Gabriel San Román – Progreso Semanal.- Exiliados cubanos saludaron la muerte de Fidel Castro este fin de semana con celebraciones jubilosas, desde las calles de Miami hasta Echo Park. Bailaron en la tumba de Castro, viéndolo  tan solo como un brutal dictador, para siempre con unos cuantos sacos menos de una cosecha de diez millones de toneladas de azúcar.


Pero mientras los cubanos en Estados Unidos bailaban, muchos chicanos lloraron a quien sentían como un hombre extraordinario. Compartieron imágenes de Castro en los medios sociales y dedicaron canciones de Carlos Puebla, las cuales saludaban al Barbudo como un Espartaco moderno contra el imperialismo de EE.UU. El grupo Unión del Barrio hasta se reunió en Los Ángeles para celebrar la vida rebelde de Castro. Y mientras que las transmisiones de Univisión y Telemundo seguían la línea oficial cubanoamericana, los inmigrantes mexicanos promedios que se amontonaban para comprar café en Jax Donuts in Anaheim o hacían cola en loncheras en San Tana no tardaron en llamar a Castro un chingón, (1) demostrando que ser fidelista no significa necesariamente ser comunista.

En un hemisferio repleto de rivalidades intralatinas, el cisma chicano-cubano en este lado de la frontera  debido a Castro  está entre los más amargos. Los cubanos no pueden comprender  por qué los chicanos pueden hablar bien de un hombre que puso de cabeza la vida de sus viejos, mientras que los chicanos (y de hecho los mexicanos), en última instancia, ven a Castro como uno de los pocos individuos que han cumplido el sueño latinoamericano de desafiar a Estados Unidos –¡y nada menos que por más de 60 años! Pero el choque tiene perfecto sentido debido el marcado contraste entre las historias de inmigrantes y el status de chicanos y cubanos en EE.UU., creados por el gobierno estadounidenses en una estrategia de divide y vencerás que parece haber salido de la malvada mente de J. Edgar Hoover y perpetuados desde entonces por la política del exilio cubano.

La afinidad mexicana por Castro se remonta a las raíces mexicanas de la Revolución cubana en 1956. Por aquel entonces, el dictador cubano Fulgencio Batista dejó en libertad a un Fidel encarcelado que había intentado derrocar a su gobierno. Fidel marchó a México, donde conoció a Ernesto “Che” Guevara, y comenzó de nuevo a organizar la sedición. Cuando Cuba se hizo comunista después de la revolución, la Organización de Estados Americanos  (OEA) expulsó a la isla de su condición de miembro. Solo México mantuvo las relaciones diplomáticas, una tradición que explica por qué el presidente mexicano Enrique Peña Nieto lamentó la muerte de Castro y rindió homenaje a la historia especial de las dos naciones. Añadan a Pérez Prado, las guayaberas, el boxeo y el béisbol, y es un verdadero enamoramiento.

Muchos activistas del Movimiento Chicano y futuros académicos desarrollaron lazos con la Cuba revolucionaria durante las décadas de 1960 y 1970. Che se convirtió en nuestro icono revolucionario, sin excepción, pero hasta el día de hoy, Fidel surge con  mayor frecuencia en murales chicanos. Elizabeth “Betita” Martínez viajó a la isla varias veces mientras escribía La revolución más joven: Un informe personal acerca de Cuba.  José Ángel Gutiérrez, cofundador del Partido de La Raza Unida, y otros delegados nacionales fueron allá en 1975. Armando Navarro, profesor de Estudios Chicanos en la Universidad de California Riverside, se encontró con Castro en 1985 durante una delegación de paz en Centroamérica. Y muchos otros chicanos durante décadas han hecho el viaje con las Brigadas Venceremos y delegaciones que viajaron allá mucho antes de que fuera oficialmente legal.

En gran medida, Castro se convirtió en la figura heroica que los chicanos en verdad nunca tuvieron, una figura mesiánica que demostró que alguien podría alguien podía sostenerle la mirada a EE.UU. de una vez por todas. (¿Y qué hay con la eterna nostalgia, preguntan los chicanos, que tienen los cubanos [del exilio] con una isla pre-Castro que EE.UU. nunca permitió llegar a ser verdaderamente libre?). Todos los héroes mexicanos fueron asesinados tempranamente; en el Norte, a César Chávez poco le faltó, pero fue promovido a la santidad antes de efectuar cualquier cambio verdadero, mientras que Rodolfo “Corky” Gonzáles no solo era una figura demasiado regional, sino más que nada el Martí del movimiento con su legendario “Yo soy Joaquín”. Solo Reies López Tijerina tuvo el carisma y los cojones  de Castro para sacar a los chicanos del desierto, pero luego de su temerario ataque al juzgado de Tierra Amarilla en 1967 en Nuevo México, Tijerina no fue el mismo después de salir de la prisión federal. Los [exiliados] cubanos denigran nuestra supuesta tolerancia con los excesos autoritarios de Castro; los chicanos les dicen que la revolución mexicana llevó a más gente ante el pelotón de fusilamiento –y los mexicanos no están resentidos por eso.

