Gara.- Con la muerte de Eva Forest (Barcelona, 1928) se pierde una voz clara, un referente intelectual. Desde su primera novela, «Febrero», y años después con el trabajo en la editorial Hiru, Forest se ganó un espacio propio en la literatura del compromiso. La solidaridad es quizás la palabra que mejor define su trayectoria vital: ante la detención y la tortura, en el paso por la cárcel, con el trabajo constante en favor de la revolución cubana y en la denuncia de la guerra.

 

Una vida marcada por el compromiso

Muere Eva Forest, escritora, voz contra la tortura, mujer solidaria

Gara.- Con la muerte de Eva Forest (Barcelona, 1928) se pierde una voz clara, un referente intelectual. Desde su primera novela, «Febrero», y años después con el trabajo en la editorial Hiru, Forest se ganó un espacio propio en la literatura del compromiso. La solidaridad es quizás la palabra que mejor define su trayectoria vital: ante la detención y la tortura, en el paso por la cárcel, con el trabajo constante en favor de la revolución cubana y en la denuncia de la guerra.
Eva Forest nació en Barcelona en 1928, en el seno de una familia anarquista. Su padre, pintor, consideraba la escuela una institución represiva, por lo que, mientras vivió, la libró de la educación reglada. Murió en 1936, coincidiendo con el inicio de la Guerra. Fue ingresada en una guardería de ayuda a los niños de España creada con ayuda suiza y solía contar que estuvo a punto de ser evacuada a Rusia, aunque, en el último momento, su madre la sacó del camión que la llevaba a embarcar.
Después de la Guerra pisó por primera vez una escuela, cursó el bachillerato en Barcelona y, luego, fue a Madrid a estudiar Medicina. Compaginaba las clases con un trabajo en el Departamento de Psiquiatría del Hospital Provincial, con López Ibor.
En aquel tiempo conoció a personas como Luis Martín Santos y Carlos Castilla del Pino. Los sábados acudían a la Universidad Libre de Gambrinus, una tertulia que, según confesó siempre Forest, fue muy importante para su formación. En realidad, aquella primera parte de la década de los cincuenta experimentó un proceso de toma de conciencia social que se reflejará en una actitud vital de compromiso ético y político que la acompañará el resto de su vida.
En 1955, cuando cursaba el último año de carrera, conoció al escritor Alfonso Sastre y, antes de que concluyera el año, se casó con él. En 1956, Sastre fue procesado por los tribunales franquistas y el matrimonio marchó a París, donde nació su primer hijo, Juan. En aquella época, Forest empezó a abandonar la Medicina y a interesarse por la Sociología, «una Sociología sui géneris», solía matizar.
Inspirada en los episodios represivos que en 1956 se vivieron en la Universidad de Madrid, escribió su primera novela: «Febrero». En 1962, de nuevo en el Estado español, fue detenida en una manifestación de mujeres en apoyo a las huelgas de los mineros de Asturias. Al negarse a pagar la multa, ingresó en prisión durante un mes con su hija Evita, recién nacida.
Vietnam, Cuba...
En 1966 viajó por primera vez a Cuba y, tras recopilar información durante cuatro meses en una granja de Sierra Maestra, escribió «Los nuevos cubanos», cuya publicación prohibió la censura. Este libro es reflejo de otra de las líneas maestras de su vida: la solidaridad internacional. De hecho, al año siguiente, creó en Madrid el Comité de Solidaridad con Vietnam.
Fue en el transcurso del Proceso de Burgos contra militantes de ETA cuando creó en Madrid el Comité de Solidaridad con Euskadi. Unos años después, en el 74, bajo el seudónimo Julen Agirre, publicó «Operación Ogro», sobre el atentado contra el almirante Carrero Blanco. El 24 de setiembre de aquel mismo año fue detenida acusada de colaboración con ETA y pasó casi tres años en prisión preventiva, en Yeserías. En prisión escribió «Diario y cartas desde la cárcel» y «Testimonios de lucha y de resistencia». También inició su extenso trabajo «Tortura y democracia», otra de las líneas de actividad que la caracterizaron hasta el final.
En 1977 salió de la cárcel y tuvo ocasión de reunirse con su marido y sus hijos, que en los últimos años habían vivido en Burdeos. Y el reencuentro familiar se produjo en Hondarribia, donde Forest ha vivido con Alfonso los últimos treinta años.

