Jorge Smith - Granma.- Eva Forest, la médico, periodista, escritora, editora independiente, luchadora social y amiga de Cuba y de los pobres, falleció hoy en el País Vasco, que la acogió como una hija. Hija de anarquistas, nació en Barcelona en 1928, y como su padre consideraba la escuela como una institución represiva no fue a centros docentes oficiales y su infancia transcurrió feliz entre el gran jardín de la casa y el estudio de su padre, que era pintor.

Para 1936, año en que muere su padre, comienza la Guerra Civil española y Eva, al término de esta fue ingresada en una guardería de ayuda a los niños de España creada con ayuda suiza.
Concluido el Bachillerato en el Instituto Maragall de Barcelona, matricula Medicina en Madrid y se casa con Alfonso Sastre, uno de los más grandes dramaturgos españoles.
Toda la década del 50 y 60, junto al cuidado de sus hijos se le ve en la lucha social, ya sea detenida en una manifestación de mujeres en apoyo a las huelgas de los mineros de Asturias o contra la guerra de Vietnam y a favor de la autodeterminación de Cuba.
Los nuevos cubanos, libro que escribió después de vivir cuatro meses en una granja de la Sierra Maestra, en 1966, lo prohibió la censura franquista.
A la muerte de Carrero Blanco, es detenida acusada de colaboración con ETA y pasa casi tres años en prisión preventiva, el juicio nunca llegó a celebrarse por lo que salió en libertad el 1 de junio de 1977.
Durante los años de cautiverio escribió Diario y cartas desde la cárcel y Testimonios de lucha y de resistencia, asimismo inició su extenso trabajo Tortura y democracia.
A finales de 1977 con toda la familia reunida de nuevo, establecen su residencia en Hondarribia, Euskadi.
Seminarios, viajes y conferencias a lo largo de Europa y América del Norte matizan esa etapa que concluye en 1979, con la creación del TAT, Grupo contra la Tortura.
Eva Forest viajó a Estados Unidos, a países de Europa y América Latina y realizó contactos con Noam Chomsky y conferencias en la Universidad de California.
En 1990 fundó la Editorial Hiru, de la cual se sintió siempre especialmente orgullosa por su estilo independiente y alternativo frente a la basura literaria que caracteriza la gestión de publicidad en estos días.Cuando la primera Guerra del Golfo, como represalia por haber firmado contra la guerra, la Universidad de Irvine rescinde el contrato que tenía con su marido, Alfonso Sastre.
En 1998 viaja a Iraq y publica Iraq, ¿un desafío al nuevo orden mundial?".
Acerca de Cuba, la solidaridad con la isla la mantuvo como una soldado fiel, incondicional, inteligente, de gran prestancia y prestigio.
No ha existido causa justa en el siglo XX e inicios del XXI, que no haya tenido a Eva Forest como una partidaria sin descanso ni tregua. (PL)

Eva Forest nos dejó
Una joven inmortal
Santiago Alba
Rebelión
Hay dos motivos por los que resulta muy difícil creer –y tanto más difícil cuanto más real e irremediable es el hecho- que Eva Forest haya muerto: el primero es que era inmortal, el segundo es que era demasiado joven. Que una joven inmortal muera, mientras tantos despojos corrompidos alientan contra el mundo, mientras los muertos matan y gobiernan y sobreviven a su conciencia, quizás no es indicio suficiente para probar una conspiración pero sí para iluminar del modo más doloroso cuánto la necesitábamos y cuánto la vamos a echar de menos. Era tan inmortal que ningún torturador habría podido ofenderla; era tan joven que ningún rebelde habría podido adelantarla. No hablaré de todo lo que personalmente debo a Eva sino de lo bien que supo escoger todas sus batallas.
Alguien dirá que Eva Forest sólo apoyó causas perdidas; sólo apoyó más bien las que merecen ganar y las que, por tanto, es arriesgado apoyar. Hace año y medio, en un texto sobre los intelectuales y el compromiso, Eva explicaba lo que ocurre cuando uno toma conciencia de los torcidos entuertos de este mundo, esa terrible transparencia de la que no hay ya retorno posible y cuyo fogonazo obliga a asumir después la responsabilidad sobre los propios actos y, por supuesto, sobre los propios silencios. Cuando se sabe, cuando se está en la posición del saber, ya no se puede ser neutral sin ensuciar aún más el fango; ya no se puede ser inocente sin dañar aún más a los que no son culpables. Creo que a Eva le daba mucho miedo el silencio; nació con la conciencia puesta y comprendió enseguida que no había mayor intervención, ni más violenta, que la de reprimir una protesta y permitir que las cosas sigan su invariable compás de injusticias y exterminios. En un mundo en el que los muertos entierran a los vivos, los que callan ofician de sepultureros; los que se rebelan mueren siempre demasiado jóvenes para llegar a tiempo a todas las liberaciones. Eran muchos los lugares: Euskal Herria, Cuba, Venezuela, Palestina, al final de su vida ese Iraq cuyo dolor compartíamos y sobre el que escribió y editó libros propios y ajenos, atada como estaba, fuera de esos matices que empañan la visión, a la suerte de las víctimas del imperialismo en todos los rincones del planeta. Sólo los niños sufren tan intensamente el dolor ajeno; sólo los sabios lo comprenden tan bien; sólo los valientes se rebelan contra sus causas. Todas estas virtudes se reúnen raramente en un solo cuerpo; pero basta desgraciadamente una sola muerte para llevárselas todas de una sola vez.
En un reciente homenaje a otro gran luchador comunista, Eva Forest escribió, como adelantando todo lo que hay que decir sobre ella: “Recoger los sueños de nuestros muertos y convertirlos en arma creadora que perfora imposibles y horada utopías en busca de nuevos caminos que aceleren el proceso de humanización, ¿no es ya el mejor homenaje?”. Eva Forest ha muerto a los 78 años con toda la vida por delante; ha muerto, mejor dicho, con varias vidas por delante y el único homenaje que nos pide, el único que podemos ofrecerle, es el de vivirlas a partir de ahora en su lugar. No hay un paraíso –ni siquiera un infierno- donde vayan los “rojos” a conversar y voltear revoluciones derrotadas. Tenemos que seguir viviendo, conversando y rebelándonos con Eva en este mundo, ése que ella amó hasta el extremo de hacernos creer que nunca iba a abandonarlo y ese también que combatió hasta el punto de conservar las fuerzas de la juventud hasta la última batalla. La última y la única que perdió.