¿Familias divididas por el exilio? Bienvenidos a la experiencia mexicano-estadounidense. Después de su revolución de 1910, los mexicanos han huido a EE.UU., solo para ser deportados durante décadas por medio de la repatriación, hitos como la Operación Wetback (Espaldas Mojadas) y la propia migra del presidente Barack Obama que rompió records. Nunca hemos disfrutado del status de refugiado político, ya fuera por huir del porfiriato (2), de la “dictadura perfecta” del PRI o de la locura de los narcos. Por otra parte, durante los últimos 50 años, la Ley de Ajuste Cubano de 1966 –más conocida como política de “Pies Húmedos, Pies Mojados”– ha permitido que cualquier cubano que llegue a las costas de EE.UU. pueda quedarse y obtener la residencia permanente, un programa de amnistía como pocos otros.

En vez de luchar por iguales derechos inmigratorios para mexicanos, centro y suramericanos y otros refugiados latinos, desplazados por un caos incluso peor que lo sucedido como consecuencia de la toma del triunfo de Castro, los cubanoamericanos y sus políticos han cuidado fanáticamente su status de grupo favorecido y se han unido durante décadas a la histeria anti-inmigrante del Partido Republicano. Los aspirantes presidenciales republicanos cubanos Marco Rubio y Ted Cruz hasta intentaron superar a Trump con un discurso extremista acerca de la terminación de DACA (Deferred Action for Childhood Arrivals – Consideración de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia) Cruz llegó a decirle a una joven de DACA que él la deportaría –claro, ¡eso no causaría ningún resentimiento!

Política aparte, la pelea entre chicanos y exiliados cubanos también tiene fuerte presencia en la cultura estadounidense. Desde el principio, los medios principales canonizaron la historia del exilio cubano, hasta que pareció que cada familia refugiada había poseído una plantación de café que Castro usurpó violentamente, llegaron sin nada a Estados Unidos y luego tuvieron éxito tan solo por sus agallas. Los chicanos nunca han creído ese enfoque, porque eso es lo han estado haciendo nuestras familias por más de un siglo sin ayuda del gobierno, programas de asentamiento, o cualquier otro subsidio –pero nuestras historias desaparecen en favor de descripciones como eternos ilegales e invasores.

La idealización continúa hoy: múltiples periódicos este fin de semana en su cobertura de la muerte de Castro (incluyendo el Orange County Register) aseguraron que el puente aéreo de la Operación Pedro Pan de niños y adolescentes cubanos, a principio de la década de 1960, constituyó “el éxodo mayor conocido de menores sin acompañamiento en el Hemisferio Occidental”, lo cual ignora simples hechos: la cifra generalmente aceptada de refugiados de la Operación Pedro Pan en toda su historia es de un poco más de 14 000, mientras que las cifras del Congreso muestran que tan solo el año pasado más de 50 000 menores centroamericanos vinieron sin acompañamiento a Estados Unidos.

Es un favoritismo de doble moral como este lo que indigna a los chicanos y los aparta de la política del exilio cubano. Y logra el lugar más prominente de todo en la música. Sí, un montón de hynas (3) mueven sus caderas con la música de Pitbull, y la generación más vieja todavía hace sonar a Beny Moré (¡no olvidemos el remake inmortal de “La Culebra” por la tecnobanda Machos!) –pero ésas son excepciones. ¿Cuál es la canción que los gabachos (4) solicitan inevitablemente a un mariachi? “La Guantanamera” cubana. (Muchas gracias, baby boomers fanáticos de los Tune Weavers. ¿No podrían en vez de eso haber popularizado algo de Agustín Lara?). ¿Quién obtuvo todo el amor de la vieja escuela en la explosión latina de mediados de la década de 1990? El Buena Vista Social Club y sus derivados, a lo cual protestaron a gritos los exiliados cubanos porque no eran su versión de una Cuba soñada.

