El actor estadounidense Danny Glover, condecorado en Cuba.


Textos publicados en Cubadebate.

En nombre de la humanidad y la salvación

Danny Glover 

Todavía tengo claros recuerdos de mi primera toma de conciencia real sobre Fidel y la Revolución cubana, cuando era un muchacho de apenas 12 años. Estaba junto a mis padres y sus compañeros sindicalistas en su trabajo del correo, en San Francisco, California, viendo emocionado proyecciones audiovisuales televisadas y comentarios acerca de la victoria insurgente progresista, liderada por Fidel, contra la dictadura de Batista.

El diálogo visual entre Fidel y la multitud de voces y rostros cubanos fue eléctrico e inspirador. Para la generación de mis padres, que luchaban por los Derechos Civiles y para mi generación emergente de Poder Negro, multicultural, progresista, de justicia social y el movimiento de solidaridad sindical, las imágenes de un Fidel al mando y el sincero tono persuasivo de su voz, se cernían de modo audaz, valiente y ético.

En este primer aniversario de la muerte física de Fidel es muy relevante, y sobre todo beneficioso, recordar y hacer hincapié en su enfoque serio y optimista sobre vivir y morir. Pienso sobre todo en su contribución directa en el terreno conquistado, gracias a lo cual existe en el mundo de hoy la humanidad transformadora y progresista de Cuba y de nuestra diversa cultura.

Fidel fue un líder catalizador. Fue firme en convocar a los ciudadanos cubanos, a los gobiernos y a los movimientos sociales progresistas de todo el mundo para enfrentar proactivamente y resolver la regla de la clase oligárquica, la injusta deuda nacional, la pobreza y la enfermedad generalizada, la intensificada discriminación racial y de género y las guerras injustas. Él condujo con autorreflexión crítica hacia  nuevas perspectivas y enfoques radicales y proyectó políticas públicas y de gobierno para canalizar el conocimiento, la cultura y las ciencias en beneficio de toda la humanidad.

Conmemoramos la vida de Fidel como un espíritu que vive entre nosotros y que todavía inspira y guía, entre los millones de ciudadanos progresistas y revolucionarios, a los movimientos sociales y a los gobiernos para que la humanidad avance hacia la justicia social y cultural, el bienestar económico, la estabilidad ambiental y la paz.

Fidel, ¡en nombre de la humanidad y la salvación de nuestro planeta, seguimos adelante!

(Tomado de La Jiribilla)

 

¿Cuál es la filosofía de Fidel?

José Pertierra

Palabras del abogado José Pertierra en el acto de homenaje a Fidel celebrado Embajada de Cuba en Washington, el 21 de noviembre de 2017. (Traducido del original en inglés)

Gracias Embajador José Ramón Cabañas. Es un honor poder participar en este panel con tan destacados invitados como los historiadores Peter Kornbluh y Julia Sweig, además de la activista Gail Walker.

Me pidieron que hablara hoy sobre “el papel que jugó el Comandante para mejorar las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos, a pesar de las políticas hostiles contra Cuba”.

Esas políticas hostiles fueron muy pero muy hostiles. Un bloqueo de más de 60 años, cuya premisa fundamental es causar sufrimiento y hasta hambruna en Cuba con la esperanza de que el pueblo cubano se sublevara masivamente contra la Revolución.

El hecho de que el bloqueo no ha logrado esa anticipada rebelión no detiene a los que tanto odian a Cuba en la Casa Blanca, el Congreso, la CIA y el Departamento de Estado. Ahora, por ejemplo, la administración Trump ha regresado a las políticas de línea dura de la guerra fría contra la Revolución. Los congresistas anti-cubanos (Rubio, Curbelo, Diaz-Balart, Ros-Lehtinen y otros) apoyan y hasta exigen más apretones contra la isla.

Es cierto que, a pesar de los alardes del fanfarrón de presidente que tienen los Estados Unidos, el apretón contra Cuba pudiese haber sido peor. Hay que reconocer que Trump aún no ha reinstituido el uso del terrorismo y los ataques biológicos de antier contra la isla. Los Estados Unidos no han invadido a la isla desde 1961, y la CIA y sus agentes no han hecho explotar en pleno vuelo a un avión cubano de pasajeros desde 1976.

Pero los deseos de derrumbar a la Revolución siguen tan fuertes como antes. Los pretextos que usan para justificar el regreso a la guerra fría no tienen límites. Ahora han inventado este cuento ridículo de unos supuestos ataques sónicos contra oficiales de los servicios de inteligencia estadounidense que trabajaban encubiertos como diplomáticos en la embajada de los Estados Unidos en La Habana. ¡Qué casualidad y que conveniente! Como son agentes de la inteligencia tienen que proteger sus identidades y consecuentemente no se los pueden presentar al Congreso o a la prensa. Nos tenemos simplemente que creer el cuento que se quedaron sordos por culpa de Cuba. Unos supuestos ataques sónicos que ningún científico acredita como posible.

A pesar de toda la hostilidad, Fidel siempre quiso tener buenas relaciones con el pueblo estadounidense. El enfoque principal siempre fue hacia el pueblo. Que el pueblo de los Estados Unidos nos conociera y se enterara de la realidad cubana. Eso lo fue logrando poco a poco. El caso Elián reveló la gran diferencia entre Cuba y Miami. El caso Posada Carriles le mostró al pueblo estadounidense el rostro sangriento de la guerra terrorista contra Cuba que desató la CIA con la ayuda del supuesto exilio cubano. Finalmente entendieron que los Cinco vinieron a los Estados Unidos a combatir ese terrorismo, y todo esto fue lo que hizo posible la apertura de diciembre de 2014 y el acercamiento de Obama y Raúl. Sin el pueblo estadounidense esa apertura no hubiese ocurrido.

Cincuenta y dos años antes de que el Presidente Chávez iniciara un programa para proveer combustible barato a las familias de bajos recursos en los Estados Unidos, Fidel viajó a New York para una sesión en las Naciones Unidas (ONU). Era el año 1960. Raúl Roa Kourí, ex embajador de Cuba en el Vaticano, me contó una anécdota sobre ese viaje de Fidel a la ONU. Ojalá mi memoria no me traicione con algunos detalles. Raulito era en aquel entonces un joven diplomático de bajo nivel en la Misión de Cuba ante la ONU. Fidel y su delegación estaban supuestos a hospedarse en un hotel lujoso de New York. Raulito le dijo a su jefe en la Misión que quizás a Fidel le gustaría conocer a Malcolm X, con quien Raulito tenía cierta amistad, y que Malcolm había sugerido un hotel en Harlem donde Fidel se quisiera hospedar. Cuenta Raulito que el jefe le dijo que ya habían escogido el hotel y que la agenda del Comandante estaba muy apretada y que no sería posible un encuentro con Malcolm X.

Llegó Fidel a New York y ocurrió un desacuerdo con los gerentes del Hotel Shelburne. La delegación cubana no tenía donde hospedarse, y Fidel caminaba de un lado al otro, fumándose un tabaco en la Misión cubana. Raulito cuenta que se atrevió a interrumpirlo, y le dijo que un amigo llamado Malcolm X había sugerido un hotel en Harlem. Dice Raulito que Fidel se paró en seco y le dijo que le era muy importante poder conocer a Malcolm y que por supuesto iría a hospedarse a ese hotel en Harlem. La reunión con Malcolm se dio y el hospedaje de Fidel en el Hotel Theresa de Harlem hizo historia. Con Malcolm caminó las calles de Harlem, abrazando y conversando con los harlemitas.