Eva Forest
Carlos Fernández Liria
Rebelión
Tiene algo de paradójico. Somos muchos los que estamos reunidos en torno a la muerte de Eva y unidos por su recuerdo, y sin embargo nos sentimos muy solos. Es imposible llenar el hueco que ha dejado entre nosotros. Sobre todo, hemos perdido una amiga, eso es sin duda lo peor. Eva era también un ejemplo viviente que todos admirábamos y en el que todos queríamos reconocernos. Su coherencia y su compromiso políticos habían convertido su vida en algo así como un teorema que venía a demostrar que en un mundo como éste es imposible ser honrado sin ser comunista. Y eso que decía Althusser de que un comunista nunca está solo fue verdad mientras Eva estuvo entre nosotros. Ahora, su muerte nos hace sentirnos infinitamente solos. Porque Eva tenía algo que solo puede compararse con la naturaleza. Al irse, es como si hubiera desaparecido la fuerza del viento, el peso de las mareas, el calor del sol. Algo irreparable e insustituible.
Por mi parte, no hay que preocuparse: bien pronto el recuerdo de su alegría y su vitalidad me devolverá las fuerzas que he perdido con el dolor por su muerte. Las veo ya despertar en todo el odio que siento hacia todos aquellos que la calumniaron, marginaron e insultaron.

Eva
Iñaki Egaña
Cultura
Hace poco presentamos una biografía atípica de Fidel Castro, atípica por eso de que incidía en los aspectos cercanos del líder cubano y pasaba de puntillas sobre esos más habituales, los políticos. La autora, Katiuska Blanco, no pudo asistir a la presentación y en su lugar llegó el representante cultural de la Embajada cubana en Madrid. Lo recogí en el aeropuerto de Hondarribia, a primera hora de la mañana.
Era un hombre entrado en años, con barba cana, desaliñado con la corbata para la ocasión, despistado, escritor y creo que poeta, que nunca había estado antes en el País Vasco. Recorrimos en coche las cercanías, pasamos hasta Sara como si fuéramos contrabandistas y nos mezclamos con un día metido en brumas.
Las raíces y las ramas de los bosques de Ainhoa parecían dispuestos para la ocasión. Jamás lo hubiera imaginado: la naturaleza como aliado. Volvimos y visitamos Itzea. Y un poco más allá, recuerdo, me anunció que había quedado con Eva y Alfonso. “Estoy un poco nervioso”, se sinceró. Pero no por la presentación del libro, sino por la cita con Eva. Conocía su historia, sus escritos y su compromiso. La admiraba profundamente.
Presentamos el libro y Eva amparó al delegado cultural. Se perdieron entre las calles de la Parte Vieja, camino del parking. La lluvia se apoderó de la plaza de la Constitución y me refugié bajo los arcos. Conocía a Eva desde hace muchísimos años y la sentía tan cerca, tan complicada con sus trabajos, denuncias y, sobre todo, con la edición de sus hermosos libros, que nunca había podido sentir las admiraciones que expresaba el cubano. Cuando tenemos alguien tan notable a nuestro alrededor, cuando sabemos de ellos, de que jamás nos defraudarán, la cotidianeidad nos va convirtiendo en una familia, una gran y bien avenida familia. Y, refugiado de la lluvia entre los arcos, concluí que entre nosotros, las referencias apenas si tienen importancia, y son los que vienen de fuera los que nos dan esos toques de reflexión.
Eva llegó a la República del Bidasoa desde el compromiso. Desde la humildad y el anonimato. Eran tiempos de mucha letra y poca actividad. Eva apostó por la actividad. Y cuando la actividad le fue negada con la cárcel, cuando luego se convirtió en acomodo para otros, Eva apostó por las letras. Nos legó, en la clandestinidad, el referente de toda una generación, el por qué de la ejecución del Ogro, el delfín del tirano, el símbolo de los años más oscuros del siglo XX. Siguió recogiendo testimonios, abriendo una brecha en la desvergüenza, denunciando la tortura. Y concluyó con su gran proyecto editorial, Hiru. Editando, corrigiendo, traduciendo, metiendo los libros en sobres e incluso vendiéndolos.
El modelo editorial de Eva era un modelo político. Probablemente alguien no lo entienda y quizás debiera decir pre-político, dadas las sensaciones peyorativas que emanan de semejante afirmación. Me refiero a un modelo integral, donde no existen esas escaleras y esos pedestales que tanto daño hacen a la izquierda. La recuerdo en las ferias, en su casa haciendo paquetes, exultante por haber publicado en castellano a un Nobel de Literatura, cuando el resto lo había desdeñado por rojo. La recuerdo discutiendo, como buen militante, renegando, apoyando. Con criterio. Era Eva. La teníamos en casa y debían de venir del otro lado del Atlántico para recordarnos que nosotros, también, le debíamos admiración. Y si la eternidad existiera deberíamos añadir que esa admiración sería eterna.

