Cada cubano, viva donde viva, debiera leer cada cierto tiempo “Vindicación de Cuba". Foto: Modesto Gutiérrez.
Marlene Vázquez Pérez
Cubadebate
“Vindicación de Cuba”, de José Martí, es un clásico del pensamiento cubano al que hay que volver con frecuencia. Texto complejo, escrito en la lengua del contrario, es un ejemplo de compromiso cívico, patriotismo y responsabilidad ciudadana. Responde con agilidad y moderación a una campaña difamatoria contra Cuba y los cubanos, iniciada por The Manufacturer de Filadelfia, con el beneplácito de The Evening Post, de Nueva York.
La indignación que provoca en Martí la lectura de los dos textos denigrantes no le impide ser justo a la hora de valorar el lado positivo del pueblo norteamericano, tan diferente de la conducta de sus gobiernos y voceros oficiales.
Casi al final de su texto, cuando responde a las acusaciones de debilidad y cobardía de que fuimos objeto entonces, sobresale su mirada agradecida a los que pelearon por solidaridad y humanismo en nuestra Guerra de los Diez Años, como puede apreciarse más abajo en las líneas en cursiva, mientras el gobierno estadounidense no respaldó el derecho de los cubanos a la beligerancia:
Acaba The Manufacturer diciendo “que nuestra falta de fuerza viril y de respeto propio está demostrada por la apatía con que nos hemos sometido durante tanto tiempo a la opresión española”, y “nuestras mismas tentativas de rebelión han sido tan infelizmente ineficaces, que apenas se levantan un poco de la dignidad de una farsa”. Nunca se ha desplegado ignorancia mayor de la historia y el carácter que en esta ligerísima aseveración.
Es preciso recordar, para no contestarla con amargura, que más de un americano derramó su sangre a nuestro lado en una guerra que otro americano había de llamar “una farsa”.
¡Una farsa, la guerra que ha sido comparada por los observadores extranjeros a una epopeya, el alzamiento de todo un pueblo, el abandono voluntario de la riqueza, la abolición de la esclavitud en nuestro primer momento de la libertad, el incendio de nuestras ciudades con nuestras propias manos, la creación de pueblos y fábricas en los bosques vírgenes, el vestir a nuestras mujeres con los tejidos de los árboles, el tener a raya, en diez años de esa vida, a un adversario poderoso, que perdió doscientos mil hombres a manos de un pequeño ejército de patriotas, sin más ayuda que la naturaleza.[1]
Se estaba refiriendo Martí a Thomas Jordan y Henry Reeve, quienes desempeñaron un papel destacado durante la contienda. En unos apuntes de su etapa de residencia en Guatemala, dedicados a la recopilación de información para un libro sobre la historia de la Revolución Cubana, que hasta donde sabemos no pasó de ser un proyecto, hay referencias a ambos. Del primero dirá: “Minas de Tana—en 1ro. de Enero de 1870. —derrota de Puello por Jordan”.[2] Este hombre, destacado militar de formación académica, simpatizó desde el principio con la causa cubana y gracias a su pericia se salvaron los pertrechos que trajo en el Perrit, al ser atacados los expedicionarios por numerosa fuerza española. Intentó organizar y disciplinar las partidas insurrectas, enseñó táctica a los oficiales en una escuela que estableció en El Cobre y fue nombrado por Céspedes Jefe del Estado Mayor General, en el Departamento de Camagüey. En 1870 sustituyó a Manuel de Quesada en el cargo de General en Jefe. Luego obtuvo el espectacular triunfo de las Minas de Juan Rodríguez, en Camagüey, pero el 12 de marzo de ese año renunció a su cargo por contradicciones con muchos jefes cubanos, que no compartían sus criterios estratégicos. Regresó a su país y continuó apoyando la causa de la independencia de Cuba hasta el final de sus días.
Del segundo escribió: “Agramonte miraba con especial estimación a H. Reeve […]”.[3] Este hombre, que llegó a ser General del Ejército Libertador, arribó a Cuba en una expedición en el año 1869 y sobrevivió a los disparos del pelotón de fusilamiento español. Su valor era legendario y participó en numerosos combates. Casi inválido por las heridas, se hacía amarrar a su caballo para combatir. Llevó la invasión a Matanzas por orden de Máximo Gómez, y en 1876, en la zona de Yaguaramas, actual provincia de Cienfuegos, al verse rodeado por numerosos enemigos, prefirió suicidarse a caer otra vez prisionero de los españoles.
La gratitud martiana, rasgo sobresaliente de su carácter, aflora aquí en el recuerdo emotivo hacia a esos estadounidenses, cuya ejecutoria vital no debe ser olvidada, y que constituyen un ejemplo de la bondad inherente a los pueblos, situada por encima de las decisiones de sus gobiernos.
[1] JM: “Vindicación de Cuba, “ OC, t. 1, p. 240.
[2] JM: [Fragmentos para el libro sobre la Historia de la Revolución Cubana], OCEC, t. 5, p. 322.
[3] Ibídem, p. 324.