Una crónica escrita a cuatro manos para Cuarto de Hora (Colombia) por Urías Velásquez @UriasV y Nicolás Maldonado @DrNickolaz


Médicos cubanos nos invaden - Parte I

Nací en la enigmática Bogotá de los ochentas –sí, soy viejo, lo sé, pero en mi defensa diré lo que dicen todos mis pacientes: que soy  “comeaños”-, y cuando mis padres se separaron, mi mamá, mi hermana Sara y yo, nos mudamos a la calle 32 #12-34 en Turbaco, departamento de Bolívar, a reunirnos con otros dos hermanos mayores que ya vivían allá.

No lo voy a negar, fue un cambio dramático, el calor me perseguía de noche y de día y la humedad hacía que me sintiera en una sauna permanente, por momentos me costaba hasta caminar, situación que los amigos costeños –obviamente- no dejaban pasar por alto cuando me decían: “aja, el ‘cachaquito’ no aguanta na’a”.

Estudié en el Crisanto Luque y me gradué de bachiller académico por allá en el año 2003. Al salir de la institución no tenía como pagar los estudios superiores, así que me metí de vendedor ambulante para ayudar en los gastos de la casa. Y así transcurrieron dos largos años de mi vida: vendiendo, primero agua, refrescos y dulces, y después, cuando aprendí la técnica artesanal de mi hermano, comercializando collares, manillas, aretes y todo tipo de bisutería. No nos iba mal porque pronto mi incipiente inglés nos ayudó a acceder a los compradores americanos que nos pagaban en dólares y nosotros convertíamos a pesos.

Las aguas del rio corrían tranquilas pero monótonas hasta esa tarde de mayo, cuando Rene, el novio de Sarita, llegó a la casa con un formulario. De acuerdo con su versión, al colegio Instituto Docente de Turbaco que dirigía su madre habían llegado los cubanos a ofrecer unas becas de medicina para jóvenes. Eso sí, exigían haberse graduado como máximo un par de años antes, por lo cual, él –Rene- no era apto, pero yo sí.

Al principio miré la convocatoria como quien ve el boleto ganador de la lotería que va a sacarlo de todas sus deudas, el sueño que evocan los cuentos infantiles, pero, casi de inmediato, recordé que vivía en Colombia y el escepticismo me inundó: “esas becas solo se lo dan a los hijos de los políticos”, me dije. Y medio cabizbajo y achicopalado le entregué el papel a mi madre. Mi madre, una mujer llena de empuje y deseos, repleta de sueños, desde un comienzo, se entusiasmó: como nunca me miró directo a los ojos y después de reunir el aire –que sin duda la emoción le limitaba-, con el labio inferior medio temblando, me dijo: “hijo, esa beca es para ti. Hijo tenemos que hacer el proceso”.

Justo en ese momento algo mágico sucedió en mi casa, pero y como las cosas buenas siempre cuestan, de allí en adelante, mi mamá se graduó en cantaleta: todos los días sus primeras palabras eran: “vaya mijo, preséntese al concurso. Vaya mijo esa oportunidad es la suya”. Tanta fue la insistencia que un buen día no tuve opción diferente a la de hacer el trámite, que por lo demás fue sumamente engorroso: papel iba, papel venía y la mayoría de los formularios y notas del colegio que se requerían fueron conseguidas por mi madre, días enteros esperando por una firma, días enteros sonriéndoles a propios y extraños para que nos emitieran los papeles, en fin. Al final de la faena la carpeta estuvo lista y enviada.

A mediados del año 2005 la Embajada de Cuba nos avisó de la recepción de los documentos. Y yo, tal vez prematuramente, viajé a Bogotá a esperar la respuesta y a preparar el viaje pues vuelos a la Isla solo salían desde la Capital.

Pasaron los días y nada que llamaban, mi mamá se mantenía firme y yo esperaba y esperaba, pero nada. Hasta que un día de noviembre, lluvioso por cierto, y en medio de la frustración por no saber nada de mi futuro las lágrimas me vencieron y me rendí: la desesperanza se apoderó de mí ser y di por cancelada la convocatoria. Esa misma tarde llamé a mi madre y acordé con ella viajar a la costa para pasar navidad en familia.