Y están los Grammys Latinos. A principios de la década del 2000, las importantes estrellas de la música regional mexicana, desde Pepe Aguilar a Los Tigres del Norte, boicotearon al pináculo de la industria musical latina por no dar tiempo en pantalla a los intérpretes de norteño, ranchera, y banda, a pesar de que los géneros  de la música mexicana significan más de la mitad de las ventas de álbumes de música latina. Los mexicanos vieron a los Grammys Latinos como solo otra plataforma promocional para Emilio Estefan, un cubano exiliado productor y esposo de Gloria Estefan, quien rechazó las críticas de Aguilar en aquel momento y amenazó con acusar de difamación al caricaturista  Lalo Alcaraz después de que este lo dibujara como Fidel. Después de todos estos años, el Grammy Latino sigue siendo una farsa antimexicana.

Estefan ofreció una rama de olivo musical el año pasado al grabar “Todos Somos Mexicanos”,  una melodía halagüeña que suena nada mexicana y mucho a Miami Sound Machine. El magnate musical no se atrevió a describir la canción como una respuesta a  Trump cuando este describió a los inmigrantes mexicanos como “violadores” y “criminales”, y en su lugar dijo que era tan solo un recordatorio de como los latinos hemos progresado en este país”. Los chicanos estaban demasiado ocupados en manifestaciones por todas partes promoviendo “FDT (Fuck Donald Trump – Al Carajo Donald Trump)” de YG y Nipsey Hussle como para siguiera darnos cuenta del superproducido jingle de Estefan.

Y hablando del Intolerante en Jefe entrante, nada describe mejor el profundo abismo que separa a los exiliados cubanos de los chicanos como el voto a Trump. Mucho se habla de cómo el multimillonario obtuvo más de 29 por ciento del voto latino según encuestas a pie de urna el día de las elecciones, aunque el Consejo Nacional de La Raza señala los resultados de la firma encuestadora Latino Decissions que arroja que Trump obtuvo  un récord de menos votos de 18 por ciento (en esa encuesta se muestra que los mexis apoyaron a Trump por 15 por ciento, en tanto los cubanos le dieron el 48 por ciento del voto, con los cubanos más jóvenes inclinándose por Hillary). En La Florida, los cubanos favorecieron a Trump por 54 por ciento, aproximadamente el doble de los latinos no cubanos en el estado. La Brigada 2506, un grupo de veteranos de la invasión por Bahía de Cochinos, por primera vez hicieron un endoso presidencial cuando decidieron montarse en el tren de Trump –destinado a ser tan desastroso como su primer desembarco en Playa Girón.

Miren, los chicanos no odian a los cubanoamericanos como gente. Aprendimos a no hablar de política con los padres de los que conocíamos cuando crecíamos en Aztlán, y no tenemos nada más que amor por las papas rellenas de Porto, Celia Cruz, la comedia pionera de PBS en Spanglish “¿Qué Pasa, USA?, y Yassiel Puig antes de que fuera un mierda. Y nunca pestañearemos cuando agiten la bandera cubana –felicidades.

Pero durante las celebraciones en La Pequeña Habana por la muerte de Castro, había gente que llevaba carteles de “Trump; Pence”, un hombre iba vestido  con un disfraz gigantesco de Trump y muchos llevaban sombreros rojos con la consigna “Hagamos Grande Otra Vez a EE.UU.” Y nadie los censuró. ¿Piensan que los chicanos van a unirse a las festividades anticastristas, o sientan empatía por la separación de las familias cubanas, mientras que una gran parte de ellas apoya a un presidente electo listo para deportar a tres millones de inmigrantes con garantía de que no serán cubanos?

Los chicanos prefieren gritar “Viva Fidel” antes de golpear cazuelas y sartenes con la pandilla cubana del exilio. ¡Pueden apostar un tabaco explosivo!

(1) En México, una persona o cosa extraordinaria.

(2) El llamado “porfiriato”, por el presidente Porfirio Díaz, tuvo una larga vida hasta la renuncia de este en 1911, como resultado de la Revolución Mexicana de 1910.

(3) El término es una transliteración al inglés de jaina, que algunos aseguran que proceden de la palabra inglesa honey o “cariño”. Su significado en México es diverso, en dependencia del grupo social, desde muchacha bien parecida, hasta pareja sexual ocasional o permanente, algo parecido al término jeva del argot cubano, ya casi en desuso.

(4) Originarios de Estados Unidos.

(*) Gabriel San Román es de Anacrime  (nombre del argot para Anaheim, CA). Es periodista, historiador subversivo y el mexicano más alto del condado de Orange, CA.

(Tomado de OC semanal)

Todas las notas son del traductor. Traducción de Germán Piniella para Progreso Semanal.



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