Una vida admirable y ejemplar
Eva
Carlo Frabetti
InSurGente
El conocido dicho de que detrás de un gran hombre hay una gran mujer, además de machista, es totalmente falso. Una gran mujer no cabe detrás de un hombre, por grande que éste sea. Cuando un gran hombre y una gran mujer van juntos, sólo pueden ir el uno al lado de la otra, codo con codo, compartiendo en pie de igualdad una empresa tan grande como ellos. Y cuando el hombre y la mujer que van juntos son los más grandes, ética e intelectualmente hablando, esa empresa común sólo puede ser la empresa suprema: la insobornable lucha por un mundo más justo y más libre, por una sociedad equitativa y fraterna; la lucha revolucionaria, en una palabra.
Es casi innecesario señalar, tan excepcional es su caso, que escribo estas líneas pensando en Alfonso Sastre y Eva Forest.
Pocos días antes de morir, Eva me dijo, literalmente, que estaba en el mejor momento de su vida. Que una persona de ochenta años, en pleno uso de sus facultades, pueda decir algo así, es el balance más positivo y alentador que cabe hacer de toda una vida de lucha, así como el argumento más contundente a favor de esa misma lucha, una lucha que fortalece sin cesar a quienes perseveran en ella y los hace crecer cada día.
"Claro que estás en el mejor momento de tu vida, Eva -le dije- puesto que este momento es el resultado de todos los anteriores: estás mejor cada día porque cada día eres mejor".
Qué vida tan envidiable, la de Eva Forest. La compartió con el mejor de los hombres, a la vez que contribuía de forma decisiva a hacer de él el mejor de los hombres, en la misma medida en la que él contribuyó a hacer de ella la mejor de las mujeres, la mejor de las personas. Es habitual (casi preceptivo), en las honras fúnebres, incurrir en todo tipo de excesos; pero he dicho tantas veces que Eva era la mejor persona que jamás he conocido, que ahora puedo repetirlo sin temor a exagerar bajo los efectos de un dolor insoportable. En ninguna persona (y he tenido la suerte de conocer a no pocas personas excelentes) he visto una tan alta suma (o producto, mejor dicho, pues son cualidades que se potencian mutuamente) de inteligencia, generosidad, valentía y honradez. En ninguna persona he visto tanta energía y tanto entusiasmo al servicio de esas cualidades.
Qué vida tan admirable y tan ejemplar, tan auténtica y tan plena. Se lamentaba a veces Eva de no tener tiempo para escribir. "No tienes tiempo para escribir -le decía yo riendo, pero totalmente en serio- porque tienes cosas demasiado importantes que hacer". Y sería interminable la lista de las cosas importantes que Eva tenía que hacer e hizo como nadie. Vivió en primera persona los comienzos de la revolución cubana y los de la revolución bolivariana de Venezuela, y las apoyó en todo momento y de todas las formas imaginables. Con su ejemplo y sus escritos (pues a pesar de no tener tiempo para escribir nos ha legado textos imprescindibles), fue la gran abanderada de la lucha contra la tortura, el gran referente moral y político de quienes vemos en esa forma extrema de terrorismo de Estado la clave y el repugnante emblema del criptofascismo que intentan vendernos como democracia. Creó y sacó adelante una editorial -Hiru- que se ha convertido en referente indispensable de la izquierda mundial y que por sí sola bastaría para justificar toda una vida, más de una vida... No tenía tiempo de escribir porque, como diría Oscar Wilde, hizo de su propia vida su obra de arte. Una obra maestra en el más literal sentido del término, puesto que ha sido y seguirá siendo continuo motivo de aprendizaje y de superación para quienes tuvimos el privilegio de conocerla.
Descansa en paz, Eva, que quienes hemos sido bendecidos con tu amistad y tu ejemplo no descansaremos hasta alcanzar esa victoria de la que, gracias a ti, hoy estamos un poco más cerca.
Solidaridad
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