Enrique Ubieta Gómez / Especial para CubaSí
Hace unos días presenté, junto a dos excelentes colegas, una nueva edición de la colección Biblioteca del Pueblo que reúne tres obras clásicas del pensamiento revolucionario: el “Manifiesto Comunista” (1848) de Carlos Marx y Federico Engels, “Nuestra América” (1891) de José Martí y “La historia me absolverá” (1953) de Fidel Castro. Me correspondió introducir el primero. Es, junto a la Biblia, uno de los dos textos más reimpresos y traducidos del mundo en los últimos 177 años. Pero sospecho que, a pesar de que puede ser una referencia conocida por muchos, no sucede lo mismo con su contenido.
Desde la implosión del llamado campo socialista, los medios impresos y digitales, las academias burguesas y sus políticos han aprovechado al máximo el desconcierto de los pueblos y de los intelectuales marxistas de gabinete, enredados en el laberinto de las verdades, observadores en la distancia de sus aplicaciones prácticas, para declarar muerta la doctrina. Estos son los verdaderos extremistas: los que se aferran a la palabra y no al sentido que estas encierran, y de tan literales y rectos, tropiezan con los sinuosos y zigzagueantes caminos de la historia. Los que no entienden el sentido, no entienden el significado. El Manifiesto Comunista es una descripción brillante de la sociedad burguesa de su tiempo, que necesita sin dudas de un atrevido y fiel continuador, pero que establece de manera clara, en un lenguaje asequible, las coordenadas científicas del materialismo histórico. La descripción, a veces, nos provoca la sonrisa del tiempo ido: el ferrocarril que acorta la distancia en días para la comunicación y la información de los obreros en regiones distantes. Hay que retomar el análisis, porque la era de la Internet, no es sólo la de la comunicación inmediata, en segundos, también es la de la desinformación y las fake news, la era de la posverdad, la que reduce y controla la capacidad cognitiva de las clases oprimidas.
En 1871 se publicaba en Madrid, en el periódico marxista El emancipador (1871 – 1873), la primera traducción al castellano del Manifiesto Comunista. El joven José Martí acababa de llegar a España, deportado por sus ideas separatistas, después de haber sufrido prisión en régimen de trabajo forzado en las canteras habaneras, y hasta 1874 vivió y estudió entre Madrid y Zaragoza. ¿Lo leyó? No existe evidencia alguna que nos permita afirmar o negar esa posibilidad, aunque sabemos que era un lector voraz, ávido de textos que apuntaran a un ideal emancipador. También se hallaba en Madrid desde el propio 1871 el franco-cubano Paul Lafargue, discípulo de Marx y esposo de su hija Laura, quien escapaba de la represión política desatada en Francia al caer la Comuna de París. Martí no emite juicio alguno, no comenta nada del suceso parisino en su correspondencia o en sus escritos. Su prioridad es la independencia de Cuba, la contradicción colonia-metrópolis. Y toda fuente de referencia en la época es hostil y difamatoria de aquellos hechos. Una poetisa descifra otra posible razón: “No sé cómo nadie ha relacionado […] escribe Fina García Marruz su rechazo de la Comuna con su preocupación por los alzamientos prematuros.” (1)
Pero volvamos al manifiesto que comentamos. Marx y Engels, al describir el impetuoso avance del capitalismo, expresan lo siguiente:
“la burguesía (…) obliga a todas las naciones, si no quieren sucumbir, a adoptar el modo burgués de producción, lo constriñe a introducir la llamada civilización, es decir, a hacerse burgueses. En una palabra: se forja un mundo a su imagen y semejanza”
Y más adelante concluye:
“Del mismo modo que ha subordinado el campo a la ciudad, ha subordinado los países bárbaros o semibárbaros a los países civilizados, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el Oriente al Occidente” (2)
Dos conceptos, el de civilización y barbarie, que se volverán claves para comprender el pensamiento anticolonial, aparecen en este texto de juventud de Marx y Engels. Señalo un detalle de la redacción: aunque en otros párrafos del mismo manifiesto la palabra civilización parece adquirir un carácter absoluto (siempre entendida como burguesa), en la cita anterior los autores escriben “la llamada civilización”. Regreso entonces a Martí, que mira el mundo desde la atalaya opuesta, la del país colonizado, la del Tercer Mundo como apuntara Fernández Retamar y escribe en 1884, para refutar a los estudiantes estadounidenses que intentan, en práctica docente, justificar la conquista y la opresión de unos pueblos por otros, tomando para ello
"el pretexto de que la civilización, que es el nombre vulgar con que corre el estado actual del hombre europeo, tiene derecho natural de apoderarse de la tierra ajena perteneciente a la barbarie, que es el nombre que los que desean la tierra ajena dan al estado actual de todo hombre que no es de Europa o de la América europea.”