La filosofía fidelista siempre ha sido martiana. “Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar. El arroyo de la sierra me complace más que el mar”. Ese es principio filosófico que guió su vida.

No podemos entender la decisión revolucionaria de enviar tropas cubanas a África, si no entendemos esa filosofía. Sin ella, tampoco pudiéramos entender la razón de enviar médicos para atender pacientes en todos los rincones del mundo, o de enviar maestros para erradicar el analfabetismo en los países menos desarrollados. Las buenas relaciones, para Fidel, siempre priorizaron las buenas relaciones con los pobres, los desposeídos, los que Franz Fanón llamaba los condenados de la tierra.

Es cierto que Fidel también quiso tener buenas relaciones con el gobierno de los Estados Unidos. Pero quiso eso sin dar concesiones. Relaciones que respetaran nuestra soberanía e independencia. Antes de la Revolución, Cuba era como cualquier otra república bananera, dentro de la órbita de Washington. Fidel y la Revolución han creado una Nación. No cualquier nación, pero una respetada internacionalmente.

Fidel también era un presiente Prometeo. Anticipaba el futuro. Cuando invitó, por ejemplo, a Hugo Chávez a Cuba aquel 13 de diciembre de 1994 ya sabía que Chávez se iba a convertir en el fenómeno político que sacudió la oligarquía venezolana y latinoamericana. Muchos en Cuba solo conocían que Chávez había sido el líder de un fallido golpe de estado contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez en 1992, y algunos se preguntaban por qué ir a recibirlo. Los que conocían a Fidel respondían que si Fidel lo invitó por algo será. La historia posteriormente nos reveló al Chávez gigante, quien al lado de Fidel defendió a los pobres de la tierra.

Cierro con un par de breves anécdota, éstas más personales. El 25 de diciembre de 2010, en vísperas del juicio de Luis Posada Carriles en El Paso, Fidel invitó a mi esposa y a mí a su casa en Jaimanitas para una cena navideña. Pensé que él no iba a comer mucho, porque había estado tan enfermo. Me sorprendió. Comió de todo. Pero cuando nos trajeron el cordero, el plato principal, a Fidel le sirvieron un pescado. Me dijo que no lo dejaban comer cordero. Mientras me comía mi cordero, noté que él miraba intensamente a mi plato. “Comandante”, le dije, “usted le está echando un ojo a mi cordero”. Se rio y le dijo a Dalia, su esposa, “vieja, llévate el pescado y tráeme el cordero”

Pero lo que más recuerdo son las conversaciones telefónicas que sostuvo ese día con los médicos en Haití. Los médicos cubanos y extranjeros, graduados de la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM) en La Habana. Médicos que van donde los otros no. Médicos que habían ido a Haití para atender la epidemia de cólera en el país.

Fidel puso el teléfono en alta voz para que pudiéramos escuchar ambas partes de las conversaciones. Tan curioso como siempre, Fidel les preguntaba donde habían estudiado anteriormente, cuantos hijos tenían, si eran casados, donde vivían sus padres. Les preguntaba sobre la zona haitiana donde se encontraban. Como lucía, cuantos ríos, carreteras, y poblados.

Habló con varios médicos. Siempre dándoles ánimo. Moviéndolos de un lado al otro en Haití, dependiendo donde el brote de cólera pegaba más fuerte. Los movía como un general mueve a sus tropas. Pero no eran soldados matando a otros. Eran médicos salvando vidas. Habló con decenas de médicos. El último tenía la voz media cortada de nervios. “De dónde eres, mi hijo”, le preguntó Fidel”. Después de una pausa prolongada en el teléfono, el joven respondió. “De Bolivia. De Valle Grande. De La Higuera, Comandante. Dónde mataron al Ché”. Asombrado, el rostro de Fidel cambió, como si hubiera visto un milagro. Un médico de La Higuera, formado en Cuba, en Haití salvando vidas. Exactamente como el Ché lo hubiera querido. Exactamente como Fidel lo había vislumbrado.

 

Seguir con Fidel

Luis Toledo Sande

Tras la noticia de su muerte y durante las correspondientes honras fúnebres se corroboró la capacidad de irradiación vital que Fidel Castro conservaba y continúa trasmitiendo. Hasta los descreídos —si lo reconocieron o no sería otra cosa— habrán podido apreciar la conmoción del pueblo, que ratificó su voluntad de abrazar el legado del líder revolucionario cuando esa era una posibilidad descartada por los detractores de la Revolución, y por quienes —a menudo son los mismos— son incapaces de calar en la realidad y rebasar sus velos visibles.

Hoy permanece en pie el tesoro ideológico que, con el cuerpo ya reducido a cenizas, le entregó Fidel a la nación. Vale para reabrir, más que cerrar, el ciclo de una existencia que no podrá ser desconocida ni por sus más encarnizados enemigos. Sería tan impropio dilapidar esa riqueza como desleal no hacer de ella el uso necesario. Se le ha de poner en función de las transformaciones que Cuba está llamada a realizar no para abandonar la marcha emancipadora con que ganó la admiración y la solidaridad de los pueblos y el odio de los opresores, sino para profundizarla y reforzarla ante los embates de hoy.

Esta nación ha de ratificar en los hechos, con efectividad y sin ceder a las tentaciones del pragmatismo o del acomodamiento fácil a las circunstancias, el proyecto de equidad social que le valió internamente el apoyo necesario para alcanzar el triunfo en 1959 y continuar venciendo desde entonces escollos múltiples. Con la conciencia de esa necesidad va aparejada la certidumbre de que el líder fue y continúa siendo un amparo insustituible en términos individuales, por lo cual la mayoría del pueblo debe asumirlo como responsabilidad colectiva. En el primer aniversario de su partida no cabe hablar de un año sin Fidel, sino de otro año en que él ha seguido alumbrando los afanes por salvar la patria con soberanía y justicia social. Merezcamos que así siga siendo.

Más allá de consignas que podrían ser justas pero desmesuradas ante la estatura política y moral de un hombre extraordinario y, en esa medida, tan paradigmático como inimitable, el deber radica en preservar la firmeza de ideales y actos insoslayables para dar continuidad al proyecto revolucionario.Y continuidad no es atascarse en la ausencia de dinamismo, pero tampoco equivale a modificaciones que torcerían el rumbo y, más que a perfeccionar la marcha, equivaldrían a renunciar a lo que debe conservarse.

A lo largo de la historia —piénsese del cristianismo originario para acá, hasta el marxismo, la Revolución de Octubre y el ideario martiano, por ejemplo— los grandes fundadores no han logrado cambiar el mundo a voluntad como entendían necesario y justo hacer. Fidel no es una excepción, y el asunto en la Cuba de hoy no se limita a los más tremendos obstáculos venidos de la hostilidad imperialista. También internamente operan insuficiencias y fuerzas que pueden oponerse a la obra transformadora e impedir que las aspiraciones amasadas por el líder para bien del pueblo se hagan realidad plena.

Cuando en noviembre de 2005 Fidel aseguró que nosotros mismos podríamos provocar lo que no le ha sido ni ha de serle posible al imperialismo conseguir —aplastar a la Revolución y dominar a Cuba—, podía estar pensando en defectos o excesos locales. Basta considerar los malos hábitos de trabajo, el irrespeto a la propiedad social, la ineficiencia económica, la indisciplina personal y pública, la burocracia y otros males contrarios a la realización del país plenamente vivible que urge construir para que permanecer en él sea un acto de veras amable.