Estando en Turbaco –y quizás alentado por la alegría de la gente costeña-, decidí seguir adelante: fracasar, en mi caso, jamás fue una opción. Pero, al principio, no fue fácil porque la mofa de mis amigos y compañeros eran implacable: “embustes del régimen, propaganda comunista, engaño”, me decían de todo, yo solamente escuchaba, eso sí, jamás respondía. En todo caso, en uno de los rinconcitos del alma, en contra del supuesto régimen, una roncha me crecía.

De vuelta en el mundo de las ventas. Con mucho esfuerzo, porque ganaba muy poco, finalmente, reuní los 80 mil pesos que costaba la inscripción para estudiar ingeniería de sistemas en la Universidad tecnológica de Bolívar.

Justo el día en que iba a inscribirme, me levanté más temprano que de costumbre, mi idea era hacer la vuelta lo antes posible y regresar al trabajo, pero he ahí que “aconteció el milagro” y en punto de las siete y media antes del meridiano, Colombina, la vecina que nos prestaba su teléfono y que vivía a no menos de cuatro cuadras, comenzó a gritar, entre desesperada y emocionada, enterando a todo el barrio de la noticia: “Nicolás, Nicolás te llamaron de Cuba, Dios mío, Nicolás ¡Te ganaste la beca!, Dios mío: ¡TE GANASTE LA BECA!”.

Todavía, ahora que escribo esto, no puedo evitar que se me agüen los ojos porque comprendo que el hecho que yo tuviera la oportunidad de estudiar redimía y les daba esperanzas a todas y cada una de las personas luchadoras y trabajadoras que me rodeaban.

Mi mamá gritaba y lloraba, mis hermanos me soltaban solo para poder abrazarme otra vez, y Sarita, al volver del colegio, simplemente no lo podía creer. Mis amigos y los vecinos, en el acto, formaron una fiesta que, por supuesto, tuvo que extenderse al barrio porque no había sala de casa que cumpliera con el aforo necesario. Y todos, todos sin excepción, al unísono y de una, me graduaron de médico.

Para que ustedes entiendan la dimensión del asunto, solo vi tanta gente efusiva y feliz el día que Fredy Rincón hizo el gol con el cual la selección Colombia de fútbol le empató a la poderosa Alemania en el mundial del 90.

¡Uau, qué nostalgia me embarga cada vez que mi profesión de médico me deja espacio para recordar esos momentos!

Y sí, en efecto, me gané la BECA. Una que hacía parte del ALBA, proyecto alternativo de los socialistas latinoamericanos frente al ALCA.

Sinceramente –y por más que lo intento- no consigo narrar los siguientes días de mi vida: simplemente no dormía soñaba, no caminaba levitaba, no comía me alimentaba, todo lo que veía, ahora, me parecía con sentido, de repente la partitura de mi vida comenzaba a mutar en sinfonía perfecta, a salir del cuarto oscuro en donde hasta ese momento había permanecido, pero pues nada, había que poner los pies sobre la tierra, así que me dediqué por entero a preparar los nuevos requisitos que me hacían: exámenes médicos, cartas, pasaporte… que me tocó cambiar, pues en medio de todo el proceso cumplí los 18 años.

Y así como un tobogán extenso pero liso en donde todo se acelera de repente, el sábado 11 de marzo de 2006 a las 12:05pm en el vuelo semanal de la empresa Cubana de Aviación arribé a la Isla.

Uff, ¡Cuántas expectativas y sueños cargaba ese día en las maletas que todo ser humano guarda en el alma!

Pero no solo eran los sueños míos sino también –y quizás más importante aún- los sueños de los que me amaban y aman, incluidos -como no- los de mi mamá, mis amigos, mis vecinos y toda la gente del barrio Bellavista que celebró a rabiar conmigo esa mañana del aviso de la ganada de la beca.

Después de todo, algún día, mi madre podría cumplir su sueño de toda la vida: que alguno de la familia fuera profesional.

