Alberto Aragón - Centro de Información de las Naciones Unidas en Cuba.- Guiadas por sus profesores, Umajutha y Maglaha, dos refugiadas saharauis estudiantes de medicina, van casa por casa indagando por el estado de salud de los moradores y ofreciendo consejos vitales para la prevención del contagio, relacionados con la higiene y el aislamiento social. Ambas aseguran que esta es su forma de dar las gracias al país que les ofreció la oportunidad de estudiar esa carrera.
Temprano en la mañana, ya es intenso el calor que por estos días envuelve a toda la isla con récords de temperatura, incluso en el occidente del país.
Habitualmente, antes de salir a sus actividades diarias Umajutha y Maglaha terminan de arreglarse con la bata blanca de estudiantes de medicina y el velo o pañuelo con el que las mujeres musulmanas acostumbran a cubrir su cabeza.
Es una manera de dar las gracias a la gente de la ciudad y del país que nos han acogido y nos han dado la oportunidad de estudiar para ser médicas.
Pero en estos tiempos hay una prenda adicional imprescindible: el nasobuco, término empleado en Cuba para designar la mascarilla que cubre nariz y boca, cuyo uso generalizado ha impuesto en el mundo la pandemia del covid-19.
Las dos jóvenes son oriundas del Sahara Occidental, en el norte de África. Nacieron en los campamentos para refugiados saharauis en la zona de Tindouf, Argelia, donde sus padres y decenas de miles de otras personas de su mismo origen encontraron refugio y permanecen, desde hace unos 45 años, en espera de la solución al conflicto con Marruecos y la celebración de un referéndum de autodeterminación.
Como otros muchos jóvenes saharauis y de otras partes del mundo, incluyendo algunos de otras nacionalidades que también son refugiados, Umajutha y Maglaha se vieron beneficiadas con becas otorgadas por Cuba para estudiar medicina en el país caribeño.
Crecer con ayuda de la ONU
Desde niñas, a ellas les resultaron familiares el logo de la Agencia de la ONU para los Refugiados y el apoyo de esta institución, al igual que el de otras organizaciones humanitarias y agencias del Sistema de las Naciones Unidas.
La vida de los refugiados es muy dura, generalmente con pocas oportunidades de desarrollo y dependiente de la ayuda de otros. Pero ello no significa que sean simples entes dependientes, sino que pueden ser activos actores y transformadores de su entorno.
Tanto Umajutha y Maglaha en la Universidad de Ciencias Médicas de Pinar del Río, al Occidente de Cuba, como Suadu en su similar de Las Tunas, al Oriente, se sienten orgullosas de prestar un valioso servicio en las presentes circunstancias tan difíciles que viven Cuba y el mundo.
Como otros centenares de estudiantes de Medicina y Estomatología en todo el país, cubanos y de otros muchos orígenes, están participando voluntariamente en las labores de pesquisa activa en las ciudades donde viven y estudian, en busca de pobladores que puedan presentar síntomas del covid-19 o algún riesgo epidemiológico.
Prevenir mejor que curar
“Nos preguntaron si estábamos en disposición de apoyar esta labor e inmediatamente dijimos que sí”, dice Suadu. “Este es un trabajo muy importante: en nuestros estudios de Medicina hemos aprendido que es mejor prevenir que curar, por eso las medidas de higiene y control son esenciales en estos momentos”.
Bajo la guía de sus profesores, ellas van casa por casa indagando por el estado de salud de los moradores y ofreciendo consejos vitales para la prevención del contagio, relacionados con la higiene y el aislamiento social.
Ellas saben que la principal medida hoy es quedarse en casa, pero también están convencidas de su deber como futuras médicas.
Hemos aprendido no solo ciencia, sino también que los valores de solidaridad y humanismo son esenciales para el ejercicio de nuestra futura profesión.
“Ejercer la Medicina es entregarse a salvar las vidas de los demás, y la mejor forma de hacerlo hoy es por medio de la prevención y la realización de pesquisas epidemiológicas”, dice Umajutha.
“Pero además, es una manera de dar las gracias a la gente de la ciudad y del país que nos han acogido y nos han dado la oportunidad de estudiar para ser médicas; desde nuestra futura profesión podremos ayudar a nuestra propia gente en unos años, pero no hay que esperar a ese momento para dar un aporte a las personas que nos rodean.”
En el presente, cerca de un centenar de jóvenes saharauis, incluyendo 17 muchachas, estudian en Cuba con becas gubernamentales, la mayoría en el nivel universitario.
No es una solución a su condición de refugiadas, pero ayuda
Aunque su presencia en este país no constituye en sí misma una solución permanente a su condición de refugiados, los estudios que realizan los preparan mejor para su futuro, en particular para ayudar a sus comunidades de origen con profesiones tales como las de las ciencias médicas o pedagógicas.
Como buenas futuras médicas, Suadu, Umajutha y Maglaha conocen y aplican todas las normas sanitarias para protegerse en su labor comunitaria. Aunque lo más seguro para ellas sería quedarse en sus residencias estudiantiles, están convencidas y orgullosas de lo que hacen.
“Para nosotras, participar en las labores de pesquisa activa es una forma de poner nuestro granito de arena en estos momentos en los que tanto se necesita”, explica Maglaha.
Y añade: “En nuestros estudios de Medicina hemos aprendido no solo ciencia, sino también que los valores de solidaridad y humanismo son esenciales para el ejercicio de nuestra futura profesión. Ellas son las armas más importantes para combatir el covid-19 en el mundo, y es una gran satisfacción para nosotras poner modestamente en práctica estos valores que nos han enseñado nuestros profesores y nuestros mayores.”
Escrito por Alberto Aragón, oficial asistente de Protección de la Agencia de la ONU para los Refugiados con la colaboración del Centro de Información de las Naciones Unidas en Cuba.