Con lastres opuestos raigalmente al camino trazado por Fidel se vincularían el individualismo y el uso del poder para beneficio propio en vez de ejercerlo —según el lugar que se ocupe en la trama social— para la felicidad colectiva y el respeto a la honradez, básica para construir una sociedad fundada en la dignidad humana. Por caminos torcidos se llega a diversas formas de corrupción, como el caciquismo, la apropiación indebida de recursos, el nepotismo y la capitalización dolosa de influencias.

No hay justicia social y equidad que puedan consumarse satisfactoriamente por entre obstáculos de esa índole, y para combatirlos no habrá baluarte más firme que el cultivo y la consumación de los valores éticos. Ello implica practicar una democracia en la cual la sociedad en su conjunto —la ciudadanía, concepto que urge restablecer cabalmente— cumpla sus deberes y reclame y haga valer sus derechos.

Aunque se lo propongan del modo más resuelto, no habrá partido ni gobierno que por sí solos garanticen la democracia que el pueblo sea incapaz de construir y defender colectivamente. No solo en la lucha por la independencia nacional resulta básico saber que los derechos se conquistan, no se mendigan.También lo es para la conducción y el perfeccionamiento de la sociedad, máxime si se trata de echar la suerte con los pobres de la tierra y hacer una revolución con los humildes, por los humildes y para los humildes, y sobre todo cuando ricos y desigualdades prosperan sustentablemente.

La colectividad no es un conjunto amorfo, susceptible de ser empujado o arrastrado —y no valdría la pena si lo fuera—, sino un organismo vivo, un sistema de individualidades heterogéneas responsabilizadas con actuar conscientemente. Esa es meta difícil, pues se deben respetar las aspiraciones individuales sin que se impongan a golpe de egoísmo sobre las colectivas. En medio de esa realidad, junto con la persuasión indispensable se necesitan recursos punitivos para reprender a quienes violen la ley y la ética.

Semejante dinámica no depende de la voluntad de una persona, ni de un grupo de ellas, por muy importante que sea el papel del líder y de la vanguardia. No siempre los obstáculos vienen de hechos ostensiblemente contrarrevolucionarios. Pueden derivarse incluso del mal entendimiento de cómo se debe defender una revolución. En tal contexto puede no bastar la grandeza de una personalidad extraordinaria.

Ejemplos de ello no faltarán, pero por lo reciente de su conocimiento, al menos en público, y dada la índole del hecho, viene al tema el testimonio que por estos días —en la jornada de homenaje dedicada en la Casa de las Américas a Fernando Martínez Heredia, científico y revolucionario ejemplar— ofreció nadie menos que José Miguel Barruecos, hombre de probada lealtad revolucionaria y cercano durante décadas a Fidel. Hace tiempo que el cierre —en medio de una política cultural que terminó escorando en un período llamado quinquenio gris— del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana, y de la revista Pensamiento Crítico, se ve como uno de los errores dañinos para la Revolución cometidos en Cuba, no necesariamente el mayor.

Según el confiable testimonio de Barruecos, la medida se adoptó aunque Fidel admiraba la tarea que aquel Departamento y la citada revista acometían en el afán de hallar caminos creativos propios para las ciencias sociales en el país.Las fuerzas y las nociones que tensan una revolución son complejas. Ello exige que —sin incurrir por desprevención o desidia en otras debilidades— la sociedad y sus instituciones estén cada vez mejor preparadas para impedir medidas o prácticas que, lejos de fortalecer la marcha revolucionaria de la sociedad, la mellen con interdicciones frustrantes.

Los errores, se sabe, son parte de la obra humana, y se dice que rectificar es de sabios; pero el desiderátum debe ser no errar, para no tener que andar corrigiendo pifias y rescatando lo que se ha dejado perder, o para que cada vez sea menos necesario hacerlo. Que en vida física de Fidel pudieran cometerse errores como el aludido, contrarios —según el testimonio citado— a sus valoraciones personales, habla de la altura de los retos. Ellos demandan estar en guardia permanente, cada quien en su sitio, y la sociedad en su conjunto, para cuidar con firmeza y tino la línea de conducta necesaria que se propuso personificar el dirigente político para quien era cuestión de honor, y motivo de orgullo, sostener que al pueblo no se le había dicho “cree”, sino “lee”.

Tenemos y estamos responsabilizados con tener a Fidel vivo en el plano moral, cuando ya no podremos tenerlo de igual modo como realidad física. En tal entorno es aún más importante cultivar su voluntad de hacer de la democracia en Cuba un patrimonio colectivo y consistente de veras, a diferencia de regímenes políticos que —oxímoron si los hay— enarbolan el concepto de democracia para usarla contra el pueblo.

En el legado de Fidel, que la mayoría revolucionaria está llamada y debe estar dispuesta a continuar colectivamente, se tiene un arma de pensamiento fundamental para combatir a oportunistas, corruptos, caciques…, a todo aquel o toda aquella que —sea quien sea, lo que no debe reducirse a consigna, sino aplicarse como acto necesario para la supervivencia nacional— viole o intente burlar los requerimientos de la obra revolucionaria para de algún modo apropiarse de ella.

Sin descartar traiciones programadas, a ese punto se puede llegar de modo consciente o inconsciente cuando se toman caminos errados para fortalecer la Revolución. Uno de ellos sería menguar la democracia que el pueblo se ha ganado el derecho a disfrutar sin perder de vista los peligros de diversa índole que la amenazan; otro, abrazar un pragmatismo capaz de hacer creer que la eficiencia económica basta para asegurar la buena marcha de la nación. El Comandante no ignoraba la vital importancia de esa eficiencia, pero sabía que ella, sin el acompañamiento, como fuerza rectora, de los valores éticos y el sentido colectivo, puede asociarse a deformaciones costosas.

Otra de las lecciones medulares de Fidel radicó, radica, en su claridad para apreciar la naturaleza del imperialismo y lo que este representa para los pueblos en general y para Cuba en particular. Ante ilusiones y espejismos vinculables con el cambio de táctica anunciado el 17 de diciembre de 2014 por el entonces presidente de los Estados Unidos, y con su visita a La Habana, en su reflexión “El hermano Obama” el líder cubano puso en claro, de modo conciso y rotundo, lo que estaba en juego, y sigue estando.

Las groserías del actual césar han venido a confirmar las advertencias de Fidel. Incluso pensado para derrocar a la Revolución por medio de una hostilidad “blanda” —proclamada sin ambages por un gobernante astuto—, el imperio nada hará para bien de Cuba. Cualquier cambio o anuncio de táctica que pueda parecer favorable para ella lo puede revertir de un plumazo para retomar la más virulenta hostilidad.

El pensamiento y la conducta de Fidel siguen también en pie para corroborar que debemos esforzarnos en ser eficientes y cultivar la ética haya o no haya bloqueo, y nada hace prever que cesará pronto esa aberración, generadora de daños entre los cuales no es menor el haber propiciado pretextos para justificar deficiencias que no se explican precisamente por él. Mucho menos se debe pensar que, de levantar el bloqueo, el imperio lo haría para ayudar a Cuba a ser más socialista y democrática, sino para tragársela. En ello tendría de su lado las deficiencias y debilidades internas del país.

Por todo eso, y por muchas razones que aquí no se habrá ni rozado, es motivo de satisfacción bracear para que en los años por venir nos mantengamos guiados por el ejemplo de Fidel, sin ignorar que los tiempos cambian, no siempre para bien, ni someternos resignadamente a cambios indeseables.Es necesario lograr que la tranquilidad que antes daba el saber que él estaba en su puesto de combate, dé paso orgánico y consciente al afán colectivo por salvar a la patria, por hacer de ella una nación cada vez más próspera y democrática, guiada por los ideales de justicia social, equidad y honradez. Así seguirá Fidel con nosotros, y nosotros con él.