Impulsora del TAT
En 1979 impulsó la creación del TAT, Grupo contra la Tortura, y publicó un monográfico sobre el tema en «Punto y Hora», revista con la que colaboró asiduamente. En ella publicó, por ejemplo, un extenso trabajo sobre Noam Chomsky, fruto de sus conversaciones en EEUU con el pensador norteamericano. También un «folletón» por capítulos, «una especie de viñetas de cómic pero escritas», titulado «Onintze en el país de la democracia», protagonizado por una andereño detenida y torturada por la Guardia Civil. En la última Feria de Durango, presentó precisamente la reedición de ese trabajo. Lamentaba entonces, en declaraciones a GARA, que, pese al tiempo transcurrido, siguiera de plena actualidad.
Eva Forest, alineada con la izquierda abertzale, llegó a ser elegida senadora en representación de Herri Batasuna.
En 1990 fundó la editorial Hiru, con el doble objetivo de ir publicando la obra de Alfonso Sastre, ninguneado por el stablishment político-cultural, y otros textos interesantes, muchos de ellos de política y solidaridad internacional. El título de la colección en la que se han publicado muchos de estos textos, «Sediciones», es elocuente sobre su vocación.
En 1998, realizó su primer viaje a Irak, tras el que publicó «Irak, ¿un desafío al nuevo orden mundial?». No sería el último. En realidad, la denuncia del imperio, siempre presente en su actividad al menos desde que fundó aquel Comité de Solidaridad con Vietman, ha sido una de sus principales líneas de actuación en los últimos años. Eso le llevó a participar en el Foro Social Europeo de Florencia, en las Jornadas sobre la Humanidad frente al Imperialismo de Cuba, el Encuentro Mundial en Defensa de la Humanidad de Venezuela o en el Tribunal Internacional Benito Juárez de México. «La extrañeza como arma de resistecia» fue el título de la conferencia que pronunció en julio del año pasado en el Segundo Foro Internacional de Filosofía de Caracas, y, en octubre, presentó una ponencia sobre la tortura en el Congreso en Defensa de la Humanidad de Roma.
Sus últimas apariciones públicas han tenido lugar el mes pasado, con ocasión de la semana de actividades que los ayuntamientos de Irun y Hondarribia dedicaron a la figura y a la obra de Alfonso Sastre, jornadas en las que ella misma participó, con una charla en la que habló del papel de Hiru. Estaba preocupada por la intervención quirúrgica a la que iba a ser sometida, pero hablaba de ella con la naturalidad y vitalidad que la caracterizaban. Desveló incluso que había escrito un libro documentando el proceso de su enfermedad.
Ese no será el único que Eva Forest deja inédito, pues hay otros, como «Huelga General», «Cuentos» o «El jardín», títulos que corresponden a su obra narrativa. En realidad, ella distinguía entre su obra narrativa y lo que llamaba «literatura de urgencia». A este «género» pertenecen, sin duda, sus trabajos más conocidos, como «Operación Ogro» (1974), «Onintze en el país de la democracia» (1985), «Tortura y Democracia» (1987), «Dispersión» (1993), «Proceso al jurado» (1997) o «Manual de solidarios» (1999).

Escribir, siempre
En su última aparición pública, el mes pasado, durante las jornadas dedicadas a Alfonso Sastre en Irun y Hondarribia desveló que había escrito un libro documentando el proceso de su enfermedad. No será su única obra inédita.
La editora
En 1990 fundó la editorial Hiru, con un doble objetivo: publicar la obra de Sastre, ninguneado por el stablishment político-cultural, y otros textos interesantes, muchos dedicados a la política, siempre desde su prisma de izquierda.
De plena actualidad
En la última Feria de Durango presentó la reedición de «Onintze en el país de la democracia» (1985). Eva se lamentaba entonces, en declaraciones a GARA, de que pese al tiempo transcurrido, el tema de la tortura siguiera de plena actualidad.
«Tremendamente generosa y defensora de la dignidad»
«Era una mujer con una ideología muy concreta, pero, al mismo tiempo, tremendamente generosa, de modo que ayudaba a quien lo necesitaba sin entrar a juzgar a las personas, intentando entenderlas. Allí estábamos las políticas -de distintas tendencias- y las sociales, pero ella intentaba no hacer distingos a la hora de ayudar. Organizaba las lecturas de Brecht, Sartre o Weiss, y lo hacía para todas, tanto presas políticas como sociales». Estas palabras las pronunció ayer, en cuanto conoció la triste noticia, Rosa Estela, quien fue detenida, al igual que Fito Rodriguez, en 1976, «después de la Fuga de Segovia».
Estela ingresó en Yeserías y fue precisamente Eva Forest -en prisión desde 1974- la primera persona que la acogió. «La recuerdo -rememora- intentando documentar la realidad, entenderla. Solidaria, defensora de la dignidad humana».
Fito Rodriguez, quien como Estela siguió manteniendo tras la excarcelación una relación muy estrecha con Eva Forest y Alfonso Sastre, dijo ayer de ella: «Ha sido una compañera de lucha, fuera de lo corriente ética, estéticamente y en todos los sentidos. Yo creo que una de las cosas que la han caracterizado es su defensa del movimiento popular y su desconfianza de los aparatos. Otra -continúa-, su visión, cuando advertía que el hecho de que hubiese muerto Franco y se hubiese establecido un régimen formalmente democrático no haría que problemas como la tortura desaparecieran».
Estas no son más que las primeras impresiones ante una muerte que dejará huella y que, sin duda, provocará a partir de hoy numerosas reacciones.
 