En todo caso y no pretendo negarlo, a pesar de lo bueno que la oportunidad pintaba, en lo profundo de mi ser, una incertidumbre terrible me consumía, alimentada –claro- por los medios de comunicación masivos, sería Cuba ese horror que aseguraba permanentemente RCN en sus noticieros, iría a pasar hambre como insistía incesantemente Caracol, me iban a decomisar mi guitarra con la que vencía -y venzo- mis noches de insomnio, tendría que guardar como “oro en paño” mis artículos de aseo personal, me iba a tener que limpiar el trasero con hojas de plátano o afrechos de caña pues no había papel higiénico en la isla, y con qué me bañaría. ¿Con tierra? Porque, de seguro, jabón los isleños no conocían. Y, lo peor, tener que comer carne de burro mientras unos comunistas degenerados y de barba me lavaban el cerebro. Mejor dicho, estaría mi necesidad y la falta de oportunidades de esta patria que quiero y sufro empujándome a perder el alma y el cuerpo, porque si algo estaba claro “es que cuba era un infierno comunista en donde me iban a adoctrinar y a cambiar hasta el último y más íntimo de mis pensamientos”

 

Médicos cubanos nos invaden - Parte II

Visitar otro país es una experiencia maravillosa, algo inolvidable, no sabría cómo explicarlo mejor que comparándolo con el primer enamoramiento; esas cosquillitas en todo el cuerpo, ese pequeño temblor que genera lo nuevo de la situación, esa sensación de entrar a un mundo que no se conoce. En fin.

Ahora bien, si ese país al que se va a visitar es Cuba la expectativa es aún mayor porque, bueno, no todos los días se viaja al último “bastión comunista” sobre la tierra. Esto claro -y como ya se narró en la primera parte- basados en la “objetiva información” que ofrecen los Néstor Morales, los Luis Carlos Vélez, las Vicky Dávila, y las Salud Hernández, entre otros, ah y ojo, también los cubanos en Miami.

De cualquier manera, apenas aterrizar y ya comenzaron las sorpresas: antes de inmigrar un examen riguroso a cada pasajero: toma de temperatura, revisión general y entrevista con un médico. Después, trasladarse de un extremo al otro  -por cierto el aeropuerto es grande y, a diferencia de lo que dicen los detractores de cuba, le cabe más de un avión-.

Justo a la salida nos recoge un autobús de esos escolares amarillos “tanrico”. Subimos ordenados. Todo está controlado en su debida medida: estricto que se cumpla lo necesario pero sin perder la atmosfera amistosa y relajada propia de las gentes del caribe.

En pocos minutos ya estamos en Cojimar; la escuela que me albergará durante los siguientes nueve meses. Lo primero que me sorprende de aquel lugar es su tamaño: numerosos edificios en su mayoría residencias universitarias pero también restaurante, gimnasio y baños. Sí, baños, uff, ¡qué descanso! “Ojala las hojas de plátano no sean muy carrasposas”, me digo y  ese pensamiento me acelera el llamado de la naturaleza.

A la pregunta de “señorita ¿dónde está el baño?”, una de las personas que nos guían contesta: al fondo a la izquierda… “A la izquierda”, pienso, ¡Claro estamos en Cuba, como no lo supuse, comenzó el adoctrinamiento!, pero la necesidad biológica a esa altura ya es lo suficiente como para impedir el razonamiento, así que, de inmediato, me voy a donde se me indica.

Avanzo unos cuarenta metros y entro, algo anda mal desde el comienzo: ¡el baño tiene puertas! Pero, además, está inmaculadamente limpio. “Esto no puede ser, ¿me habré equivocado de vuelo?”, me pregunto, pero, de nuevo, la naturaleza me reclama. Acelero el paso, entro en el cubículo, lo cierro,  no pienso en nada, rápidamente me aflojo el cinturón, desabotono el pantalón que me bajo ya con desespero y me siento.

¡Maldita sea la crema de leche en exceso que le eché al ajiaco!

Después de un instante, me relajo un poco, ¡uff, que descanso!, cierro los ojos y pienso: “por fin en Cuba, por fin el sueño de mi mamá al alcance de la mano, por fin médico: entonces me imagino vestido con bata blanca, el estetoscopio abrazando cariñosamente el cuello, yo mirando una paciente a los ojos y diciéndole: querida estás curada. Y así desfilan por mis reflexiones niños enfermos de cáncer a los que le comienza a salir el cabello, felices porque el tratamiento les permitirá también a ellos realizar sus sueños; señores que con lágrimas en los ojos me agradecen el procedimiento de la próstata que les permitirá seguir trabajando, generar ingresos y alimentar a sus pequeños. No sé cuánto tiempo habrá pasado, el hecho es que es el suficiente como para  que llegue al momento de pensar en mi legado: entonces me digo: !Nicolás, definitivamente la historia te tiene reservado un gran papel!:

“Un gran papel” ¡Mierda, mierda, el papel higiénico! Un sudor frio de repente me recorre por entero el cuerpo: ¡La situación es apremiante y cunde el desespero, todavía sin abrir los ojos maquino: ¿una media, el pañuelo, el dedo…? ¿Qué hago?  ¡No! “Dios mío, ¿que habré hecho en otra vida para merecer esto?”, susurro y de inmediato siento que todo es un castigo divino por haberme alejado del paraíso capitalista donde vivía, sí, mi turbaco del alma, más aún, mi Colombia amada, donde, y si bien era cierto que no había empleo, oportunidades de estudio, atención en salud, y otras mil cosas, por lo menos había libertad y papel higiénico. Libertad para que en alguna esquina me matara algún desadaptado por robarme un celular de gama que no tengo, me golpeara la policía por estar tratando de rebuscarme la vida, me secuestrara algún grupo criminal, o me desparecieran los paramilitares afines a Uribe… lo que fuera, pero en todo caso: libertad y papel higiénico, este último, claro,  para… bueno,  para lo que todos sabemos.

Sí, con seguridad era la vida cobrándome la osadía de querer estudiar, de querer salir adelante, de querer tener futuro diferente al que la clase dirigente colombiana de siempre me había condenado. Sin duda lo de la beca que me había ganado era simplemente una treta del destino para darme la lección que  merecía y que la jerarquía eclesial colombiana con tanto ahínco desde siempre enseñaba: aceptar callado lo que el destino me ofrecía.

Lo que fuera: era y, en todo caso, no era el momento para reclamaciones así que decidido a enfrentar el destino lentamente abro los ojos, observo para todo lado… y he ahí que ocurre de nuevo el milagro, justo a la altura de mis hombros un rollo de papel higiénico recién desempacado.

Yo no lo podía creer, lo juro, no lo podía creer y si no me pare a saltar de la alegría en el acto como sucedió con el gol de rincón frente a Alemania -como ustedes que me leen entenderán- fue porque la circunstancia me lo impidió,  pero de alguna manera sentí la misma emoción que tuve esa mañana en que Colombina despertó al barrio entero con la noticia de que me había ganado la beca. Pero esta vez estaba en Cuba, así que observo con cuidado… porque con toda seguridad hasta en el baño debía estar vigilado. Pero nada, ni micrófonos, ni cámaras a la vista, y si las había las habían camuflado definitivamente muy bien.

Entonces pierdo la decencia, la pena y me descaro: cinco cuadritos de una, en lugar de los acostumbrados tres que toda la vida habían puesto en riesgo varios de mis dedos.

Ah, gente, en serio, no sé cómo trasmitirles esto: pero nunca en mi vida la hoja de un papel higiénico me supo tan bien, suave en extremo, delicada con la piel, ni un raspón, ni un lamento.

Después, las sorpresas continuaron pues en el baño también había agua corriente, así que descargo la cisterna que ¡oh sorpresa! también sirve. Luego, me voy al lavamanos que lo había, mejor dicho, ¡el Hilton era un cambuche! Para completar, sobre una repisa pequeña arriba del lavamanos había una cajita de cartón: ¡Por Dios, me dije, otro milagro! Entonces mire a mí alrededor y con disimulo absoluto estiré la mano hasta alcanzar la caja: ¡Jabón, jabón, jabón! Era jabón, no tierra. Entonces un sentimiento agridulce me venció y lloré: dulce por la dicha de tener con que bañarme el cuerpo y agrio por saber que la mitad de mi equipaje eran barras de jabón que había traído para todo un año.

Gente en serio, sé que para algunos que todavía tienen el velo del anticomunismo lo que cuento les resultará difícil de creer pero es en serio: en Cuba se puede defecar con tranquilidad, se puede uno bañar el cuerpo con jabón y se puede tener una vida decente a pesar del injusto e inhumano bloqueo que le tiene montado Estados Unidos a la Isla desde hace más de cincuenta años.

Del baño salí renovado, nuevo, con ganas de experimentar el resto… en todo caso, en el alma, una pequeña duda para siempre se me había clavado… que sobre Cuba definitivamente nos echaban demasiado cuento, demasiadas mentiras.