No se trata de idealizarlo como al dios que ni fue ni se propuso ser —era demasiado inteligente para ello, además de honrado—, ni de suponerlo infalible. La lealtad a su ejemplo reclama abrazarlo desde la convicción en la que él se incluyó de modo explícito: “Hemos hecho una revolución más grande que nosotros mismos”. Como en ciertas religiones que rechazan la idolatría, la veneración de imágenes físicas, la fidelidad con que asumamos en pensamiento y en acción la herencia del Comandante será el monumento más digno de su memoria. También nosotros colectivamente necesitamos que la historia no nos condene.

(Tomado de Cubarte)

 

Yo no sé lo que es vivir sin Fidel

Fidel Antonio Castro Smirnov

Palabras de tributo y homenaje al Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz a un año de su partida Física. Acto Central de la Cátedra Honorífica para el Estudio del Pensamiento y la Obra de Fidel. Universidad de Oriente.

Yo soy Fidel. Mi padre es Fidel. Mi abuelo es y será siempre el eterno e invicto Fidel. Mi nombre es Fidel, y mi vida se llama Fidel. Mis pensamientos, mis sueños, mis anhelos, se llaman también Fidel.

No puedo ni debo decir que converso con él, como en todas aquellas ocasiones que guardo en mi mente, en mi memoria; pero sí puedo, debo y quiero decir que necesito hablarle, y lo hago a menudo.

No puedo, ni debo ni quiero decir que Fidel no está físicamente. Puede no estar presente el calor de Fidel. Pero sí está presente la energía de Fidel, el trabajo de Fidel, el impulso de Fidel, la fuerza de Fidel (más fuerte que las fuerzas nucleares), la dinámica de Fidel, la onda de Fidel, la luz de Fidel (la más bella e intensa), el movimiento de Fidel, el magnetismo de Fidel, el tiempo de Fidel, la obra y la conciencia de Fidel, están muy presentes y perdurarán. Y la energía, el trabajo, el impulso, la fuerza, la luz, el movimiento (también interpretado como cambio, siendo el más integral el movimiento social Fidelista), todo ello es Física, por tanto Fidel sí está presente físicamente.

El ADN de Fidel está presente en millones de revolucionarios dentro y fuera de Cuba, en nuestra América, en el mundo, así que Fidel está presente biológicamente. La química de Fidel une a millones, incluso a quienes no piensan como él pero lo respetan, lo admiran y lo quieren, así que Fidel está presente químicamente. La ciencia toda, nos brinda la tan añorada y querida presencia de Fidel entre nosotros.

No puedo ni debo decir que fueron pocas todas aquellas ocasiones que tuve a mi abuelo para mí, su ternura, sus muestras de cariño, su voz, su calor, su altura y su fuerza, su abrigo intelectual y moral, su estatura impresionante, su imagen conmovedora, su carisma cautivador, sus palabras de aliento, sus valiosos consejos. Aunque lógicamente siempre quise más, me consuela que siempre me esforcé y luché por aumentar el tiempo con Fidel, que me podía haber tocado, por cuidarlo, por atenderlo, por ayudarlo, por acompañarlo, por compartir peligros y desvelos, por brindarle momentos felices. Tuve el inmenso privilegio de que una parte considerable de mi vida transcurrió muy cerca de Fidel, y por ello puedo, debo y quiero hablar en nombre de los cercanos a Fidel.

No puedo, ni debo ni quiero decir tampoco que fueron muchas las miles de horas con Fidel, como joven cautivado por sus ideas y su historia, por su pensamiento y acción, por sus hazañas y proezas, como uno más entre millones. Vendrán muchísimas más horas de Fidel, con Fidel y para Fidel, y nunca serán suficientes. Por ello me considero moralmente identificado con los que lo amaron desde lejos. Puedo, debo y quiero hablar también, en nombre de ellos.

Todo el tiempo con Fidel, todos esos segundos, minutos, esas horas, toda esa unidad de tiempo que no encuentro capaz de describir el tiempo relativo y absoluto junto a él, todo ese espacio vivido en común, los años que colaboré con los compañeros que lo cuidaban, alguna que otra vez que le provoqué carcajadas e incluso aquellas que lo hice molestar.

La vez que se atoró y asustado le golpeé la espalda con error de cálculo en la fuerza. Al día siguiente, durante las entrevistas para el libro “Cien horas con Fidel” y en la escuela donde estudió la primaria en Santiago, le cuenta Fidel a Ramonet de sus peleas, y a mala hora el periodista le pregunta qué significaba un “pescozón”. Mi abuelo me llama y me pide que me ponga en firme, y yo muy orgulloso pero ajeno a la conversación previa cumplo con su pedido. Vino entonces otro error de cálculo en la fuerza de la demostración práctica de un “pescozón por la cabeza”, interpretada por mi como cariñosa represalia y enseñanza de que uno no se puede quedar dado.

De cuando estuve grave siendo niño y él me visitaba a diario, de cuando jugamos ajedrez, de cuando me mostró el histórico fusil que llevó en la Sierra Maestra, el verlo pensativo, verlo recordar, verlo contento por nada o verlo serio resolviendo lo poco y lo mucho, verlo dormir, caminar de aquí a allá, verlo siempre seguro y optimista, siempre combatiendo, pensando, conversando y trabajando.

Disfrutar de la cotidianidad de sus gestos; de su voz de cerca, de lejos, por teléfono, por radio, por televisión; escucharlo despierto y en sueños, descifrar su susurro conspirativo; apreciar y disfrutar con su cultura del detalle; ayudarlo en lo posible e imposible, en lo fácil y en lo difícil; alcanzarle un vaso de agua, un bolígrafo, un discurso; seguirlo en sus ideas, proyectos y experimentos; acompañarlo por tierra, mar y aire, con calor o lluvia, con nieve o en medio de un huracán; sentarme a su lado en un carro, o un avión, o en una mesa, o tantas horas detrás de él en un teatro; caminar detrás, al lado o delante guiándole los pasos. Ponerle las medias, leerle, sufrir más yo cuando lo veía a él sentir dolor, alegrarme más yo con su sonrisa, servirle una copa de vino (y de paso servirme un poco yo del suyo, asegurándome previamente de que estuviera de un excelente humor).

Que me pregunte lo mismo por la nanotecnología, la teoría de la relatividad, del universo, de matemática, de historia, del mar, de lo que estoy leyendo o investigando, o por mis padres y hermanos, por la salud…; que me diga: ¡Fide! ¿Cómo estás? ¡Cuídate!, ven más por aquí, tengo un recado para tu papá… Que diga que yo soy su amigo, que me haya presentado al mejor amigo, Hugo Chávez, con quien compartimos memorables vivencias familiares.

De aquella noche al final de la Gala Cultural por el Día de la Independencia de los Estados Unidos, el 4 de julio de 2002, le dije que tenía algo muy serio que decirle. Me llevó sólo a su oficina en Palacio, y pude finalmente exclamarle: ¡Te quiero con coj….! Posterior a su efusivo y prolongado abrazo, me dijo con cierta timidez y bajito: “y yo también eh, que no se te olvide”.

De hacerme tan feliz, y de verlo hacer feliz a tanta gente.  En fin, de una lista demasiado extensa pero que me cuesta trabajo interrumpir, todo eso y mucho más, constituyen lo más preciado y valioso para mí, y encabezan mis vivencias más felices y entrañables.

