Estatua de Antonio Gades en La Habana, Cuba. Foto: Elizabeth Acosta


Buenos Aires, 20 jul (Prensa Latina) El bailarín y coreógrafo español Antonio Gades (1936-2004) era un apasionado de la vida y su relación con la Revolución cubana, una historia de amor, afirmó hoy el escritor argentino Julio Ferrer, autor de un libro sobre él.

En declaraciones exclusivas a Prensa Latina con motivo del aniversario 20 de su muerte, Ferrer resaltó la obra del artista, sus lazos con la nación caribeña y su solidaridad con las víctimas de la última dictadura cívico-militar en Argentina (1976-1983), algunos de los temas abordados en el volumen que está hoy a la venta.

El texto Antonio Gades. Arte y Revolución está disponible desde finales de junio en las librerías de España, en la página web de la editorial Penguin Random House y en otras plataformas digitales.

Más adelante será publicado en otros países de habla hispana.

Nacido en 1936, Gades revolucionó el baile clásico español y renovó el flamenco, al que intentó devolver su esencia popular y genuina.

Dirigió el Ballet Nacional Español y representó obras de gran relevancia como Bodas de sangre, Fandango, El sombrero de tres picos, El amor brujo y Retrato de mujer.

Entre muchos otros galardones, recibió el Premio Homenaje del Gobierno argentino por cimentar los lazos culturales entre ambos países y fue condecorado por el líder cubano Fidel Castro (1926-2016) con la Orden José Martí por «su amor, amistad y fidelidad inquebrantables hacia el pueblo y la Revolución”. Era un apasionado de las bellezas que brinda la vida como la amistad, el arte, la política y el amor. Ponía mucho esfuerzo y trabajo en cada pieza y se alimentaba de todo aquello que lo inspirase. Todo lo vivía de una manera intensa, afirmó Ferrer.

Tenía un sentido del humor muy inteligente y a veces sarcástico, podía ironizar sobre sí mismo e incluso bromear e imitar a cualquiera. Le gustaba la pintura, el cine, la música y la lectura. Era un estudioso, sentía curiosidad por todo, pero sobre todo por seguir aprendiendo, añadió.

Además, resaltó que, como ser humano y artista, Gades era insobornable, ético y generoso.

Todos estos aspectos –y muchos más- están revelados en el libro a través de su propia voz y de más de 60 testimonios recopilados en distintas partes del mundo, apuntó y se refirió en especial al vínculo del bailarín con la Revolución cubana y su gran amistad con Fidel y Raúl Castro y con otras figuras centrales de la historia de la isla como Vilma Espín, la prestigiosa bailarina Alicia Alonso y el cineasta Alfredo Guevara.

Asimismo, destacó su relación con el Ballet Nacional de Cuba y las puestas en escena de sus obras y coreografías (entre ellas Ad Libitum, creada especialmente para Gades y Alonso).

Encontró en la tierra de José Martí los sueños y enseñanzas de su padre Vicente Esteve: un lugar donde no existía la explotación del hombre por el hombre y la dignidad y la ética eran valores insobornables. Todo eso lo halló en la isla rebelde, donde están sus cenizas que ya son parte de la savia revolucionaria de un continente en lucha permanente, indicó Ferrer.

Por otra parte, aseguró que “practicó la solidaridad internacional, razón por la que generó una relación de amistad y compromiso político con exiliados argentinos en tierras españolas, quienes trataban de salvar sus vidas de la política de exterminio de la dictadura que dejó 30 mil detenidos-desaparecidos, instaló centenares de campos de concentración y un país destruido en su tejido social, cultural y económico”.

Gades sentía la lucha y comprendía el dolor de las Madres de Plaza de Mayo porque la suya (Aurelia) sufrió la pérdida violenta de su hijo Enrique, hermano menor de Antonio, comenta Ferrer.

En ese sentido recuerda que “en uno de sus tantos espectáculos en Argentina, presentó en el estadio Luna Park su obra Fuenteovejuna, el clásico de Lope de Vega, que trata sobre la rebelión popular contra un orden tiránico. Ante el aplauso ensordecedor del público, pidió silencio y sostuvo: Vamos a nombrar las cosas por su nombre, dedicamos esta función a las Madres y a los asesinados”.

Para el autor, esa fue toda una declaración de principios del coreógrafo y bailarín, a quien considera un hombre comprometido con su tiempo, que buscó sin cesar la belleza del arte y la libertad de los oprimidos.

 

Antonio Gades, héroe de la Revolución cubana

El legendario bailaor alicantino estuvo vinculado hasta el final con la isla caribeña y comprometido con la causa de Fidel Castro, quien le otorgó altos reconocimientos y lo enterró con honores. Sus restos y su memoria permanecen allí.

Alejandro Luque

Expoflamenco

En la Plaza de la Catedral de La Habana, la atención de los turistas se desvía por un momento hacia una estatua apoyada en una de las columnas del viejo Palacio de Lombillo. No representa a un prócer de la patria, ni a un gran escritor antillano. El bronce del escultor José Villa Soberón –el mismo autor de la famosa efigie de John Lennon en El Vedado– representa a un bailaor flamenco, pero no a uno cualquiera: se trata de Antonio Gades, un revolucionario de la danza que lo fue también en el ámbito político, a través de su compromiso con la causa de Fidel Castro.