En Cojimar éramos cinco mil personas, casi el diez por ciento de esas colombianos, gentes a las que, como yo, les había tocado ir a recibir de limosna la enseñanza profesional  proveída por un país  extranjero, dado que en el suyo: Colombia los políticos corruptos se habían robado los recursos de la educación.

Nos dividieron por grupos, en habitaciones gigantes donde había hasta 30 camarotes. A mí me correspondió compartir con estudiantes peruanos, guatemaltecos, bolivianos, argentinos. Todos demasiado pilos, esforzados, entre otras cosas, porque quien bajara el promedio del 70% (3,5 sobre 5.0) de inmediato perdía el cupo.

La salud en Cuba es prioridad y en su aplicación no se escatiman recursos o esfuerzos, así que el mismo lunes a los estudiantes recién llegados se nos revisó exhaustivamente:   lo primero fueron  las vacunas obligatorias, a mí, por ejemplo, me faltaban seis que en Colombia no se aplican; a las personas que llegaban con síntomas de alguna dolencia: malaria, fiebre amarilla o dengue, las aislaron de inmediato. Incluso a muchos compañeros le hicieron la profilaxis con cloroquina, algo que en Colombia ni siquiera teniendo plan complementario de salud las EPS proveen.

Mi primer curso fue de nivelación y era necesario pues muchos de los nuevos estudiantes no habían terminado el bachillerato. En todo caso, la instrucción era suficiente como para nivelarnos a todos. Después, nos sumergimos en un curso francamente sorprendente: aprender a aprender.

A los pocos días de experimentar que la Cuba que me enseñaron y la que estaba viviendo era tan diferente me interese por conocer su historia y entender su sistema político. Pero y de nuevo ¡sorpresa! Para los estudiantes extranjeros ESTABA PROHIBIDO inmiscuirse en temas de política o adoctrinamiento. Es decir, no solo no te intentan convencer de sus creencias sino que, además, te respetan tanto que por ningún motivo te facilitan el volverte militante. Fui a estudiar medicina y en medicina fueron los estudios que recibí todo el tiempo.

La vida en Cojimar era muy divertida, todos los domingos se armaba fiesta y, bueno, nuestras costumbres latinas se imponían y, de alguna manera, filtrábamos trago… a mí, el que me conoce, sabe que soy rumbero y que me gusta el movimiento, así que adicional al curso optativo de baile que tomaba en la escuela le agregaba la parranda del fin de semana: Chachachá. Son cubano, montuno o normal, que no es lo mismo, pues cambia la cadencia: en el primero el movimiento es más rápido y la temática más campesina. Y, claro, bolero cubano y Charanga. Mucha Charanga, lo que resultaba curioso porque yo soy metalero: pasión que como nunca pude desarrollar en Cuba donde, de hecho, cofundé dos bandas de metal, primero Ectópico: y a la muerte de esta: Corruption, pero de eso hablaremos en la tercera entrega.

La vida durante los dos primeros meses fue buena, no puedo ni quiero negarlo, pero el encierro era permanente, salíamos, es cierto, pero siempre bajo supervisión. Entonces una pregunta me comenzó a taladrar la cabeza, seriamos parte de un experimento, de un Truman Show caribeño. Nos estaría hábilmente “el régimen cubano” manteniendo en una isla dentro de la isla para que no conociéramos la verdadera situación.

Las autoridades del campus universitario decían que no, “que el problema era que las visas D2 tardaban tiempo”… pero bueno, ya era un par de meses de espera y nada…yo, entre tanto, me preguntaba ¿qué habría afuera? ¿Eran todas las cubanas jineteras? ¿La gente se moría de hambre como en las calles Colombianas? ¿Los vientos alisios derrumbarían los muros de las casas exhaustos por el régimen y corroídos por el abandono y el tiempo? ¿Todos los cubanos tendrían barba larga hasta el ombligo? ¿Sería prohibido hablar con extranjeros? ¿El que tuviera un dólar -como tuerto en país de ciegos- sería un rey? ¿Tendrían todos los ciudadanos que cargar una foto de Fidel en su billetera como si lo debían hacer los norcoreanos con la de Kim Jong-un?