Fidel, mi abuelo, me motiva, me inspira, me da fuerzas, me impulsa, me guía, me impresiona, cada día. Lo quiero, lo admiro, lo extraño, ni más ni menos que hace un año, ni más ni menos que dentro de 1 año, de 2, de 5, de 10, de 20 o los que me toquen vivir antes de ir a buscarlo donde esté, más allá de la ciencia y el marxismo.

Nunca me despedí de él ni pienso hacerlo. Pensar que no lo puedo abrazar o estrechar su mano, oírlo aclararse la garganta, escucharlo de cerca muy atento, apreciar la expresividad de sus manos permanentemente al acecho de un contacto cariñoso, sentir otra vez su mano en mi hombro, verlo de cerca y tocarlo, darle un beso, bromear con él, brindar con él, sostenerle un vaso o una copa o una taza si se va quedando dormido, llevarle personalmente un diploma, hacerle tantas preguntas que me surgen y respuestas de él que necesito ahora; intentar responder su caudal interminable de preguntas para las que aún continúo buscando respuestas, y que me sorprenden por el genial mecanismo intelectual que a tan avanzada edad llegó a formular. Todo ello y mucho más, me provoca un dolor inefable, que aumenta con el tiempo, que no se deja casi nunca dominar y mucho menos me permite aprender a vivir con ese dolor.

Debo decir aunque no quiera, que no lo he superado. Paliar ese dolor, que es muy fácil decirlo, es uno de mis mayores desafíos y un deber por razones de salud. Lo es también descubrir cómo convertir dolor en felicidad, cómo buscarlo y encontrarlo, para menguar la inevitable ansiedad con homenajes diarios a Fidel.

Hago camino al andar en medio de ese desafío, paso mucho tiempo buscando recursos para evadir y mitigar el luto desgarrador y que este no me domine ni me controle, visito casi mensualmente Santiago de Cuba y paso muchas horas cerca de la Piedra Rebelde que enseña e ilumina; me lanzo en paracaídas a 4 Km de altura para homenajear a Fidel, abrazando una bandera que lleva su imagen.

En el presente sigo teniendo el inmenso privilegio de ser uno más de sus colaboradores, acompañándolo concretamente con mi tiempo y energías en uno de sus proyectos científicos. Continúo cumpliendo con lo que me dijo el 13 de agosto de 2002: cuando te gradúes el año que viene vas a la Universidad de las Ciencias Informáticas (eso fue alrededor de un mes antes de que la UCI comenzara sus labores docentes, hace poco más de 15 años). Fue precisamente en la UCI donde el 29 de abril de 2016 realizamos por primera vez “Un salto por Fidel”, en el que 26 paracaidistas desafiamos la gravedad y las alturas para transmitir un mensaje de cariño y homenaje al Comandante por sus 90 años, regalándole un momento feliz cuando le enviamos el video. Debo y quiero repetir, en cuanto se pueda, una y otra vez, “Un salto por Fidel”.

Me honra también haberle dedicado este año un Premio Nacional de la Academia de Ciencias de Cuba, y el título de Investigador Titular. Me honra venir a Santiago de Cuba a hablarle, a contarle mis cosas, mis planes, a felicitarlo por el día de los padres, a celebrarle su cumpleaños, a darle cariño. Y marcharme más seguro, lleno de fuerzas, motivaciones, y energías. Una vez más, ¡infinitas gracias abuelo! Y como tú decías, en la vida de los hombres agradecidos, infinito más uno, es mucho más que infinito. Exquisita, rigurosa y profunda, la matemática de Fidel.

Por visitarlo tan a menudo, me honra el haber comenzado a colaborar con la Universidad de Oriente, con el Centro de Biofísica Médica fundado por él, y de que me hayan concedido el inmenso privilegio de formar parte de la Cátedra Honorífica para el Estudio del Pensamiento y la Obra de Fidel. Mis dos mensajes a mi querido abuelo, escritos en el libro de Santa Ifigenia, fueron publicados y dieron lugar a hermosos y conmovedores comentarios en la red de redes. Infinitas gracias a todos.

Yo no puedo, ni debo ni quiero decir que no puedo vivir sin Fidel. Yo no sé lo que es vivir sin Fidel. Yo escojo vivir feliz con Fidel, y así contribuyo de manera modesta, a que Fidel también siga siendo feliz.

Cada día recuerdo su consejo el 20 de octubre de 2004, cuando en medio de la tremenda angustia por su accidente en Santa Clara, me dijo: ¡no estés triste! Sí debo y quiero decir que seguiré esforzándome para poder cumplir con ese pedido de un abuelo que no le gusta ver sufrir a un nieto. Yo escojo la alegría de sentirlo siempre conmigo, y aunque nunca supere mi pérdida, nuestra pérdida, sabré vivir feliz con sentimientos tan profundos por mi abuelo, por mi amigo, por mi maestro, por mi paradigma, por mi Comandante en Jefe, por el gran Fidel, a quien siempre tendré presente con inmenso y especial cariño.

Y la convicción de ser feliz guardando vivencias tan valiosas, la convicción de seguir cumpliendo con él, es lo que me permite llevarlo conmigo y en mí, feliz y vivo, todos los días.

Como uno más entre millones que nunca se soltarán de su mano, de quienes lo cuidaron y lo cuidarán siempre, de sus colaboradores, de sus amigos, de los que intentamos acercarnos a lo mejor de su ejemplo y que colectivamente decimos “Yo soy Fidel”, de los hombres de ciencia y de pensamiento que él formó, de los que lo aman de cerca y de lejos, como fruto de lo que él sembró y como uno más de la familia que tanto lo quiere, le envío nuevamente muchos besos, un fuerte abrazo, y mi más sincero y sentido homenaje a un año de su reciente travesía.

A un año del día escogido por él para volver a embarcarse a nuevas batallas, ¡Mi tiempo sigue siendo el tiempo de Fidel!

Dr. C. Fidel Antonio Castro Smirnov.

Santiago de Cuba, 24 de noviembre de 2017.

 

Fidel y los intelectuales

Frei Betto

Muchas veces nuestros movimientos sociales y políticos hablan por el pueblo, quieren ser vanguardias del pueblo, escriben para el pueblo, mas no se comprometen con el pueblo —enfaticé, en presencia de Fidel, la noche del 10 de febrero de 2012, en La Habana, en encuentro que él, a los 85 años, sostuvo durante nueve horas con dos centenas de intelectuales cubanos y extranjeros.

Comandante  —proseguí—, con profunda tristeza para los enemigos de este país y enorme alegría para nosotros, amigos de Cuba, constatamos su excelente estado de salud y su brillante lucidez. Aprecio el sistema cubano de división social del trabajo: el pueblo cuida de la producción; Raúl de la política y Fidel de la ideología, tal como usted lo ha acaba de demostrar a todos nosotros aquí.

Hay sin embargo, dos temas que aun no fueron abordados —agregué. Comienzo por aquel que mencionara brevemente Adolfo Pérez Esquivel [1], porque cuando me preguntan sobre cómo conocer bien la Revolución Cubana, respondo que para ello no basta con conocer la historia de Cuba y el marxismo, sino que es necesario conocer además la vioda y obra de José Martí.  Por tanto, para entender a Fidel, como hace Katiuska Blanco [2], es necesario conocer la pedagogía de los jesuitas.

Muchos aquí, como Santiago Alba, compañero de Túnez, ya experimentaron lo que significa una prueba oral en una escuela de jesuitas. Es difícil. De esa formación proviene Fidel. Yo no soy jesuita, así que no estoy haciendo auto propaganda. Soy dominico, pero en el caso de mi amistad con Fidel, hemos logrado poner de acuerda a un dominico y un jesuita. Entre los jesuita existe por práctica el examen de conciencia, que ahora se hace en este país, aunque con otros nombres.

