Miguel Fernández, periodista cubano residente en Miami - Cubainformación.- René González Sehwerert jamás dejó de ser libre, ni siquiera durante los 13 años que pasó tras las rejas en las cárceles norteamericanas, por intentar proteger al pueblo cubano del terror, la muerte y el odio de sus enemigos de siempre.
Aún cuando traspasó las rejas, las alambradas y los muros de la prisión federal de Marianna, en el estado de Florida, René comprobó que la pureza del aire fresco de la madrugada solo marca un nuevo estado de ánimo. Perder las cadenas y salir del encierro, acrecentó la libertad que siempre tuvo en su alma.
Mientras disfrutaba la compañía de su padre Cándido, su hermano Roberto y sus hijas Irmita e Ivette, una a cada lado en el asiento trasero del vehículo que lo alejó de la cárcel injusta, René González tarareaba canciones de Silvio Rodríguez, y nos convenció a todos que es un necio. No me quedan dudas. Pero de esa clase de necios que no aceptan que le conviden a arrepentirse, ni escucha a quienes le convidan a que no pierda, no admitió que lo convidarán a indefinirse, porque jamás toleraría que lo convidaran a tanta mierda.
Ese es el René que salió de la prisión sin lamentarse y aseguró, entre sus primeras palabras, que “estoy listo para seguir luchando hasta que me muera”, por conseguir la libertad de sus hermanos Gerardo Hernández, Antonio Guerrero, Ramón Labañino y Fernando González, quienes junto a él sacrificaron todo por defender, desde lo más profundo de las cuevas del odio, la integridad de todos los cubanos.
Durante el largo recorrido que hizo junto a sus familiares, René siguió cantando, como quien buscaba enlazarse desde el espíritu con un coro gigantesco de millones de voces que esperaban por él para recibirlo como se le hace a los titanes. La música de Silvio, el cantor de la Revolución Cubana, era el puente perfecto para atravesar la tierra y el mar que se interponía entre el héroe y su pueblo.
Para René González, ser necio fue la única manera de llegar al umbral de la Patria con la satisfacción del deber cumplido, y entre risas y abrazos repetía a viva voz aquello de que será que la necedad parió conmigo, la necedad de lo que hoy resulta necio: la necedad de asumir al enemigo, la necedad de vivir sin tener precio.
Desde este 7 de octubre, René mirara al sol de frente, sin que los verdugos le cierren las ventanas y sentirá una vez más, que la dignidad y la dicha de defender a su pueblo y a su gente, no se compara con ningún ofrecimiento, y junto a Silvio repetirá a viva voz y hasta el cansancio que: yo no sé lo que es el destino, caminando fui lo que fui, allá Dios que será divino, yo me muero como viví.