 

Médicos cubanos nos invaden - Parte III

Al finalizar el curso premédico de tres meses, dos circunstancias importantes sucedieron: primero, me otorgaron una visa de residencia temporal que me hacía prácticamente cubano y me permitía ir a donde quisiera sin restricción o supervisión y, lo mejor, disfrutando de todos los descuentos que se aplica a los estudiantes. De tal manera que, a partir de ese momento, los atractivos turísticos estaban a mi alcance y pagando precios verdaderamente módicos: en ocasiones hasta cuarenta veces menos que lo que pagan los turistas, para que se hagan una idea: por entrar al Museo del Capitolio, un cubano o un estudiante visado paga cinco pesos cubanos (unos quinientos pesos colombianos), mientras que un turista paga cinco dólares (unos veinte mil pesos colombianos).

La primera salida sin supervisión fue muy emocionante, yo todavía la recuerdo, no estaba solo sino que iba con otros compañeros estudiantes: Camilo de Bogotá, Yudith Liseth y Tania González de Manizales con quien el gusto por la música nos unió desde el comienzo y por los siguientes cinco años.

Tan pronto nos dejó el bus en la calle obispo de la Habana caminamos derecho hasta llegar al corazón de la plaza de armas. Una vez ahí, directo a la primera pastelería que vimos abierta: a comer los famosos brazos de reina del lugar. Después de estar satisfechos, reanudamos la caminata, esta vez hacia el malecón y allí buscar un bar: el calor nos hacía desear intensamente una cerveza Bucanero helada mientras probábamos un tabaco popular de esos que consumen rutinariamente los cubanos de verdad y que no cuestan más de un peso. ¡Ah que maravilla! Todavía puedo ver y oir el murmullo de bienvenida que nos tributó el mar que feliz arremetía contra la arena y las turistas desprevenidas.

La segunda circunstancia importante después del premédico fue la definición de la facultad donde estudiaría la carrera. Me asignaron la provincia de Cienfuegos. Nada menos y nada más que la hermosa Perla del Sur, un verdadero paraíso tropical al que los turistas, tanto nacionales como extranjeros, siempre deseaban ir. Además, la ciudad de Los Elefantes, el mejor equipo de beisbol del país donde el beisbol es el deporte nacional. (Jajajaja, ¡Ojalá que no me estén leyendo los seguidores de Los Industriales).

En Cienfuegos llegamos a una escuela rural modificada, que como todas las escuelas cubanas tiene nombres de héroes bien sean nacionales o latinoamericanos, llamada Federico Fernández Cavada en homenaje al prócer revolucionario de esa ciudad que luchó en la Guerra Grande o Guerra de los Diez Años entre 1868-1878 y que fue la primera de las tres guerras cubanas de independencia contra las fuerzas coloniales españolas.

El lugar básicamente constaba de dos edificios de dormitorios, un comedor central, un área deportiva, una biblioteca siete por veinticuatro y varias aulas, todas con aire acondicionado, infraestructura de video conferencia y quince computadoras en red conectadas a las bases de datos académicos tanto de Cuba como del resto del mundo. También había un servidor dedicado para el correo institucional. Y mucho, mucho, mucho café que bebíamos no por tazas sino por litros y el que poco a poco aprendí a consumir al estilo cubano: con chicharos.

En Cuba las carreras de salud son reglamentadas por el ministerio de salud, mientras que el resto de los estudios se rigen por el ministerio de educación. Esto garantiza, por un lado, que la salud no se convierta en un negocio y, por otro lado, que exista coordinación de los estudios con las necesidades de salud de la población. Así que, además de los dos bloques académicos es mandatorio hacer prácticas comunitarias que varían según el tema que se esté afrontando. Por ejemplo, si se está estudiando las visitas domiciliarias entonces se deben realizar visitas a las comunidades. Eso sí, todos los costos, entre esos los de trasporte, están cubiertos por el programa. Por supuesto, el volumen de estudio y trabajo por momentos se convierte en algo abrumador.

En todo caso el trabajo con las comunidades me permitió conocer al cubano de verdad, a ese que los noticieros y los periodistas colombianos al servicio del régimen que nos tiene sumidos en la pobreza y en la falta de oportunidades no bajan de indigente, resentido, comunista, y desesperado limosnero que noche y día espera en las costas de la isla a que “el gobierno de los barbudos” se descuide para emigrar a la Florida amontonados en una balsa que sí o sí naufragará exactamente a cien metros de la costa estadounidense.