Hubo un tiempo —vengo a Cuba desde hace más de 30 años—, en que se hablaba de emulación; después, de alimentación; ahora de lineamientos.

Si Stalin estuviese vivo, Cuba sería tildada de reformista. Por eso muchas personas no se han dado cuenta de que aquí no se hacen cambios al estilo Lampedusa: cambiar para que todo siga igual. Aquí los cambios se hacen para acelerar la obra social de la Revolución, que es, desde mi punto de vista, una obra no solo política e ideológica, sino también una obra evangélica.

¿Qué significa el evangelismo de Jesús? Significa dar comida a quien tenga hambre, salud a quien esté enfermo, abrigo a quien esté desamparado, ocupación a quien esté desempleado.[3] Todo eso está en la letra del  Evangelio. Por eso afirmo que esta es una obra evangélica.

Nosotros, muchas veces, en nuestros movimientos progresistas, no estamos haciendo lo que hace la Revolución Cubana, no estamos haciendo nuestro examen de conciencia. ¿Por qué hoy casi no existen movimientos progresistas en el mundo, a excepción de América Latina?

Ante la crisis financiera en Europa, ¿qué propuesta tenemos? Se habla de Ocupa Wall Street, que es un movimiento de indignación, pero muchos no se dan cuenta de que el término Wall Street significa literalmente La calle del muro y de que mientras ese muro no se venga abajo, nuestra indignación no terminará en nada. Será muy bueno para nosotros, pero no para el pueblo.

En este sentido, dos actitudes practicadas durante la historia de la Revolución Cubana son fundamentales: Primero, tener un proyecto y no conformarse con la indignación. Tener una propuesta con sus metas y objetivos. Y en segundo lugar, tener raíces populares, contacto con el pueblo. Gramsci dirá: el pueblo tiene las vivencias, pero muchas veces no comprende su propia situación. Nosotros los intelectuales, en cambio, comprendemos esa realidad, pero no la vivenciamos.

Se ha hablado aquí mucho sobre Internet y pienso que allí tenemos una trinchera de lucha muy importante. Tengo 29 mil seguidores en tuiter, pero confieso que me siento más feliz trabajando con 29 campesinos, 29 desempleados o 29 trabajadores.

Cuba es el único país de América Latina que tuvo una revolución exitosa. Recientemente hubo otras, como la de Nicaragua y la que está en proceso en Venezuela. Pero solo la cubana alcanzó una verdadera victoria, porque no fue una revolución como la que sucedió en Europa, un socialismo peluca, de arriba hacia abajo. Aquí no, aquí se trata del cabello, naciendo de abajo hacia arriba.

Llamo la atención sobre esto: debemos practicar la autocrítica y preguntarnos cómo está nuestra inserción social en función de la movilización política y qué proyecto de sociedad estamos elaborando junto con ese pueblo, junto a los indignados, los campesinos y los desempleados.

Seguidamente, resalté la importancia de que todos presionáramos a los gobiernos de nuestros países, para que el jefe de Estado compareciese al evento ambiental Rio+20, a celebrarse junto en aquel año, en Río de Janeiro. El evento, convocado por la ONU, había sido propuesto por el ex presidente Lula y sería organizado por la presidenta Dilma Rousseff.

Hay que convencer a nuestros gobiernos de que estuviesen presentes en Río de Janeiro. No podemos permitir que los jefes de Estado le den la espalda a la cuestión ambiental, porque no se trata de salvar el medio ambiente, se trata de salvar el ambiente todo y el G8 no tiene ningún interés en ello.

Obama pasó por la conferencia Copenhague porque recibió, equivocadamente, el Premio Nobel de la Paz –para vergüenza de Esquivel−, y tenía que pasar por Dinamarca para llegar a Oslo, hacer una escala técnica y un gesto demagogo, pues no se comprometió en absoluto con la preservación ambiental. Se ha de emprender la salvación de este planeta, que ya perdió el 30% de su capacidad de auto regeneración. O se produce una intervención humana o será el apocalipsis. El tema de la ecología es, de todos los temas políticos, el único que no hace distinción de clases.

Finalizo Comandante, agradeciendo su paciencia, su diálogo con todo este grupo y por su capacidad para escuchar. Pido a Dios que bendiga a este país y vele por la vida de Fidel y por su salud.

El diálogo con Fidel había comenzado a las 13:00 horas y terminó a las 22:00 horas, con apenas dos breves interrupciones.

Notas:

[1] Intelectual argentino, Premio Nobel de la Paz de 1980

[2] Escritora cubana, autora da biografía de Fidel, Guerrillero del tiempo, La Habana, 2011

[3] El evangelio, según Mateo. Cap. 25.

 

Fidel y el imposible

Rosa Miriam Elizalde

Una montaña se deslizó espectacularmente, sepultó un caserío y trancó el río Guamá que formó una inmensa laguna entre las lomas de Pinalito, en Guisa. Un nuevo deslave amenazaba con llevarse otro gran trozo de la Sierra Maestra, pero los haitianos y los jamaiquinos se resistían a salir de los varentierras que habían quedado en pie después del paso del ciclón Flora, en los primeros días de octubre de 1963.

Dice Marta Rojas, la periodista del diario Revolución que cubría el recorrido de Fidel por la zona devastada, que el líder alzó la vista y fijó su mirada en un siglo atrás, por lo menos. Los antillanos –había también barbadenses y trinitarios en ese lomerío–, que trabajaban por casi nada en los cortes de caña y en la cosecha de café de la zona, le tenían más miedo a la deportación que a los huracanes y al hundimiento de las montañas.

Allí, al borde de un precipicio, Fidel se acercó al yipi, tomó el teléfono portátil que se activaba con una manigueta, y del otro lado del hilo debió estar el ministro del Trabajo, Augusto Martínez Sánchez. El Jefe de la Revolución le dio instrucciones precisas para que aquellos trabajadores se beneficiaran de la seguridad social y se pusiera fin a la condición de parias. “Usen la Ramac”, propuso Fidel.

Fue la primera vez que Marta Rojas, Heroína del Trabajo y Premio Nacional de Periodismo José Martí, escuchó aquella palabra que sonaba como un graznido. La “Ramac 305”, una de las primeras computadoras fabricadas en el mundo con discos magnéticos, había sido comprada por el dictador Fulgencio Batista y llegó en barco a Cuba, procedente de México, en 1959. No tardó en ser nacionalizada junto con la oficina y los servicios de la firma IBM, fabricante de aquella mole de una tonelada que necesitaba un cuarto para ella sola con tres aires acondicionados y que pasó de inmediato a procesar los datos de la chequera de los más pobres entre los pobres, los antillanos dispersos y olvidados en la costa Caribe de la Isla.

II

¿Conocía Fidel los supersecretos planes de la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada (ARPA), del Pentágono, que condujeron en 1969 a la creación de la primera gran red de computadoras, madre de la Internet? ¿O los presintió?

El 19 de abril de 1965, en el acto de conmemoración de la Victoria de Playa Girón, en el Teatro Chaplin, desafió al sector guerrerista estadounidense que “trabaja con cerebros electrónicos, con datos, con cifras, con computadoras de todo tipo (…). Pero hay algo que los cerebros electrónicos del Pentágono no pueden medir, hay algo que sus computadoras no podían calcular, y eso es: la dignidad, la moral y el espíritu revolucionario de nuestro pueblo”.