 
Desde Cuba 
La risa de Eva Forest
Julio César Guanche
Juventud Rebelde
En silencio, muy lentamente, acabamos de decirles a nuestros hijos que Eva Forest ha muerto. A sus cuatro años, sus rostros reflejan los nuestros. Julio Antonio ha preguntado: «¿y no la veremos más?», y cuando pronunciamos el difícil, «No», César responde: «¿y no podemos hacerle una estatua?».
En Hondarribia, viví una semana en la casa de Eva y Alfonso. Allí un amigo recordó que uno reconoce olores en todas las casas, menos el olor de la propia. Conservo el aliento de aquella casa, los recodos de su olor.
La casa de Eva tiene el olor de Eva. Pero si uno la observa, la casa actual nada tiene que ver con el mapa de su nacimiento. La casa ha ido cambiando según las edades, más bien según las estaciones, de Eva. El pasillo, las flores de la fachada, el baño lleno de fotos y hojas secas, han tomado la consistencia física de sus brazos, piernas y rodillas. El pasillo de la escalera tiene la forma de su corazón: allí donde los carteles anuncian las batallas por la libertad de Eva, carteles en castellano, en euskera, en francés, en inglés, carteles que claman por la libertad de ella, Eva presa, Eva sin saber de sus hijos, Alfonso expulsado de país en país, mientras Eva recibe en prisión las visitas de los torturadores y los poemas de Alfonso.
Al pasar por un estadio de fútbol, no recuerdo su nombre, Eva comenta emocionada que, tras salir de la cárcel, allí la recibió una multitud que deliraba en la felicidad del coraje. Su cara se enciende. En ese momento, ella es el rostro de la libertad, de los que luchan, caen, se levantan y siguen. Eva en Madrid, en Vietnam, Eva en Cuba, en Iraq. Ella es el rostro de la tristeza, del dolor de las pérdidas, pero es también la faz de una conquista: cuando se ha arrebatado al miedo la posibilidad de ser uno mismo.
Eva nos hace descender por una montaña enrevesada. Hace detener el automóvil y nos lleva hacia un muro. Allí escuchamos, en silencio, el ruido del mar. Allá abajo, rompen las olas. Eva narra, despacio —todavía en susurros décadas después— su historia de la lucha contra Franco, la gestación de Operación Ogro, habla de amigos que quedaron, de personas que deberían estar siempre, de la memoria como una trama de dignidad a diario conquistada.
Veré cómo le explico a César que la silueta de Eva es incapaz de ser atrapada en una estatua. Le diré que puede dibujar su sonrisa. Una sonrisa que no cesa. Una sonrisa que lo llevará, impertérrito y tenaz, por el camino rudo de la verdad.
Pablo de la Torriente Brau escribió semblanzas a las que tituló Hombres de la Revolución. Eva figurará, en las múltiples reescrituras de esas crónicas, como una mujer de la revolución. Al igual que los héroes de Pablo, la risa de Eva tiene una feroz capacidad de contagio, cuando se hace sangre en la tenacidad de la solidaridad, del amor, de la amistad, de la lucha y de la crítica de la lucha que se hace nuestra.
Pienso ahora en Hiru, un proyecto editorial tan desmesurado como realista, llevado por tres mujeres y un hombre («que es casi una mujer más, cosa que decimos como un gran elogio», decía Eva), uno de los catálogos de ideas de izquierda más lúcidos en lengua española en las últimas décadas y que Eva solventaba con dinero robado literalmente a sus almuerzos.
Pienso también en Los nuevos cubanos, libro aún inédito, donde Eva entrevistó a campesinos en la provincia de Granma, buscando en ellos el testimonio de otra vida. Su interés: la sociología, o más bien, la antropología del «hombre nuevo».
Hace dos años, Eva y Alfonso volvieron a aquel lugar, allí donde había trabajado entonces Eva con otras compañeras. A su regreso, ella, riéndose, contaba cómo las «guajiras» la habían reconocido, y sobre todo, cómo mostraban a las «más nuevas» a Alfonso, cual trofeo de guerra, y le llamaban con cariño «el marido de las gallegas». Alfonso reía también.
Pero Alfonso sigue riendo. Quien haya conocido a Eva Forest de la manera en que Alfonso Sastre la ha conocido es poseído ya para siempre por una risa inevitable.
Hace tiempo prometí a Eva una carta de amor. Se lo dije a escondidas de Alfonso. Él sabe comprender. Lo hago aquí.
Eva, ten siempre, como si fuesen nuestras, porque lo son, las palabras de Alfonso: «Y un día, compañera, volveremos triunfantes al espacio habitado que jamás era nuestro».
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