Pero no hay tal, los cubanos, en general, son:

—un pueblo muy instruido pues todos, absolutamente todos, por lo menos han terminado el bachillerato que incluye en los últimos tres años una formación vocacional que de no querer seguir estudiando les alcanza para ejercer tareas técnicas y tecnológicas.

—un pueblo con valores, conocedor de su historia, orgulloso de su raza, y sumamente digno, “Cuba no se vende”, te dicen.

—un pueblo al extremo hospitalario, conversador, creativo y, por sobre todo, sumamente solidario: lo comparten todo, en su ADN está implícita el respeto y el bienestar del otro: llegas a una casa cuando están comiendo y literalmente se sacan el bocado de la boca y redistribuyen los alimentos entre todos los presentes.

—un pueblo sumamente alegre que es capaz de “ponerle cara amable al pan duro”

En el tercer año de la carrera nos trasladaron a la ciudad de Las Tunas, a una escuela más grande, diez minutos a pie del Hospital Universitario “Ernesto Guevara”. A partir de este punto la educación se administró por completo en el hospital. En las mañanas se participaba de los pases de visita en las rotaciones que se fueran teniendo, y en las tardes se recibían conferencias. Además de eso, se tenía asignado tiempo en los servicios de urgencias una vez por semana, de 4 pm a 8 am. Y, adicional a esta actividad académica, cada quien se podía ofrecer como voluntario para estudiar con mayor profundidad la especialidad que deseara. Yo, por ejemplo, hice ayudantías en cirugía durante todo mi ciclo clínico de pregrado.

Aparte de la vida académica, las facultades de medicina fomentan mucho que los estudiantes se vinculen en actividades extraacadémicas. Fue por eso que junto con mis amigos formamos una banda de thrash/death metal. Y tuvimos tanto éxito que con la ayuda un amigo cubano y la AHS –Asociación Hermanos Saiz- llegamos a presentarnos en el festival nacional El Rock de La Loma, en la ciudad de Bayamo, provincia de Granma.

Gracias a mi abundancia de escasez económica la mayoría de las vacaciones académicas no pude retornar a Colombia así que las pasé en Cuba. Pero fueron fructíferas en extremo pues aproveché para conocer todos y cada uno de los rincones de la isla. Y eso me ayudó meterme en las entrañas del cubano, de su historia, de su vida, de su manera de concebir al mundo:

Los cubanos –como ya dije- son solidarios así que mochila al hombro me fui a «pedir botella» –así le dicen allá a pedir un aventón, a “echar dedo”. Y tuve tanta suerte que en los diversos y abundantes eventos culturales que se hacen a diario pude ver en concierto en vivo a Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Mercedes Sosa, Piero, la Charanga Habanera, incontables reggaetoneros y además algunos grupos internacionales como Sepultura y Audioslave.

Fue durante estos periplos que muchas cosas sobre Cuba se me metieron en el alma y me marcaron profundamente:

—La educación universal y gratuita en todos los niveles, léase bien, en todos los niveles, así que quien quiere estudiar hasta ser profesional, tener postgrados o doctorados los puede hacer con un adicional: los estudios universitarios se hacen en instituciones  que cuentan con residencias estudiantiles. Y el gobierno provee todo lo necesario. Una educación que, por lo demás, busca el desarrollo individual y al mismo tiempo la productividad. El estudio secundario se divide en diferentes preparatorias según las aptitudes de los estudiantes: Hay pre de arte, de medicina, de matemáticas, de educación, de servicios, etc. Esto permite que los profesionales no solo tengan vocación, sino que ya tengan una base de conocimiento sobre su profesión. Excelencia en la formación garantiza profesionales competentes.

—El sistema de salud está diseñado para mantener la salud y prevenir la enfermedad, lo que permite una distribución eficiente de los recursos para la atención de niveles más complejos. Todos los médicos son especializados. Los médicos que atienden en la comunidad son familiares, y hay un consultorio en cada barrio. En los barrios grandes hay varios consultorios. La idea es tener un médico por cada dos mil personas. Hay consultorios más densamente poblados y otros con menos, según su distribución geográfica. Estos consultorios en la comunidad están dirigidos por un policlínico, que es un puesto de salud con lo mínimo para atender una urgencia vital y estabilizarla si necesita atención de mayor complejidad. Algunos tienen salas de parto. Los policlínicos le rinden cuentas a la dirección municipal de salud pública, que puede o no tener un hospital de primer nivel, según el tamaño del municipio. Todo está diseñado para tener una respuesta rápida y eficiente.