III

Cuba construyó el primer prototipo de micro-computadora que se conozca en el Tercer Mundo, la CID-201. Utilizaba casetes como unidad de memoria externa, una solución que se anticipó en cinco años a los primeros estándares reportados por la bibliografía mundial.

La historia de cómo nació aquella criatura la describe de manera minuciosa, en un libro en preparación, el Doctor José Miyar Barruecos, Chomi –médico rebelde, fundador del Servicio Médico Social, ex Rector de la Universidad de La Habana y secretario de Fidel por más de cuatro décadas–.

En 1965, visitó a Cuba una eminencia mundial en el campo de las neurociencias, el norteamericano Erwin Roy John. Fascinado con la Isla y con sus científicos, aceptó una nueva invitación, en el año 1969, para presidir el tribunal de defensa de la Tesis de Doctorado de Thalia Harmony, jefa del Departamento de Neurofisiología del entonces recién inaugurado Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNIC). No vino con las manos vacía esta vez. Les regaló una computadora para el estudio del cerebro (la CAT-400C) con la inscripción “Al pueblo cubano de sus amigos norteamericanos”.

Después del acto de defensa, Fidel y Roy sostuvieron una conversación que comenzó a las diez de la noche y concluyó a las 5:15 del día siguiente.

“De los muchos temas conversados –escribe Chomi– uno en particular se destacó y era la convicción del compañero Fidel que la introducción de las computadoras digitales en todos los aspectos de la vida de un país era un requisito para el desarrollo social”.

Fidel soñaba con la idea de fabricar una computadora cubana, pero Roy John no creía que eso fuera posible. Como las manos largas del bloqueo estadounidense no permitían a los cubanos adquirir los componentes, le propuso al Jefe de la Revolución un plan más modesto y realista: producir calculadoras.

En secreto, el Comandante en Jefe ya había movilizado a un grupo de muchachos y profesores de la Cujae, encabezado por los ingenieros Luis Carrasco y Orlando Ramos, que luego fundarían el Centro de Investigación Digital (CID), adscrito a la Universidad de La Habana. Carrasco y Ramos viajaron a Europa y Japón para adquirir, en centros comerciales y baratillos, los componentes que les negaba el bloqueo.

El ingeniero Rafael Valls desarrolló el software para un final de ajedrez con reyes, torres, alfiles y algunos peones, que permitían el juego de una persona con la micro-computadora y que mostraba claramente sus posibilidades y funcionamiento. El 18 de abril de 1970 el Jefe de la Revolución se enfrentó a la CID-201. Estuvo más de una hora batallando con la máquina y como Fidel no aceptó jamás la derrota, solo la dejó en paz cuando le propinó jaque mate.

IV

Fidel inaugura el curso escolar en la Escuela Vocacional José Martí (1977). En la imagen, conversa con una estudiante holguinera frente a la maqueta de la Escuela Vocacional “José Martí”, previo a la ceremonia inaugural de esa institución docente, en la cual pronunció discurso. Foto: Archivo de la Revista Bohemia/ Sitio Fidel Soldado de las Ideas.

Uno de los pioneros de la aventura de la CID-201, Tomás Jiménez Lorenzo, guardó por años notas de sus encuentros con Fidel. En las visitas al Centro de Investigación Digital, el líder revolucionario no solo soñaba con la posibilidad de que cada cubano tuviera una computadora, sino que todo el que lo quisiera pudiera aprender el mecanismo interno de aquellas máquinas y producirlas.

Podría parecer un delirio en otro que no fuera el líder cubano. Según el Museo de la Historia de la Computación, la mayoría de las computadoras que se comercializaban a principios de la década del 70 seguían siendo como la Ramac, pantagruélicas. En 1971 se produjo el Kenbak-1, considerado el primer computador personal del mundo, que solo llegó a vender 40 máquinas antes de cerrar su producción en 1972. Sin embargo, ese mismo año, durante una de sus muchas visitas nocturnas a los muchachos del CID, Fidel les hacía esta solicitud insólita:

“Compañeros, he venido aquí después de ver aquella computadora –se refería a la IRIS 50, la más moderna producida en Francia y adquirida por Cuba–, adonde casi no se puede entrar, donde el pueblo no tiene acceso, para solicitarles que hagan muchas computadoras para que el pueblo, los estudiantes puedan tener acceso a ellas, estudiarlas, aprender la computación. Somos un país sin recursos naturales, pero tenemos un recurso muy importante, la inteligencia del cubano, que tenemos que desarrollarra. La computación logra eso y estoy convencido de que los cubanos tenemos una inteligencia especial para dominar la computación”.

V

Lo que viene después es más conocido: el surgimiento de decenas de centros científicos que no tenían nada que envidiarles a sus pares en el mundo; la apertura de un fábrica de minicomputadoras en la Escuela Vocacional V.I. Lenin; el impulso de las cátedras y las carreras de Informática, y de la industria electrónica; los Joven Club y los Palacios de Computación; la red Infomed, que nació con una arquitectura similar a la de Facebook, solo que cinco años antes que la plataforma estadounidense; la Universidad de Ciencias Informáticas, cuando solo había un puñadito de ciudades inteligentes en el planeta dedicadas exclusivamente a la formación, investigación y producción de herramientas digitales; los laboratorios de computación en todas las escuelas del país, incluidas aquellas que abrían para un solo niño en las montañas; el aliento a los periodistas, cuando nos dijo en un Congreso, pensado en los difíciles términos de comunicar las ideas en la era global: «La Internet parece inventada para nosotros»…

Hay miles de hechos, anécdotas, discursos, fotografías e imágenes enredados en esa madeja de hilos argumentales que explican por qué él dijo que Revolución es «desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional». Cualquiera de sus contemporáneos y las generaciones que vendrán, seguramente encontrarán sus propias aristas emocionales, históricas, sociales y espirituales que les haga evidente la coherencia entre esas palabras y la vida de Fidel, como nos ocurre con Martí.

Pero desde el horizonte de estos flashazos de la memoria sobre el desarrollo de la computación y la Internet en Cuba, hay claves fidelistas que permiten desafiar la fuerza bruta del poder: tener conciencia de que los últimos, como esos antillanos de Pinalito, tienen que ser siempre los primeros. Reconocer que una Revolución solo puede llamarse tal si es para «los nadies, los hijos de nadie, los dueños de nada», merecedores del acceso a las más grandes maravillas humanas y hasta de un viaje al cosmos.

Y, por supuesto, comprender que solo lo imposible puede ayudar a que lo posible se abra paso.

(Tomado de Granma)

 

«Fidel es el golazo más grande de mi vida»

Desde que se conocieron, el líder cubano y Maradona entablaron una profunda amistad

Juventud Rebelde

Solo pude ver un «enano» corriendo de forma endiablada, con un enjambre de pelo hecho rizos y gritando «boludeces», amontonadas una tras otra, a sus compañeros. Los años no me dejaron estar allí, y aplaudir de pie, y llorar con desconsuelo por el privilegio. El artista «pintó» un lienzo en diez segundos. Lo hizo sin pensar. De forma envalentonada agarró el pincel —la pelota— e hizo una historia casi sin proponérselo. Su cuadro es el más hermoso que guardo en mi memoria.

En el último retazo de césped, justo donde la línea de cal amenaza con romper la esperanza del goleador, Diego Armando Maradona ondula elegante su cuerpo a la izquierda, con la pierna derecha le pega con furor a la pelota y, apenas sin ver lo que pasó, se lanza en una carrera iracunda por el terreno, casi a sabiendas de que su anotación había sido la más espectacular de la historia. Mientras, en el mundo entero retumba el «¡Genio, de qué planeta viniste!», que inmortalizó Víctor Hugo Morales en una narración antológica para el gol más hermoso del siglo.

