercer Mundo, esas dos palabras de combate que ya no se usan. Y Al Mayadeen tiende su trampa, ya lo hizo el año pasado, y vuelvo a caer: unos espejuelos de tecnología inmersiva y estoy en Gaza, recorro sus calles, mejor, sus terraplenes, entre edificios derruidos, y muertos por doquier. Escucho el llanto de los niños. A un lado está la costa, el mar, e indigna suponer que puedan sacar a sus habitantes, expulsarlos de su propio país, que no es Gaza, es la Palestina ocupada, para construir hoteles y residencias que habitarían los asesinos, los usurpadores.

Mi amigo Guille Vilar decía que no era suficiente la denuncia: hay que detener, congelar la vida en el planeta, no más encuentros deportivos, festivales, conciertos, hasta que pare el genocidio. Me siento culpable. Pero de alguna manera, esta Cuba asediada, entre apagones y carencias múltiples, resiste a su manera, dándole abrigo y estudio a los hermanos de otras latitudes, también a los palestinos, y nos burlamos de las propias penurias, inventando maneras de estar, de reír y bailar, de soñar, y contra cualquier pronóstico enemigo, organizando una Serie Élite de Béisbol, su deteriorado, secuestrado y amado deporte nacional.

En el lado opuesto, esperanzador, de esta historia, el principal consorcio de comunicación chino mostraba sus logros futuristas de Inteligencia Artificial, y por unos segundos, viajábamos a otro planeta, donde la inteligencia humana estaba, estará, al servicio de los seres humanos. Socialismo o barbarie, es la disyuntiva. Los vietnamitas, los que ayer derribaban B-52 y helicópteros a pedradas de coraje, presentaban el resumen de una serie documental sobre la amistad del país asiático y la isla caribeña, al que los presentadores añadieron una exclamación de reciprocidad histórica: también nosotros estamos dispuestos a dar nuestra propia sangre, nuestros sentimientos y nuestra inteligencia, por ustedes. Eso tradujo, emocionado, el joven vietnamita que estudia medicina en Cuba. Allá está, cámara en ristre, mi hermano de Bilbao, el incansable y agudo José Manzaneda, que acaba de vencer el pulso jurídico a los fascistas que intentaban amordazarlo.

Salí entonces a caminar, dejé la Universidad atrás, donde sesiona el Coloquio. El aire puro, ligeramente fresco de un invierno que expira, llenó mis pulmones. Sí, nunca fue tan difuso el horizonte, pero está, aunque por momentos no sea visible. Hay que remar. Discutir y remar. Amar y remar. Confiar y remar. Apoyar al de al lado, al lento, al enfermo, pero al ocioso, al pícaro, al vendepatria, dejémoslo en la orilla. De eso se trata, Patria se llama el Coloquio y el barco en que navegamos. Patria es Humanidad.

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