El idilio de Gades con la mayor de las Antillas fue largo y apasionado. Cabe recordar que, después de algunos escarceos con grupos marxistas y catalanistas, durante la Transición se afilió al Partido Comunista de los Pueblos de España (PCPE), guiado por una defensa a ultranza de la clase trabajadora y por el recuerdo de su padre republicano. Y Cuba era entonces foco de inspiración para todas las utopías de izquierda.

Parece que fue Alfredo Guevara, el avispado fundador del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic) el primero que lo invitó a la isla, aunque también jugó un papel destacado la bailarina cubana Alicia Alonso, máxima figura de esta disciplina en el país. Cabe recordar que Gades había disuelto su compañía y anunciado su retirada como respuesta a los últimos fusilamientos franquistas, en septiembre de 1975. El bailarín se trasladaría tres años más tarde a Cuba, donde Alonso lo convenció para que volviera a bailar y le abrió una nueva mirada sobre su arte. “Alicia Alonso ha contribuido a enseñarme el verdadero sentido de un trabajador de la cultura”, aseveraría. “Me enseñó todo lo que después puse al servicio del Ballet Nacional”.

En la memoria de la isla está el paso a dos de Ad libitum con el Ballet Nacional de Cuba, con coreografía de Alberto Méndez junto a Alicia Alonso, el gran compositor Sergio Vitier (hijo de los poetas Cintio Vitier y Fina García Marruz) y Tata Güines, un gigante de la percusión afrocaribeña que mucho tiempo después veríamos acompañando a Diego El Cigala. También en aquel tiempo se metió Gades en la piel del Hilarión de la Giselle con un Ballet Nacional de Cuba que puso a sus pies el Metropolitan Opera House de Nueva York y el Kennedy Center de Washington. 

De las andanzas cubanas de Gades se desprenden mil anécdotas que permanecen en la memoria de quienes lo vivieron de cerca. El escritor Pedro Juan Gutiérrez, que con el tiempo se haría famoso con su Trilogía sucia de La Habana, recuerda que lo conoció mientras trabajaba en un montaje con la coreógrafa Lorna Burdsall. Un día, después de un ensayo, les dio la sorpresa de que Gades en persona había venido a verlos, y estuvieron bebiendo y charlando hasta bien entrada la madrugada. Ahí Gades le dijo una cosa que nunca ha olvidado: “Cada cosa en su lugar. Yo aprendí a bailar con los gitanos. Sin proponerme nada y sin aspirar a nada. Para divertirme. Ahora voy a Nueva York, doy clases de flamenco y cuando terminamos los alumnos salen, van a una cafetería al frente del teatro a comer hamburguesas y Coca Cola. ¡Así no! Así no funciona”.

«“Querido Comandante en Jefe y querido ministro, nunca me sentí un artista sino un simple miliciano vestido de verde olivo, con un fusil en la mano para dónde, cómo y cuándo, siempre estar a sus órdenes”, dijo Antonio Gades al ser laureado por Fidel Castro»

Estatua de Antonio Gades en La Habana, Cuba. Foto: Elizabeth Acosta

En La Habana se casaría con su segunda esposa, Pepa Flores, la popular Marisol, en 1982, cuando la pareja tenía ya tres hijos. La propia Alicia Alonso y Fidel Castro en persona fueron los padrinos del enlace. “Cuba no es una simple aventura. Es el puerto de mi vida”. Con estas palabras resumió el alicantino su vínculo con un lugar que lo marcó para siempre, y al que viajó en numerosas ocasiones. En una de las últimas, por cierto, entró por el Castillo del Morro a bordo de su velero Luar 040, después de una travesía de cincuenta días.

Fidel en persona, junto a su hermano Raúl Castro, le impondría un mes y medio antes de su muerte, en el verano de 2004, la Orden José Martí, máxima condecoración de la República de Cuba. Cuando se confirmó la noticia de su fallecimiento, el diario Granma, órgano del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, lo despidió como “artista, revolucionario, comunista y amigo inolvidable”.

Y puesto que su voluntad testamentaria fue que sus cenizas reposaran en la isla, las autoridades decidieron que fueran depositadas en las lomas de la Sierra Maestra, en el Mausoleo de los Héroes del Segundo Frente Oriental ‘Frank País’, en Santiago de Cuba, junto a los héroes de la lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista. Sonaron en la ceremonia tres salvas de fusiles, como corresponde a los militares de alta graduación, y La Internacional, así como algunos compases de El compadre Antonio, homenaje al artista compuesto por el pianista cubano Frank Fernández.

“Querido Comandante en Jefe y querido ministro, nunca me sentí un artista sino un simple miliciano vestido de verde olivo, con un fusil en la mano para dónde, cómo y cuándo, siempre estar a sus órdenes”, dijo al ser laureado por Fidel, y fueron esas las palabras que se grabaron en el pequeño monumento erigido en su memoria, que representa una palma real truncada. “Soy yo el que tiene que dar las gracias a vuestra revolución, que sabéis que es la mía. La revolución me ha confirmado que mis ideales revolucionarios no eran equivocados ni obedecían una epidemia de romanticismo juvenil, como algunos pretendían hacerme creer”.

Nunca sabremos qué habría pensado Antonio Gades de la deriva posterior de la Revolución cubana, pero lo seguro es que se mantuvo leal a sus postulados hasta el último suspiro. En su villa natal, Elda, hubo que esperar hasta este año para que Gades tuviera su estatua. En La Habana, donde no cabe duda de que vivió intensamente, ya había una desde más de quince años antes.   

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