Era la tarde del 22 de junio de 1986, y en el estadio Azteca los albicelestes enfrentaban nada menos que a los ingleses. No solo estaba en juego el Mundial de Fútbol, que ya es decir demasiado para un argentino, sino la integridad moral de un pueblo que vio cómo les eran arrebatabas Las Malvinas, las islas de la discordia. Así, en medio de una gigantesca rivalidad extrapolada al terreno de juego, la cual superaba con creces los linderos de lo deportivo, Maradona sació en cierta medida la impotencia de los sudamericanos y su figura comenzó a adquirir la categoría de mito.

No es menester entonces aclarar que las piernas del genio del fútbol mundial son uno de los patrimonios más celosamente admirados a lo largo y ancho del planeta. Pudiera pensarse que no son más que dos miembros, cierto, pero están tan henchidos de virtudes y momentos relevantes que constituyen ya una especie de esfinge religiosa que veneran los argentinos y los maniáticos al fútbol en general.

La imagen de Fidel

En la zona del gemelo de la pierna izquierda, el gran tesoro de Maradona, luce en tinta azul, sin lugar a la confusión, el rostro de Fidel Castro. Al lado, también inconfundible, la firma del Comandante, que Diego lleva como una marca exclusiva de su amistad con Fidel, un privilegio al alcance de pocos.

Apenas un año después de rozar la gloria en tierras mexicanas y perpetuar su nombre para la eternidad, a Diego lo sorprendería una noticia: su nominación como mejor atleta de Latinoamérica durante el año 1986, un premio otorgado anualmente por la agencia Prensa Latina, y que vendría a recoger personalmente en La Habana.

Era la primera vez que Cuba acogería al más grande de los futbolistas del mundo. El 23 de julio de 1987 llegó a la capital y, solo cinco días después sucedería uno de los sucesos más importantes de su vida, algo totalmente ajeno al más universal de los deportes: conocer al Comandante en Jefe Fidel Castro, uno de sus ídolos.

Cuentan que el crack sudamericano fue recibido por Fidel a las 11:40 p.m., en un encuentro entre dos desconocidos que, en fracción de minutos, se convirtió en la conversación de dos amigos, como si se conociesen de toda la vida. Nadie sabía de qué hablaban específicamente, pero a las tres de la madrugada todavía estaban charlando en tono ameno.

El propio Maradona, visiblemente sorprendido, confesó tiempo después algunos detalles de su primer encuentro: «Lo recuerdo muy bien. Me preguntó:

—Dime, ¿a ti no te duele cuando chutas o cabeceas la bola?

—No.

—Pero, coño, ¿por qué me dolía a mí cuando jugaba de muchacho?».

Mientras habla de Fidel, al Pelusa siempre se le dibuja una sonrisa en el rostro. Parece nostalgia. En sus ojos, dos bolas de cristal amenazan con romperse. Todo es tangible, pese a la distancia intraspasable de la televisión.

«Seguimos con eso del fútbol y me dijo que, cuando jugaba, él era ¡extremo derecho! Entonces yo le dije en broma: «¿Cooómo? ¿Derecho, usted? Wing (en Argentina se denomina así a una posición en los equipos deportivos de rugby) izquierdo tendría que haber sido».

«Tenía la sensación de que había estado hablando con una enciclopedia. Haberlo visto había sido como tocar el cielo con las manos», aseguró en aquel entonces el Diego de la gente, alguien para quien las sorpresas eran bien escasas después de haber recorrido medio mundo, rompiendo redes y conquistando el cariño de los aficionados al fútbol.

Sin embargo, conocer a Fidel Castro marcó su vida, tanto que hoy, con la misma fama de antaño y siendo su pierna zurda tan venerada como siempre, lleva en la pantorrilla, orgullosamente, el rostro del Comandante. «Lo llevo tatuado en la piel y en el corazón», dijo. Un gesto que tiene implícito un mensaje demasiado grande.

Las raíces de una amistad

Desde 1987 en adelante muchas veces regresó Diego a Cuba para visitar a su gran amigo. A partir de entonces fue portavoz de las ideas socialistas y de las concepciones políticas del Comandante en lugares donde esto era prácticamente un suicidio. Intercambiaron misivas y, desde la distancia, el Pelusa enamoraba al mundo con su juego, mientras el Comandante seguía luchando por mejorar las condiciones de vida de los cubanos.

Algo es innegable: si Fidel consiguió ganarse la amistad del argentino no fue por su condición de Presidente, ni muchísimo menos por su marcada connotación política a nivel mundial. Se equivoca quien lo piense así.

En una de las cartas intercambiadas entre ambos genios hace poco más de dos años, Diego devela una característica muy valorada en su relación: «Fidel, si algo he aprendido contigo a lo largo de años de sincera y hermosa amistad, es que la lealtad no tiene precio y que un amigo vale más que todo el oro del mundo».

Maradona lo aseguró con la convicción de que el Comandante fue el único que le tendió la mano cuando gran parte del mundo lo rechazaba, en aquellos tiempos en que la droga le puso fin a su exitosa carrera. «Fidel me abrió las puertas de Cuba cuando en Argentina muchas clínicas me las cerraron».

Durante la recuperación, Fidel fue un asidero emocional para el mejor futbolista de la historia: «Él me habló muchísimo de la droga, de las recuperaciones y me hizo ver que sí podía». Durante su estancia en la clínica La Pradera, en La Habana, Diego jamás quedó desamparado, como él mismo ha reconocido ante disímiles medios de prensa internacionales: «Me llamaba a las dos de la mañana para hablar de política, béisbol o cualquier deporte…».

Un «crack» llamado Fidel

Una faceta poco conocida de la vida de Fidel fue su afición por el fútbol. Aunque fanático al béisbol desde su niñez, el deporte en que quizá más se destacó como atleta fue el baloncesto. Tenía el somatotipo de un buen pívot: alto y corpulento, justo el tipo de hombres que imponen su fuerza bajo las tablas. Sin embargo, también se interesó en múltiples ocasiones por las causas del escaso desarrollo del balompié en la Isla.

Siempre he creído que la presencia insaciable del Comandante en cada escenario, su complicidad con los atletas y su condición de gran aficionado, contribuyeron a las grandes epopeyas del deporte cubano internacionalmente.

Pese a ello, en el fútbol el avance jamás se ha concretado, y no por falta de empeño del líder de la Revolución. En 2014, por ejemplo, la selección cubana consiguió una de las más grandes gestas de su historia, cuando conquistó la medalla de bronce en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Veracruz.

En las semifinales, ante México, media Cuba vibró pasadas las 12 de la noche con los jóvenes antillanos, incluyendo a Fidel, quien poco tiempo después describiría el momento a su amigo Maradona: «En el reciente campeonato Centroamericano y del Caribe, en una disciplina tan importante como el fútbol, un juez nos impuso una penalidad arbitraria; no fue ni medianamente justa. El dinero para los ricos y las penalidades para los pobres. Como ves, quiero ser imparcial, pero puedo asegurarte que me cuesta trabajo».

Así era Fidel cuando hablaba de deporte. Siempre destacó su pasión por la práctica de la actividad física: «Yo hoy soy político, pero como niño, adolescente y joven, fui deportista, y a esta noble práctica dediqué la mayor parte de mi tiempo libre».

Ese fue uno de los lazos que lo ató siempre a Diego Armando Maradona, el genio de los goles, quien una vez, con las cámaras de portería, soltó un disparo para la historia: «Fidel es el golazo más grande de mi vida».

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