El estado actual del hombre europeo es el de la burguesía, naturalmente. Y añade Martí unas palabras, en referencia a la colonización de Egipto por Inglaterra, cuya lectura actual, apegada más a su sentido que a su significado, pudieran ser aplicadas a la propaganda antiárabe del imperialismo (guerra cultural que precede a la guerra militar), y a la causa palestina:
“como si cabeza por cabeza, y corazón por corazón, valiera más un estrujador de irlandeses o un cañoneador de cipayos, que uno de esos prudentes, amorosos y desinteresados árabes que sin escarmentar por la derrota o amilanarse ante el número, defienden la tierra patria, con la esperanza en Alá, en cada mano una lanza y una pistola entre los dientes" (4)
Avanza más José Martí, cuando defiende la posibilidad de otra modernidad para América Latina, que no copie el modelo estadounidense: “Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales. El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico. No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza”. Me atrevo a plantar la hipótesis de que Martí no sólo dialoga con Sarmiento, también lo hace, muy sutilmente, con Marx. Con naturalidad, el revolucionario Martí dice “han vencido” y no, “deben vencer” aún cuando estábamos lejos de cumplir esa exigencia, porque sus textos no describen, construyen.
Por otra parte, el Manifiesto puede confundir al lector si no entiende que Marx no mira ni expone lo que sucederá mañana: su mirada siempre se posa en el horizonte, en el ideal comunista. Su descripción no alude a los próximos pasos, sino a los pasos gigantes de la historia. Es una característica que une a Martí, a Marx y a Fidel, no en una identidad de ideas en tiempos históricos diferentes, aunque coincidan las fechas, sino de recursos, de actitud: los tres son esencialmente revolucionarios. Nada hay más desmovilizador que mirar y señalar solo lo inmediato y lo “posible”.
Marx asume la defensa y traza el camino para la toma del poder político por las mayorías, cuya misión era emancipar a la totalidad, a todos los explotados y a todos los explotadores. El intento fallido de socialismo desenfocó el propósito, y la reacción hizo lo suyo: fraccionó las demandas sociales, y el sujeto de cambio se perdió en espacios estancos, sin comunicación posible. Hay que retomar el principio unificador, porque no habrá emancipación de grupos, si no se emancipa la sociedad toda. ¡Explotados de todos los países, uníos!
Otro fantasma recorre el mundo hoy, de signo opuesto: el fascismo, la reacción violenta de la burguesía occidental, hasta ayer hegemónica, que pierde su capacidad de control. Otro par de conceptos adquiere realidad tangible: socialismo o barbarie. Esta vez la barbarie la representa el modo de producción burgués, que no encuentra alternativas para su supervivencia. Después de la desaparición del “socialismo real”, no queda otra opción que rehacer el camino hacia el socialismo; toda “corrección” política no solo será ineficaz, sino eventualmente suicida. La única manera de vencer al fascismo, que va a la raíz de los intereses de clase de los explotadores, es ir a la raíz de los intereses de clase de los explotados, es decir, es la lucha final de las posturas más radicales para construir un mundo mejor, sin clases, sin explotados, o perecer en el intento.
Sean estas palabras una invitación a la lectura del volumen que bajo el título de Pensamiento revolucionario: tres textos clásicos, reúne a esos grandes fundadores. En Fidel se producirá la eclosión dialéctica de sus dos predecesores, Marx y Martí. Esa es la fuerza y la vigencia de la Revolución cubana.
NOTAS:
(1) La cita fue tomada de María Caridad Pacheco: “José Martí, Víctor Hugo y la Comuna de París” en dos partes, publicada en La Jiribilla, junio de 2021. Recomendamos este texto revelador
(2) Carlos Marx y Federico Engels: “Manifiesto Comunista”, en Pensamiento revolucionario: tres textos clásicos, La Habana, Biblioteca del Pueblo, Editorial de Ciencias Sociales, 2024, p. 8
(3) José Martí: “Una distribución de diplomas en un Colegio de los Estados Unidos”, en Obras Completas, tomo 8, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1991, p. 442
(4) José Martí: “Nuestra América”, en Pensamiento revolucionario: tres textos clásicos, La Habana, Biblioteca del Pueblo, Editorial de Ciencias Sociales, 2024, p. 48