—la renta básica universal. A todos los ciudadanos cubanos y a los extranjeros residentes se les entrega mensualmente un mínimo de abastos para su casa: arroz, aceite, sal, granos, carnes, leche, y según la composición familiar algunos adicionales como lo necesario para la dieta de diabéticos y demás. Los salarios son muy bajos si los comparamos con los colombianos, pero las cosas son absurdamente baratas y el estudio y la salud –como ya se dijo- son gratis y los medicamentos que no se entregan de forma gratuita tienen unos precios risibles.

Ahora bien, no voy a negar que vi cosas feas en Cuba. Abusos policiales –claro, cientos de veces en menor grado que los que suceden en Colombia-, corrupción política –millones de veces menor que hay en Colombia-, contrabando, prostitución –mucho menos caótica y relacionada con el narcotráfico como la que tenemos en Colombia- , delincuencia común –en un grado ínfimo comparado con el que se da en Colombia-, gente que abusa del estado, en ocasiones viví desabastecimiento de alimentos, de ropa, de aseo –claro, jamás al nivel de morir de hambre o tener que andar desnudo como si sucede a millones de compatriotas en Colombia-, hasta viví escasez de cerveza –esa sí nunca se da en Colombia-. Pero a pesar de las dificultades en el transporte, o que se fuera la luz a veces, la impresión general que me llevé es que su vida es mucho mejor que la nuestra, a pesar de toda la propaganda negativa que sobre ellos nos hacen los RCN, CARACOL, RED+, BluRadio, Semana, El Tiempo, entre otros.

Sí amigos, Cuba es un país pobre pero no por sus gentes o su gobierno sino por el bloqueo gringo a su economía y su espectro electromagnético que ya sobrepasa los 60 años, un bloqueo inhumano que les provoca infinitas dificultades, un bloqueo que tiene un origen claro y cierto: el que los cubanos se hubieran opuesto a que los norteamericanos: republicanos y demócratas, convirtieran a la isla en el prostíbulo más grande sobre la tierra.

Un bloqueo frente al cual Cuba se las ingenia para salir adelante, creando las industrias que los autoabastecen, desarrollando soluciones tecnológicas propias, cultivando la tierra con sus propios métodos, exportando tecnologías en salud y, finalmente, compartiendo con otros necesitados del mundo sus ya muy famosos y reputados profesionales médicos.

El 20 de julio de 2012 en ceremonia oficial número 6 de las promociones de la ELAM, yo, un humilde colombiano con sueños, me convertí en médico y en mientras caminaba a recibir el diploma en mi lo profundo de mi alma recordé a todas y cada uno de las personas que hicieron posible semejante milagro: a mi mamá primero, claro, a su persistencia, a sus ganas de que algún día pudiéramos mejorar nuestras condiciones de vida, a mi hermano que me permitió vender sus artesanías en las calles de la costa caribe colombiana, a mi hermana Sarita que no podía hablar de la emoción que le producía el hecho de ver a su hermano progresando, a su exnovio y su señora madre que me llevaron los formularios de la convocatoria, a Colombina que corría y despertaba al barrio con lágrimas en los ojos por la alegría que sentía por la beca que me habían otorgado, a las gentes de Turbaco y en especial a los vecinos del barrio Bellavista, a los funcionarios de la embajada de Cuba en Colombia que hicieron posible la oportunidad, a mis amigos José Daniel y Jenny Angélica que estuvieron siempre a mi lado, y a mis otros compañeros de estudio que tanto me ayudaron y soportaron en las madrugadas los lamentos de heavy metal de una guitarra desenfrenada que al contacto con mis dedos enloquecía, al gobierno cubano que estableció las becas, pero, por sobre todo, al pueblo cubano que me acogió, me amó, me alimentó y me dio la formación que hoy me permite en un barrio pobre bogotano cuidar de la salud de esas personas que aquel día, en ese baño, imagine que abrazaría en mis manos y les diría al oído: de esta salimos, de esta nos curamos, porque hay un mundo más allá, un mundo de hermanos y de solidaridad donde todos, absolutamente todos podremos desarrollar nuestros sueños.

Fin.

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